domingo, 6 de enero de 2008

Serie "Jónicas"







(Fotos y texto de Maykel González Vivero)


De súbito tal vez despierte en una habitación desconocida...
Fragmento

La casa tiene los arquitrabes bien asegurados
por cuatro columnas jónicas.
La casa recibe la tarde con la misma aura ensombrecida
de los templos que ya no sacrifican.
A esta hora la familia se acomoda sobre las propias sienes
para verificar el advenimiento gradual de las sombras;
es cierto, pienso luego de presenciar el vicio de recapitular
la decadencia de todo, la gente suele especular en torno a lo sagrado con flagrante torpeza

EMIL MICHEL CIORAN (1911-1995)

CONFESIONES Y ANATEMAS
Fragmentos


Para entrever lo esencial, no hay que ejercer ningún oficio. Sólo permanecer todo el día distendido, y gemir…

Las últimas hojas caen bailando. Haría falta una gran dosis de insensibilidad para encararse al otoño.

Llegar al punto del instante donde no recuerdo haberme encontrado precisamente en ese instante.

Me repugna más que todo la duda metódica. Me agrada dudar, pero sólo a su debido tiempo.

La única originalidad del amor es la grandiosa facultad de tornar la felicidad indistinta de la desdicha.

Lo que no resulta desgarrador es superfluo, en materia de música por lo menos.

Kandinsky sostiene que el amarillo es el color de la vida.
… Sabemos ahora por qué este color sienta tan mal a los ojos.

Se muere desde siempre y sin embargo la muerte nada ha perdido de su lozanía. Aquí habita el secreto de los secretos.


DEUX QUESTIONS, DEUX RÉPONSES
Jean Paul Enthoven entrevista a Cioran

- ¿Piensa que irrumpirá el fin del mundo cuando todos los hombres se parezcan a usted?
- Sí, lo pienso, siempre lo he pensado. Vuelto hacia el desenlace, revolcado en el porqué y “lo-que-es-bueno”, nada me ha colmado tanto como el abandono de todo proyecto, de todo trabajo en curso, de todo empeño. No he hecho más que disuadirme. ¿Cómo entender, cómo consentir las tretas del porvenir? Los consejos que habitualmente dispenso habitualmente van en el sentido de la abstención, si no de la capitulación. Todo esfuerzo, todo sacrificio al servicio de una ambición, de golpe me parece sospechoso. ¡Disuadir, degustar tanta voluptuosidad! Un amigo me ha referido cómo, durante su servicio militar, habiendo proferido el oficial la orden “Adelante, marchen”, él replicó ante el estupor general: “No veo la necesidad”. Eso es exactamente lo que me digo a propósito de todo lo que hago y de lo que hacen los otros. Nuestros fines son fines ordinarios, no hay fin en sí, nada es esencial, nada tiene razón de existir. Ninguna campaña, ninguna empresa resiste la reflexión y mucho menos el análisis. Arrebatos sí, ya que no se puede escapar de ellos, pero convicciones no. ¿A qué certidumbre afiliarse en medio de una humanidad finalizante? Una universidad americana me invitó a ofrecer cursos durante un año y he respondido que me consideraba incapaz, visto que cualquier idea me rebota al cabo de un cuarto de hora. Feliz o desgraciadamente, todo proclama la inanidad de todo. El otro día, luego de una emisión científica donde nos aseguraban que en dos mil millones de años la Tierra se incrustará contra el Sol, he respirado como si esta hermosa conclusión fuera inminente. La especie no existiría por mucho tiempo si todos obraran como yo. Eso, no obstante, sucederá un día. En la espera, somos empujados por la corriente, participamos de la ilusión con más o menos brío. Yo no aspiro a imponer mi cosmovisión a sombras frenéticas. Solamente que, aunque no lo queramos, el patente sinsentido del proceso universal, este triunfo de la mentira, esta agresión contra la lucidez, será percibida algún día por cada uno. Veo el futuro. Todos lo verán un día. Y ese despertar será el fin del hombre.



- ¿Cuántos libros piensa escribir todavía para probar que la literatura no tiene sentido?

- El peligro para mí es que devenga senil y pueda convertirme en Dios sabe qué. Eso siempre es posible: con la edad, el espíritu crítico disminuye, y nuestras decepciones, acumulándose, pierden intensidad y fuerza. En mi espíritu, “Confesiones y anatemas” debería ser mi último libro. No olvido, sin embargo, que ya tomé la misma resolución una decena de veces. El suicidio me ha parecido siempre el gesto por excelencia, el único digno de un espíritu que se respete. Algo curioso debo señalar: el hecho de escribir me ha impedido pasar el acto, la expresión ha sido una liberación, la única manera de vencer una obsesión tan legítima. Sea dicho, debo reconocer que he perdido realmente el deseo de escribir. Después de haber denunciado tantas formas de ambición, la literaria en primer lugar, no veo por qué deba continuar. Otra aclaración se impone: es el hecho de haber cambiado de lengua a los 37 años lo que me ha estimulado con el deseo de continuar. La lucha con el francés, lucha con cada palabra, equivale a una conquista permanente que renueva todo, que transfigura el desaliento y también el disgusto. Sería necesario que tuviera el coraje de enfrentarme ahora a otro idioma para regenerar mis negaciones. Y ya no tengo fuerzas para eso. También necesitaría reservas de energía para sostener, alimentar el orgullo. El escritor es un conquistador; desde que empieza a dejar de creerse único está perdido. La desmesura es inseparable de la vitalidad literaria. Habiendo perdido el apetito de afirmar y, lo que es más grave, de negar, he perdido igualmente mi razón de existir. Es inevitable por consiguiente que deje de creer en el porvenir de la literatura, de la filosofía y del resto. Nuestras ideas proclaman o encubren nuestras flaquezas. Aquí reside en última instancia la gran excusa de la locura de escribir.

