miércoles, 26 de noviembre de 2008

El mejor chocolate contiene toda la serenidad




Julián Gayarre se llamaba el primer tenor del mundo. Hablo, otra vez, de un tiempo agrietado y amarillo, hoja caída de la memoria. Este excelente señor Gayarre (1844-1890), que había sido pastor de ovejas y forjador de hierros antes de apuntarse en el Orfeón Pamplonés, tuvo dos amigos indianos que nunca volvieron a España y enriquecieron con el negocio de chocolates en la villa de Sagua la Grande, isla de Cuba. Establecieron su fábrica en la misma calle donde vivo, que antes se llamaba Real de Colón y hoy se llama, a raíz de la reticencia cubana por los recuerdos monárquicos, desde 1899, Colón a secas, sin desdoro para el Almirante.

Urroz y Oyarzún, los vascos chocolateros. El agudo de sus nombres huele a cacao de Baracoa batido en ardientes tachos por negros sudorosos. Urroz y Oyarzún, confiteros esclavistas de las postrimerías de la esclavitud y los chocolates casi negros. Urroz y Oyarzún, qué bien huelen.

Pues, sea dicho en honor de ambos, Urroz y Oyarzún decidieron quedarse para siempre, tal vez porque uno de los secretos de aquel chocolate estaba en los azúcares de la Villa del Undoso, el mismo dulce que usaba Víctor Hugo para el café de las mañanas mientras duró su destierro en la isla de Guernesey. Estos magnates del mejor chocolate tampoco se olvidaron de su compatriota Gayarre, y hasta Milán, Londres y Pamplona, fueron expedidas las cajas litografiadas en honor del tenor “senza rivali, le Roi du Chant”. Chocolate a la Gayarre, fabricado “especialmente para personas de paladar delicado”, según rezan las etiquetas, tan bellas como las usadas en la misma época para embalar tabacos.

De Urroz y Oyarzún, dueños aquella fábrica bautizada “La Flor Cubana”, perduran algunas alusiones en las crónicas locales, escuetas referencias, nombres sueltos… Nadie puede decirme ya qué sabor tenía el chocolate favorito de Gayarre, el primer chocolate para el mejor tenor del mundo. Ningún delicado paladar ha sobrevivido. La receta para preparar la bebida a la manera del gourmet Gayarre es tan sencilla como silbar un aria de Donizetti:

Este exquisito chocolate, conocido en todo el universo por el predilecto del eminente tenor, hoy está haciendo furor por ser el más puro, agradable y delicado de cuantos se fabrican.
Los dueños de esta fábrica desean dar á conocer al público, el modo como lo tomaba el querido Gayarre.

Mandaba hacerlo más bien claro que espeso, lo dejaba enfriar algo, lo paladeaba acompañado de buenos bizcochos ó tostadas, y sobre él, tomaba un buen vaso de agua, que estos climas puede cambiarse por leche del tiempo.

Los aficionados á los buenos ratos que se pasan con un producto tan delicado, deben imitar al egregio cantante.


El inolvidable siglo XIX ejercía todavía algunas costumbres de sabor místico. Hace poco he visto una fotografía de la exhumación de Rossini, la boca abierta y las cuencas vacías. La laringe de Julián Gayarre, sagrada garganta, se conserva en el Museo de Navarra. Lamentablemente, nadie conservó un puñado del chocolate que saciaba tan ilustre gaznate. Pienso que tal vez sea la extinción una de las mejores pruebas de su exquisitez. La vieja etiqueta apareció en una caja metálica de jengibre que usa mi abuela para guardar papeles. Rasgada como está, no conserva el aroma de la manufactura de Urroz y Oyarzún. Es noviembre y hace frío. El invierno se anuncia atroz, como en el poema de Eliseo Diego. El Bóreas siempre hiela. Si les parece capricho mío, aún así me tendrán que perdonar: éste es el único chocolate que yo querría beber. Hallar lo incierto del pasado; la posesión de la suficiente serenidad para transitar un instante hacia otro instante. Hace dos días solicité un plazo de un mes, un margen para persuadirme de la necesidad. Para algunos filósofos viejos, necesidad es sinónimo de inevitabilidad. De súbito le he puesto paréntesis al flujo, me escondo tras el dique. Luego, al cabo del mes, ¿no será tardío el retorno? Un vaso de chocolate. Un vaso contiene toda la serenidad.

Y no sé cantar, pero sé cuánto duele todavía la garganta de Gayarre.

