lunes, 29 de abril de 2013

De la noche del sábado...



De la noche del sábado sobreviven estas imágenes defectuosas. Encuadres incorrectos, desenfoques, escasa luz, composiciones previsibles las estropean; tienen la virtud de no haber sido  retocadas, si esa resignación a lo imperfecto poseyera un valor siquiera afectivo. Ninguno de los errores enumerados, creo, disminuye el misterio. Las debo al viento, y al parentesco de la sábana con el desprovisto paisaje.

Él estaba en la proa de este lado de la isla, como el mascarón de un barco fantasmagórico. La brisa de la costa isabelina le esculpía el carácter, no el cuerpo: se ensimismaba, dudaba, escondía las manos en el azul revuelto porque no le parecen hermosas.




sábado, 20 de abril de 2013

Beleño negro


Surgía como un brote venenoso
del desprecio anterior.
Su gesto hendía la disposición amena
que me inspiraba la perfección de la semilla
oculta en la caja de sus hallazgos.
Señaló el nacimiento
de nuestro trato con un ademán
menos gentil que una zancadilla,
y apuntó luego al norte de un país de bosques antiguos,
árido hoy, marisma.
Abierta quedó la caja cuando le maté,
expuestas sus posesiones
a los fisgones de la ruta solitaria.
Indemnes retoños
todavía germinan en mi afición al hedor del beleño. 
Pero los tallos sangran oscuros humores
y  acaso sanan del rencor
guardado entre los hallazgos de la caja.

...

Écfrasis

El chico de la copa Warren y yo
en otro lienzo o encima de férreos manteles
fuéramos rebeldes. 
De noche evadimos
a los espías lúbricos de esta calle
y nos tendemos sobre la mesa,
junto a la cena intocada,
a aguardar por la compasión de todos,
a denostar la rigidez de la escena que hemos habitado.
Al vulgo amante de las figuras griegas
y las escenas húmedas
importa que un bacín rebose pétalos;
a nosotros urge que la noria
gire naturalmente,
a favor o contra nuestra costumbre
de mostrarnos a quienes nos descubren tan gentiles y venturosos.
El de la copa Warren y yo,
chicos denostados por la gente compasiva.

miércoles, 10 de abril de 2013

Tan negro que no se me ve

(A propósito del caso Zurbano)


Para aparecer como una superlativa mierda sólo me faltó ser negro, y acaso mujer. Ya soy pobre, homosexual y seropositivo. He sobrevivido a numerosas discriminaciones y he resistido algunas; acaso el cariz más desalentador de esos combates sea enfrentarse a al menosprecio tácito, a la minusvalía simbólica que los dominadores históricos alientan incluso en mí mismo. El desmesurado poder de los imaginarios es una carga que me joroba. Mis padres, por ejemplo, se resisten a admitir la etiqueta de racistas, pero lo son. Yo, maricón, arremeto contra la homofobia y soy homofóbico.

Ayer supe de la última polémica en la palestra, generada por un artículo de Roberto Zurbano que examina la pervivencia del racismo en Cuba, y sobre todo la desventaja de los negros para situarse en un escenario político y económico que anuncia la desintegración del socialismo. ¿Qué replicar a Zurbano? La Revolución, por principio, se opuso al racismo, pero no fue suficiente.  Y esa verdad de Perogrullo y de Zurbano, lamentablemente, no gusta, porque la Revolución, para ciertos opinadores, es  perfecta. Ella misma se sabe incompleta, pero ciertos usufructuarios no admiten que se diga a bocajarro. Me molestó bastante el tono de las réplicas publicadas en Internet: las rectificaciones -¿será casual?-  resultaron racistas sin querer, racistas a pesar de ellas mismas…

Yo sí entiendo a Zurbano, quizás porque todas las marginaciones comparten una raíz. Y por eso me sobrecogió el artículo, un verdadero ensayo, que Víctor Fowler escribió para dilucidar el caso. Quien no se haya sentido en la carne de la mierda no puede comprender las razones del insomnio que Fowler describe. La situación de los homosexuales es peor. Al menos los negros contaron con apoyo oficial e institucional para socavar el racismo visible. Otras minorías han sido excluidas del canon con más empeño.

El año pasado denuncié la homofobia del censo, revelé que la actitud de la ONEI traicionaba la política del Partido y de la Revolución. No hubo respuesta. El censo fue homofóbico, la prensa internacional dijo que Cuba discriminaba sin pudor; a mí trataron de amordazarme unos funcionarios provincianos que no creen en la sinceridad del pronunciamiento antihomofóbico de la principal organización política de Cuba. Yo sí creí. Como creo que Zurbano tiene derecho a su análisis.

El drama histórico de los negros es desolador, no sólo por las circunstancias puntuales de explotación y subalternidad, sino por el sedimento que echó en nuestro imaginario nacional. Hace muy poco, por ejemplo, no sabíamos que hubo familias cohesionadas y redes de apoyo entre los esclavos decididos a la emancipación. Existía el prejuicio de que tales familias no existieron hasta que una indagación microhistórica de María del Carmen Barcia rescató la tragedia. Conozco a algunos que piensan, ahora mismo, que las familias homosexuales no existen. Que los negros cubanos tienen las mismas oportunidades de movilidad social que los blancos. Que las políticas gubernamentales, correctas o no, no pueden cuestionarse. El recurso para conjurar la invisibilidad, sin embargo, no atañe a la historiografía en estos asuntos, sino a la sociedad civil. Los negros, los homosexuales, deben organizarse para dialogar, de modo más contundente, con los poderes. Ese derecho no está reñido con el socialismo, por el contrario. Si los homosexuales, transexuales, etc., estuvieran organizados en una o varias instituciones propias y combativas, es probable que al menos la desvaída unión civil que nos auguran hubiera sido aprobada. 

En fin, basta. Sé que estoy hablando solo y que ningún cubano de la isla comentará esta reflexión. A menudo soy tan negro que no se me ve en la noche. No se me ve ni quieren verme.