Publicado en “Rendez-vous en France”, bimensuario de la Secretaría de Estado para las Relaciones Culturales Internacionales del Ministerio de Relaciones Exteriores, No.4, París, Marzo-Abril de 1989.
Traducción de Maykel González Vivero.

La marca de Absalón en un tatuaje sobre los muslos carcelarios

(Fotografía de Internet: Mara Salvatrucha)

La marca de Absalón
en un tatuaje
sobre los muslos carcelarios.
La noche que nos tendimos a filosofar sobre la continencia
los argumentos no soportaban un examen largo
ni el disentimiento acucioso.
Otros trashumantes
solían fecundar sus propios pasos
con el sahumerio de una sagrada niebla.
Los calendarios deshojaban la corteza del invierno,
árbol crispado y añoso de los avisos crueles.
Creímos divisar carteles de desafío,
insinuantes recompensas por nuestras cabezas,
pese a que ninguna descripción colmaba
la realidad de aquella inclinación filosofante.
El lienzo de la carne inviste de nobleza
los dibujos villanos de Absalón,
supone la locura de atar los hilos de salvación al pecio de un velero sin arboladura.
Yo no quería transitar a solas
la dolosa hilaridad de una avenida tan prolongada por el desasosiego de eludir
los amables sicofantes, gente muy ejercitada por la soledad.
En los muslos
un tatuaje carcelario anticipa la cancelación,
el develamiento de la huida en una berlina tirada por seis caballos,
atravesar la niebla con los atuendos de la viudez
en pos del artista incógnito.

sábado, 5 de enero de 2008

Sobre una conversación en Playa Uvero, diciembre de 2007




(Fotografías de Adrián Quintero Marrero)


La madera articulaba los pueblos siberianos

-artificiosa madera de los pecios recuperados,

tos húmeda sobre el invierno-

como solía complacernos

la visión del mar enemigo,

navegado por sus monstruos.


Los que parten en invierno saben.



ELEGÍA EN TRES ACTOS POR LA VOZ DE AMELITA GALLI-CURCI



Se basta para escenario la creciente edificación de la altivez,
otro recurso escénico: el reconocimiento paliatorio del silencio. Acto primero: hacer mutis desde el primer acto. Como si quisiera postular de antemano la grandeza de la retirada prematura, a la usanza de los victoriosos generales que cifran la victoria en las armas enfundadas.
Acto segundo: en la piazza del Duomo la espléndida tramoya obliga a mostrarse vacilante ante los paisajes flamígeros, -una desconocida se parece a mi madre, quizás sea demasiado elegante- tú ni yo recordamos ahora cómo nombran al río de Milán, ni siquiera si existe un verdadero río milanés que no sea agua teñida en la factoría de La Scala.
Tan escueta te portas, ¿acaso alguien puede prever la calaverada providencial que supone hacerte callar con el ambiguo fin de devolverte a un sitio sin palidez? Acto tercero: admitir que hubo una vez el estupor de escucharse a sí mismo sin conmoción, -como si se tratara de mi madre investida ahora de una solemne elegancia, semejante a una desconocida poco eufónica, de amenazante apariencia- extraviar la voz en los sobrecogedores cilindros de un silencio responsorial.

viernes, 4 de enero de 2008

Cementerio de Reina


Aquí vienen
-a citar con la mudez de sus pasos
la muerte de unos cientos-
dos que sólo parecen corteses y ávidos
a los nobles transeúntes.
La gente infiere,
-apenas vienen dos-
el ostensible gesto es la temeridad
de acudir tardíamente,
cuando ya no basta una obsequiosa mirada
para rendir al portero,
la bestia, el guardián de los muertos.
La tumba de un bachiller,
las grietas magistrales,
curvilíneas,
el trazo de la minuciosa muerte
es el atisbo de un artista obcecado por la moda prerrafaelista.
La muerte de los suicidas,
otro interdicto.
La muerte en el estanque
parece decaída;
es la muerte prerrafaelista,
inunda las tumbas con las aguas invictas de su taciturna piedad.
Un caballo con jaeces bermejos
pasta a la sombra de un naranjo.
Hay dos que leen
-como si tales fueran nuestros deseos-
una inscripción latina en el oscurecido frontispicio.

Agosto de 2007.