Dime, ¿será que te pierdo?
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jueves, 20 de noviembre de 2008

Otro refugio sagrado de los monstruos


Para N., una breve escala en la ruta de Bomarzo


En trueque por un bosque ofrezco toda la ciudad. Pero los monstruos pertenecen al sitio que los engendró; desarraigados de las piedras amadas se vuelven máscaras, despojos de lo inerte: es cualidad suprema del horror lo que pervive sin ningún propósito. Por suerte, estas bestias frágiles estuvieron siempre disimuladas por dinteles, en el sitio menos visible de las fachadas, sin la vanidad que también se padece por causa de la singularidad. Les fue conferida la perenne vigilia y no dejan de velar el paso de los transeúntes; se justifican cuando, por eternos, nadie los mira a ellos, como si no fuesen monstruos sino genios tutelares de la ciudad invisible del pasado, criaturas casi extintas como la misma ciudad, desconsolados por su agonía infinita. Hace tiempo compuse un catálogo mínimo de estos monstruos y ayer pensaba desempolvarlo en cierto plazo cuando volvió a instalarse la atmósfera telúrica de Bomarzo mientras hablaba con alguien que amo sobre el misterio de un parque renacentista, el secreto de los constructores, la profanación publicitaria de los turistas indolentes de feria y gabinete de rarezas.

He aquí el catálogo de esta floresta urbana poblada de amables fieras, tal como lo concebí la primera vez. Entonces me sentí otro Linneo, presuntuoso clasificador de lo extraordinario, creador de nomenclaturas –de nombres- para tranquilidad de los que atribuyen al nombrar el primer grado de la posesión. Lo que nombro me pertenece y voy a poseer lo innombrado.


Fierus vegetalis

Los leones con melena de hojas sobre las ventanas de la Casa Sampedro. ¿Qué pitonisa hubiera revelado a esta gente que su hija Edelmira, con aquel nombre visigótico, valdría más que un reino para el hombre que nunca fue Alfonso XIV de Castilla y León? Inmensurables son las consecuencias de lo fortuito: si hoy reina en España un Juan Carlos, se debe a que el tío mayor, el Príncipe de Asturias, primogénito de Alfonso XIII y Victoria Eugenia, se enamorase de la prima pequeña de Jorge Mañach, uno que supo escribir mejor que todos los Borbones juntos. La familia real consideró plebeya a la joven Edelmira, la condesa morganática, cuyo padre dejó una fortuna de dos millones y un palacete ecléctico frente a la plaza principal de Sagua la Grande con leones de rara heráldica vegetal. Edelmira Ignacia Adriana Sampedro Robato nació en esta casa el 5 de marzo de 1906. Luego advinieron las fieras protectoras de su estirpe, con las fauces abiertas y la cabellera mustia como hojarasca. Una jauría de leones en los alfeizares de Jorge Mañach.


Vampiros y licántropos

En el parteluz, al centro del portón de la casa de la antigua calle de Tacón, la de los guardapolvos manuelinos que decía Weiss, el vampiro. Bien alto, cerca del dintel de la mansión con cenefa de cerámica, en la esquina de las antiguas Intendente Ramírez y Misericordia, el licántropo. Ambos en el parteluz, como tallados por la misma mano. He pensado en reunir una antología de puertas talladas durante la era ecléctica. A diferencia de la puerta colonial, austera y provista sólo de clavos, el eclecticismo ornó con sinuosas guirnaldas, jarrones y hasta fieras.. Vampiros y licántropos.


¿Mansos gatos?

Como sosteniendo los balcones del edificio Iglesias, graciosamente retratados, capitel de falsas columnas. Según el diccionario de símbolos de la Escuela de Tartu, obra muy querida por Iuri Lotman y Desiderio Navarro, el gato también ha sido asumido por ciertas civilizaciones como héroe, imagen audaz del que vence a la sierpe. Así estos monstruos risueños, de sarcasmo a flor de labios, semejantes en todo al célebre minino de Cheshire. A Carlos F. Iglesias, el propietario del edificio y de los gatos, lo vi en una hoja de retratos de 1925. Su rostro no es ingenuo; también porta algo felino, cierta duplicidad de animal doméstico. Lo imagino en lo oscuro, renunciando a la sala cálida que da a los balcones, para internarse en el dominio nocturno de las fieras.

