jueves, 27 de diciembre de 2012

Robert de Montesquiou: Bajo la lana violeta




Bajo la lana violeta es mi versión de un soneto de Robert de Montesquiou (1855-1921). Acometí la empresa para ejercitar el francés que voy olvidando; acaso lo hice porque no conozco otra traducción española; quizás –y esta razón me parece más decisiva- porque los sutiles modales del conde de Montesquiou-Fésenzac me incitaron conocerle, a causa de su alter ego proustiano, el barón de Charlus. Dicen que Montesquiou, esteta, amante desolado de Gabriel Yturri, es a un tiempo el Des Esseintes de la célebre novela de Huysmans y el conde de Muzaret que urdió Jean Lorrain en la también famosa Monsieur de Phocas. No he leído -a mi pesar- a Huysmans ni a Lorrain, pero sí he tratado al barón de Charlus y no me sorprendió hallar su poesía: desde la primera lectura se me antojaron versos conocidos.

A menudo, sin proponérmelo, parezco un sobreviviente del simbolismo. Lo mismo que Robert de Montesquiou soy un poeta menor. No vacilé entonces en desmenuzar el soneto, como el conde no dudó en ir con sus poemas al salón de Mallarmé y al lecho de enfermo de mi querido Marcel Schwob.   

Sous les villosités violettes

Sous les villosités violettes des tartres
Les blancs Olympiens ont pris des tons caducs.
Et, des arbres sans sève, et des plantes sans sucs
L'automne qui descend les vêt comme de martres.

L'ombre et la vétusté les rouillent de leurs dartres,
Ces dieux à qui les rois voulaient des airs de ducs ;
Et le soleil mourant qui fuse sur les stucs
Y verse les joyaux des verrières de Chartres.

Le Ciel est tout en fleurs, l'occident tout en fruits ;
On dirait des éclairs forgés avec des bruits,
Des bouches de clairons et des rayons d'épées.

L'horizon est vraiment historique ce soir...
Car dans le panier d'or du couchant on croit voir
Tomber des grains saignants faits de têtes coupées!

Bajo la lana violeta

Bajo la lana violeta de los tártaros
Los blancos de Olympia han adquirido un tono caduco.
Y de los árboles sin savia y las plantas sin jugo
Desciende el otoño para vestirles como martas.

La sombra y la vetustez enmohecen los empeines
De esos dioses a quienes los reyes presumían aires ducales;
Y el sol agonizante que arde sobre los estucos
Les dibuja las joyas de los vitrales de Chartres.

El cielo ha florecido, el occidente fruteció;
Diríanse relámpagos forjados con bramidos,
Bocas de clarines y destellos de espadas.

El horizonte parece de veras histórico esta tarde… 
¡Pues del cesto de oro del poniente se derraman
granos sangrientos como cabezas cortadas!

domingo, 23 de diciembre de 2012

Invención de la tuba wagneriana




Invento un sonido porque no sé
cómo decir, con música nueva,
que la trompa de las antiguas orquestas no sirve
para ir de caza
ni los árboles recién germinados
serán talados nunca por mí.

Y entonces inventé la tuba wagneriana,
cuyo timbre cinegético
hará germinar un sonido nuevo
que habrá de talarme. 

De aquella música subsiste una trompa estentórea;
sus crescendos rematan a los ciervos del jardín.
A ellos, que jamás huyeron de los venablos
por simpatía de mis invenciones.

Aprehendidos en un consabido terror,
aquellos ciervos contemplan la calle desde su verja,
se internan en un campo de árboles recién germinados,
ocultos entre los brotes,
con fingida fe en la impericia de los cazadores,
gente mundana y distraída.

Un pasaje – pues esto es música programática-
recuerda las lluvias sanguinolentas, la horchata de mis aguas.

...


Absenta

A los pobres que beben una sopa de hojas
y se sacian de mi árbol más raído
obsequio con las vegetales alas del hada verde 
en un bar arcaico,
junto al río que devasta a menudo la ciudad.

Es común que me porte afectado si he bebido absenta:
me arrastran las volutas perifrásticas,
me asola el río
y semejo un árbol mendicante.