jueves, 29 de julio de 2010

Mi respuesta a Ernesto

-
No molestan tus observaciones. Por el contrario, me ofreces la oportunidad de reflexionar sobre algunas generalidades estilísticas y vitales que me atañen.

Sobre la sintaxis y especialmente el vocabulario, a lo que pareces referirte, pienso que el lenguaje sigue siendo pobre para expresar la infinitud de matices que podemos captar. Hay como un desequilibrio entre lo que experimentamos y lo que alcanzamos a decir con las pobres palabras. La poesía -y toda creación es poesía en su instancia primigenia- aspira, como observaba el cubano Raúl Hernández Novás en la obra de César Vallejo, a dejar su marca de idioma poco usual; yo diría, de lenguaje renovado y decantado de sus vejeces. Por otra parte, amigo mío, cada uno escribe como puede, con lo que se tiene a mano. Yo querría usar un protoidioma, como ese que ha visto el analista mexicano Fredo Arias en numerosos poetas, pero mi lengua está contaminada por palabras venidas de cualquier parte y pulirla es tarea titánica que le dejo al viento.

Acerca del otro tópico que te pareció impropio -mi sexualidad-, he aludido a sus accidentes con toda la naturalidad posible. No he hecho profesión de fe homosexual, ni siquiera he invocado a Platón para exponer un noble precedente que ha desconcertado al Occidente judeocristiano. No, jamás lo intentaría. He querido solamente pasar por normal, en esta entrada al menos. Si leíste también una anterior sobre ciertas luchas cubanas por los derechos de los homosexuales, te recuerdo que los discriminados por cualquier motivo -con la ventaja de conocer la lógica enemiga- no tienen a veces más opción que enfatizar su singularidad para defenderse de los que intentan persuadirlos, desde el dislate, de su inferioridad. Eso hicieron las mujeres, los negros y los comunistas durante el siglo XX.

Betanzos también está en la vecindad de La Coruña, así no dudo que por alguna raíz seamos parientes.

Saludos desde Sagua la Grande, Cuba; el sitio donde también se parapetan las certidumbres universales de mi singularidad.

jueves, 15 de julio de 2010

Circunloquio del vacacionista adolescente

-

Vi a los transeúntes bajo inútiles paraguas porque el lunes llovió. Otras veces usan semejantes salvaguardas, pero no son tan infructuosas.

El martes descendió el voltaje y no pude acabar una mala comedia sobre un padre exitoso en todo menos en su paternidad. Más tarde, ya a oscuras, mi padre escudriñó la casa con una linterna a ver si me sorprendía con alguien. Por suerte, Eric estuvo lo bastante despierto como para meterse bajo la cama a la manera de un personaje de Boccaccio.

A esta cama hubo que agregarle una pata hace años; es la única pentápoda que he conocido. Me gustaría decir que se estropeó durante una memorable faena erótica. La verdad es que esa viga amenaza con hacerse paja desde mi infancia. Como prueba de mi perseverante adolescencia diré que he dormido ahí durante toda mi vida.

Por culpa de esa pierna postiza que tan noblemente me sostiene, Eric se atascó y estuvo a punto ser descubierto. Creo que a mi padre le tortura más la idea de mi sexualidad que el riesgo de hallarme ejerciéndola.

El lunes habló Fidel, investido por su nuevo don de evangelista en Patmos. El martes hablé yo: dije que desistieran de la permuta que propusieron hace meses. Expliqué mi certeza de que la casa que desean no existe. Otra vez me sentí adolescente en pugna. El miércoles nadie habló. En cuanto a mí, seguí leyendo una novela de Amin Maalouf que me regalaron hace años y todavía no termino. También oí a Juliette Gréco en una pieza de empaque optimista, a ver si me alivio.

Esta semana debí viajar y de pronto me acometió el síndrome del caracol. Un caracol nocturno en un rectángulo de agua. Ya pedí perdón a quien me esperaba, pero no sé todavía si me perdonan por el miedo y la parálisis.

Foto: La Punta, Isabela de Sagua, 14 de junio de 2010.
-

viernes, 9 de julio de 2010

The snow garden

-

Aguas de nieve han dado al yacente para curarlo de su mal flamígero. Al beberla sobreviene un estallido helado en los dedos, como al hundirlos en el morral de los sicofantes.

A mí me dieron carámbanos, un puñado de piedras blancas para sanarme de las aguas lapidarias.

Tuve que guardar la blanca escudilla bajo la cama hasta el advenimiento del septentrión que anhelaba.

Todavía recuerdo a los marchantes de nieve, caballeros ultramarinos que dejaban pendones para corroborar su frívolo paso. Por unas monedas cedían el raro esplendor de una aurora boreal y la turbia impugnación de otras auroras.

Foto: Jardín nevado, de Peter Henry Emerson (1856-1836)

viernes, 2 de julio de 2010

Violines del Leteo


Bajo el puente de Isla Verde, donde se vierte el Leteo y la memoria desciende sobre los violines hasta romperles el secreto de su voz doliente.

Asido a los cabellos inextricables de Rapunzel, ahí, compongo el violín extraviado por el maestro cantor que anoche encomiaba la virtud del Leteo y su negro alivio.

Por donde viaja el cisne wagneriano cae el buen Lohengrin, cae por oficio con su silueta mojada de impurezas. El paseante fuliginoso se quiebra una pierna y retira de sí el rostro de su hijo extraviado en una isla de asfalto.

Rapunzel me creyó príncipe de alguna dinastía afincada en un país áspero porque sintió cómo se hunden las espinas traídas de lejos, con cuánto dolor se hunde la música de las espinas en este jardín difuminado.

Rapunzel nunca fue princesa ni cedió los cabellos a nadie que no marchase, hábil cisne, hasta el puente donde caigo, como oficioso caballero, en el páramo de los violines impuros.

Foto: Arroyo de Contreras, desde el puente de la Concordia (1859). Cocosolo, Sagua la Grande.