Gárgolas tiñosas

Apretadas en una extensa colonia, viven en el campanario de los jesuitas. Se sabe que las gárgolas cobran vida si es menester para defender la piedra que habitan. Son criaturas de aspecto monstruoso y excelente ánima. Viven en envidiable armonía con las tiñosas, bajo las plantas del Señor.
Un amigo mío quiso retratar las gárgolas. Entramos por el claustro del antiguo colegio. Escalamos un andamio, fuimos equilibristas en la altura; se perdió un tacón en el vacío. No pudimos, ni siquiera con el milagro del zoom, llegar cerca de estas gárgolas. Así es el gótico, remoto, alzado al cielo. Da vértigo.

La dama fiera

La monarquía tiene sus alegorías, como el Bien y el Mal, como la Aritmética. Una fiera casi griega, con algo de Quimera, la escolta. Alguien confundió la estampa con República Española, pero sólo fueron sus ojos: el año no miente -1908-, ni el escudo de las torres y los leones, sostenido con tanto garbo por la reina. Perdura después de cien años exactos sobre la portada principal del Casino Español. Debajo, muy discreto, también aparece el escudo de Cuba. En la corona anida un ruidoso pájaro y en los salones de baile del edificio desovan lechuzas. Mejor destino es impensable para una roca tan altiva.







Por ahora, basta. Hay más, pero anuncié un breve catálogo. Si me decido a reunir impresiones sobre los monstruos de carne, nadie dude que figuraré a la cabeza.

En la hidalga villa de Sagua la Grande, a 20 de noviembre de 2008, anno dominici,

el Nictálope.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Un libro de viajes


El libro de viajes tuvo su apogeo en el siglo XIX. Todavía quedaban comarcas exóticas por frecuentar. La gente, aunque sujeta a la celeridad de las redes telegráficas, aún viajaba por mar. La seducción de lo exótico sobre la mentalidad romántica haría la fortuna de un Pierre Loti (1850-1923), pero la pasión por género se remonta a los orígenes de la literatura: la Odisea de Homero, por ejemplo, es un libro de viajes. Luego vendrían a hacer época Marco Polo y los grandes navegantes que bojearon el mundo. Siempre sería lectura colonizante escrita por los europeos y sus más cercanos epígonos en pos de calar la otredad de los “salvajes” que sobrevivían en remotos rincones allende la civilización. A pesar de la relativa confiabilidad de aquellos viajeros, la literatura de viajes es un testimonio válido para reconfigurar la imagen de una ciudad, el aspecto que presentaba un país al foráneo transeúnte que, si tenía talento, sería capaz de ofrecer una visión personalísima. Hay tantos libros de viajes como viajeros. La calidad de esta clase de obra está relacionada sobre todo con la capacidad de observar y trascender las apariencias. Nara Araújo ha compilado en un volumen (Viajeras al Caribe, Casa de las Américas, 1983) las estampas habaneras colectadas por una pléyade de viajeras de talento que vinieron a Cuba durante el siglo XIX[1]. Por mi parte he querido reunir, con el fin de obtener referencias de primera mano sobre el pasado , las coordenadas legadas por un grupo de viajeros decimónicos en Sagua la Grande. Hasta el momento, tal vez por la relevancia intelectual o mediática que tuvieron en su época, he colectado los siguientes testimonios:

· Esteban Pichardo (Ligero paseo por Sagua la Grande, publicado en “La Alborada” de Villa Clara, abril de 1857.)[2]
· Ramón de La Sagra (Historia física, economico-política, intelectual y moral de la Isla de Cuba. Relación del último viaje del autor. Librería de L. Hachette, Paris, 1861)
· Samuel Hazard (Cuba with pen and pencil. Hartford, Conn. : Hartford publishing company; Chicago, Ill.: Pitkin and Parker, 1871)
· Eva Canel (Lo que vi en Cuba, Imp. La Universal, La Habana, 1916)



Fuera de esta reducida nómina que abarca la mayor parte de la segunda mitad del siglo XIX y las primeras décadas del XX, hallé el testimonio del francés, Charles Berchon. Su discurso se inscribe en la tónica optimista y laudatoria inaugurada por el artículo de Pichardo. Sólo Samuel Hazard se pronunció francamente peyorativo. Para entender las razones del norteamericano basta con examinar los fines interesados de su obra, concebida prácticamente como “guía turística”, una suerte de directorio, para sus compatriotas interesados en la situación cubana. De ahí los lapidarios juicios de Hazard, que fueron bastante duros con la floreciente Sagua de entonces.

