jueves, 24 de junio de 2010

Mañach, en la cubanidad canónica

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“Al muchacho le pareció un Unamuno atildado, todavía joven, y sin fe.”[1] Así evocaba Cintio Vitier a Jorge Mañach en el tercer capítulo de su novela “De Peña Pobre”. Según Renée Méndez Capote, Gabriela Mistral también se ocupó en definirlo durante un almuerzo habanero que propició la analogía entre Mañach y Marinello: “Eres vacilante, y como no tienes raíces, no afincarás.”[2]

Juicios siempre definitivos correspondieron a Mañach. Criterios monolíticos que contrastan con su vocación de conciliar “intereses contrapuestos” en una Cuba demasiado escindida.

Jorge Mañach nació en 1898 y vivió hasta 1961. Estos límites cronológicos, que coinciden con el alfa y la omega de la República, lo han erigido en sucedáneo de ella misma, en intelectual modelo de una etapa que consiguió enjuiciar mejor que nadie en aquel ensayo clarividente, “Indagación del choteo”.

Jorge Luis Arcos, lejos de cualquier reducción impuesta por ortodoxias diestras o siniestras, describió su desgarramiento ideológico como una tragedia para alguien que se consideró a sí mismo conciencia de la nación:

[…] lo trágico de su destino consistió en la inadecuación entre lo ideal y lo real, entre su ideología y los cauces de la realidad.[3]

Mañach fue duro con la República –la consideró un “conato de Estado en una patria sin nación”-, pero siguió creyendo en ella. Estuvo con los jóvenes de la Protesta de los Trece, y luego se alineó con el ABC de matices fascistas. Entre los intelectuales de su generación quiso encarnar a la vanguardia y después se parapetó en su negativa de comprensión para los origenistas. Detentó ministerios y acabó exiliado al advenimiento de Batista. Aplaudió a la Revolución y renegó de ella.

Este era Mañach, ensayista orteguiano que desconfiaba de las masas y aspiraba a una evolución natural hacia cauces de mayor madurez e ilustración. En esta vocación de aleccionar fue un perfecto magíster, artífice de la Universidad del Aire, autor de unas conocidas lecciones filosóficas, forjador de un canon reflexivo de la cubanidad que negaba lo "benéfico" de la influencia norteamericana y asumía a Martí en uno de sus discursos capitolinos como el gran ausente del escenario republicano.

De aquellas vacilaciones que lo convirtieron en un “bombín de mármol”, símbolo del estatismo y la reciedumbre de ciertos vetustos intelectuales, sobreviven esos ensayos de palabra perenne donde analizaba, con una prosa de maestro, los eternos apuros de la cubanidad plena: el choteo como rasgo dominante del carácter nacional, los infortunios económicos y la frustración de las utopías libertarias.

Mañach, además, nos escribió la mejor biografía martiana. Él era un estilista y su encarnación de Martí posee vida propia. A pesar de los defectos que se le han señalado a la obra, Fernando Pérez afirma ahora mismo haber urdido su Martí cinematográfico gracias al precedente vívido de Jorge Mañach.

¿Es posible quererlo? ¿A él, que fue burgués y martiano, elitista y enemigo de los imperios, cubano graduado de Harvard y profesor en La Habana, cubano siempre, nacido en Sagua la Grande y muerto en el exilio universitario de Río Piedras, Puerto Rico, el 25 de junio de 1961?

No afincarás –profetizó la Mistral-. Pero algo de él se afinca hasta hoy. Una saeta, ya perdida, de aquella cubanidad suya que Cintio advirtió, suspendida e inexorable, en el poema titulado “Jorge Mañach”:

No sé por qué hoy aparece
ante mis ojos su figura
esbelta, escéptica, fallida
y siempre airosa sin embargo,
flexible palma de una patria
que no podía ser: tan fina,
sí, tan irónica, tan débil
en su elegante gesto, lúcido
para el dibujo y el fervor,
los relativismos y las
conciliaciones, con un fondo
de gusto amargo en la raíz.
Ciegos sus ojos para el rapto,
usted no vio lo que veíamos.
Bien, pero en sombras yo sabía,
mirándolo con hurañez,
lo que ahora llega iluminado:
Tener defectos es fatal
y nadie escapa a sus virtudes.
Tener estilo en vida y obra,
no es fácil ni difícil, es
un don extraño que usted tuvo,
Jorge Mañach, para nosotros.
Esta mañana es imposible
que usted haya muerto. Viene ágil,
sin vanguardismos ni Academias,
de dril inmaculado, laico,
maduro, juvenil, iluso,
entre sajón y catalán,
a dar su clase de Aristóteles,
y en el destello de sus lentes
hay un perfil de Cuba, único,
que al sucumbir quedó en el aire,
grabado allí, temblando, solo…

Notas.

[1] Cintio Vitier: De Peña Pobre, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1980, p. 60.

[2] Renée Méndez Capote: Amables figuras del pasado, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1981, p. 215.

[3] Jorge Luis Arcos: Tendencias diversas: J. Mañach, M. Vitier, R. Guerra, et al. Instituto de Literatura y Lingüistica “José Antonio Portuondo Valdor”: Historia de la literatura cubana, Tomo II, Letras cubanas, 2003, p. 714.

5 comentarios:

SkyDreamer dijo...

Muchos intelectuales cubanos debieran aprender de ti, llevas el genio ilustrado dentro, solo tienes que desatarlo y dejarlo volar libremente. Siempre sigo tus puestas en el blog y como a muchos, ya se me han convertido en referencias obligadas para tomarle el pulso al pensamiento y a la vida. Sigue escribiendo, te necesitamos.

Maykel dijo...

SkyDreamer, un abrazo. Hace mucho que no nos vemos, y te echaba de menos...
Recuerda, todavía no sé cuál es la estrella polar. En la playa, la otra noche, lamenté mi ignorancia en materia de cuerpos celestes.

SkyDreamer dijo...

Hay un proverbio que dice "Regala un pescado a un hombre y le darás alimento para un día, enséñale a pescar y lo alimentarás para el resto de su vida", más que decirte donde está el norte no pierdo la esperanza de enseñarte algún día como encontrarlo, esa es una lección que tenemos pendiente. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Hay para quienes el norte es el sur del que lo busca ¿Se enseña a encontrarlo?

Profundo texto,segun el poeta que advierte, "Tener defectos es fatal
y nadie escapa a sus virtudes."
Igual sigue sin gustarme, el poeta , digo.

Te lo debia.

Maykel dijo...

Cierto, a veces el norte está en el sur...

Gracias, Fidel.