Veamos la breve crónica de Berchon:

(…) más de una localidad de esta bella provincia tendría históricas trágicas para contarnos, y se ha visto abismada en la sangre y las cenizas. Estas desgraciadas ciudades han terminado sin embargo por levantarse de las ruinas gracias a la excepcional riqueza del suelo. Es así que Sagua la Grande se levanta sobre el emplazamiento de un pueblo incendiado por los piratas[3], (…) Raramente población alguna ha ofrecido un ejemplo tan bello de perseverancia levantando sin cejar ciudades y pueblos siempre expuestos a la destrucción.
Sagua la Grande es un centro intelectual, ya que he notado allí numerosas imprentas donde se editan los periódicos locales
[4]; también es un centro industrial, en el que los productos encuentran salida segura gracias al puerto fluvial donde converge todo el movimiento comercial de la ciudad. Una fundición, una refinería de azúcar, una gran destilería, han hecho la fortuna de sus propietarios y alimentan a una extensa población obrera. Nada raro entonces si la mayor parte de las casas de Sagua la Grande son elegantes y respiran confort.[5]



Sagua y Bombay

En “Les travailleurs de la mer” (1866) de Víctor Hugo, he encontrado una alusión sobre el mercado de Cowes, en la isla británica de Guernesey, donde se confirma que el poeta conoció el azúcar de Sagua la Grande y supo del prestigio de su puerto.

Ces tables étaient bien servies. Il y avait des raffinements de boissons locales et étrangères pour les marins dépaysés. Un matelot petit-maître de Bilbao y eût trouvé une helada. On y buvait du stout comme à Greenwich et de la gueuse brune comme à Anvers.
Des capitaines au long cours et des armateurs faisaient quelquefois figure à la mense des patrons. On y échangeait les nouvelles : -où en sont les sucres ? -cette douceur ne figure que pour de petits
lots. Pourtant les bruts vont ; trois mille sacs de Bombay et cinq cents boucauts de Sagua.
[6]

(Aquellas mesas estaban bien servidas. Había refinadas bebidas locales y extranjeras para los marinos expatriados. Un pequeño maestro matelot
[7] de Bilbao la emprendía con una helada. Se bebía stout[8] como en Greenwich y cerveza morena como en Amberes. Los capitanes de largo curso y los armadores acudían ocasionalmente a la mesa de los patrones. Se cambiaban novedades: ¿dónde están los azúcares? –esta dulzura no figura sino en pequeños lotes. Sin embargo, los cargamentos vienen; tres mil sacos de Bombay y quinientos bocoyes de Sagua.)[9]

[1] Fanny Erskine Inglis, , Fredrika Bremer, la condesa de Merlín, Louise Matilde Woodruff, Amelia Murray, Eulalia de Borbón, et al.
[2] Citado por Alcover: Historia de la Villa de Sagua la Grande y su Jurisdicción, Imprentas Unidas de “La Historia” y “El Correo Español”, Sagua la Grande, 1905.
[3] Esta información es inexacta, sin verosimilitud histórica.
[4] Según Pepe Hillo, (Con Sagua, por Sagua y para Sagua, S/I, Sagua la Grande, 1945, p. 44) “se publicaban” en esta ciudad “doce periódicos diarios y semanales a fines de 1887”.
[5] M. Charles Berchon: Six mois à Cuba, en Le Tour du Monde. Journal de voyages et des voyageurs, Librairie Hachette, Paris, 1910, p. p.286. (Traducción de MGV)
[6] Victor Hugo: Les travailleurs de la mer, Document électronique, p. 139
[7] Hombre de la tripulación que, a bordo, participa en la maniobra y cuidado del navío. (Le Petit Laousse, Paris, 2003).
[8] Cerveza inglesa oscura, fuertemente alcoholizada. (Op. Cit.).
[9] La traducción es mía. (MGV).
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Puerto fluvial de Sagua la Grande (1844).

Litografía del francés Frédéric Toussaint Mialhe.

martes, 11 de noviembre de 2008

Un ilustre jorobado en la Villa del Undoso

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La llanura del Norte de Las Villas semeja el valle del Po. El Undoso, lo mismo que el río Mincio, está desbordado de cuerpos ahogados. Sagua es lo mismo que Mantua. Rigoletto, un jorobado odioso y conmovedor, ha ejercido una venganza que se vuelve contra su propia miseria. Rigoletto, el empedernido adulador, el más cínico de los jorobados, ha fingido para sobrevir, y hasta cierto placer halla en la mascarada. Conozco personalmente a Rigoletto; sé lo que implica hacerse de hierro para que nadie sepa dónde se guarda la médula del dolor interior, tras qué muros se esconde un jardín, la verdadera faz, el secreto de una mueca, el rostro de la hija.



Desde la segunda quincena de mayo de 1919, mientras La Habana gozaba de la quinta temporada operística de la Compañía Bracale, se anunciaban las funciones que a partir del siguiente mes subirían al escenario sagüero del Gran Teatro Santos y Artigas. Hipólito Lázaro, el rival de Caruso y Fleta, era un conocido antiguo en la Villa del Undoso: tres años antes había debutado junto a Amelita Galli-Curci en la misma sala. La pareja escénica de Lázaro sería en esta ocasión la boloñesa Albertina Cassani, que no era ninguna desconocida para sus compatriotas. Había sido alumna de Regina Pacini, y a los treinta años –nació en 1889- poseía un catálogo abundante de grabaciones que incluía placas italianas y norteamericanas. Justo al regreso a Europa, Albertina conocería a Rainer Maria Rilke en un azaroso viaje por ferrocarril a Suiza. La amistad del poeta y la soprano suscitó una prolífica correspondencia que ha sido publicada recientemente en Francia. Albertina interpretó a Gilda en la segunda función[1] de aquel año en el Santos y Artigas. Hipólito Lázaro fue el Duque, frívolo Casanova azote de las doncellas nobles de Mantua. Rigoletto, el cínico bufón burlado por un terrible fatum, sería asumido por uno de los mejores intérpretes del rol para todos los tiempos: el gran barítono Giuseppe Danise.

Danise (Nápoles, 1883- Nueva York, 1963) fue el primer Amonasro en la Arena de Verona[2]. Milán lo acogió triunfalmente como Rolando en “La Battaglia di Legnano” de Verdi. También mereció asumir el primer Malatesta de la ópera “Francesca da Rimini”, de Zandonai, en La Scala. En el Metropolitan Opera House, donde fue contratado a partir de 1921, debutó en “Aida” con la prestigiosa compañía de Emmy Destinn y Giovanni Martinelli[3]. En Nueva York estrenó la ópera “Andrea Chenier”, de Giordano, junto a Claudia Muzio y Beniamino Gigli.

Las grabaciones de “Rigoletto” por Giuseppe Danise todavía consiguen elogios de la crítica a pesar de las décadas transcurridas. Al consabido mérito de la voz del barítono, un timbre extraordinariamente poderoso y bello, se une la vigencia de su técnica. Danise se formó en la órbita de la escuela de canto decimonónica, en la tradición romántica verdiana, pero consiguió preservar los mejores logros del pasado en el momento de transición que le correspondió. Es fascinante la coherencia dramática de su “Rigoletto”, capaz de sobrecoger con los acentos más nobles.

Cortigiani, vil razza dannata…, la imprecación del jorobado subyuga, tal vez porque el instigador de la corte, el cómplice del señor de Mantua, parece lanzar el anatema sobre sí mismo. Víctima de su propio veneno, hasta en la revancha Rigoletto sucumbe a su dualidad, a la naturaleza envilecida del cortesano que ha sido, el padre devoto que hubiese querido ser.

Todavía no he podido hallar fe en la prensa de la época sobre la impresión que causó la creación de Giuseppe Danise entre los espectadores de aquella noche “mantovana” en la Villa del Undoso. Se escuchó aquí un “Rigoletto” que Verdi hubiese amado, a juzgar por la grabación que hiciera dos años antes el barítono napolitano. Danise nos legó, según Rodolfo Celletti, “el Rigoletto más completo que se pueda escuchar en disco”. Las peripecias del jorobado no han envejecido todavía. La voluntad del que se resiste al destino, el que en vano intenta asir los hilos, es el drama de un hombre obligado a llevar disfraces.

La prolija cronología de Carlo Marinelli Roscioni sobre la carrera de Giuseppe Danise en Europa y América no incluye sus temporadas cubanas, mucho menos su presencia en una remota villa fluvial lo mismo que Mantua, con sus duques y bufones, donde fueron a escudriñar a “Rigoletto” una noche festiva y desolada de 1919.

Nota: Pienso asumir seriamente la investigación sobre las presentaciones operísticas acaecidas en Sagua la Grande desde el siglo XIX. Por ahora los informes son incipientes y me conformo con escribir crónicas. Muchas gracias a Luis Iglesias Cavicchioli por las opiniones, por compartir la música de Giuseppe Danise.


[1] La primera ópera interpretada esa temporada en el teatro Santos y Artigas fue “La Boheme” de Giacomo Puccini.
[2] En 1913.
[3] 17 de noviembre de 1920.