viernes, 14 de marzo de 2008

Una carta de María Zambrano


Entre tantas cartas de María Zambrano a Lezama decidí copiarles la penúltima. Vacilé antes de elegir pero es que, en el final de la correspondencia que ninguno de los dos podía prever, esta gravita como una urgente y a la vez premonitoria intención de decir palabras de esas que corren el riesgo de no decirse nunca. En una carta anterior, de 1958, María declara: "¿No cree Ud amigo Lezama un vicio muy español ese 'ya sabes que soy amigo tuyo, tú ya me conoces, sabes mi estimación y cariño'. Y respaldarse ahí para ahorrar toda manifestación. Siempre he sentido en modo contrario que amor, amistad, afecto, estimación, admiración, por la obra, deben ser puestos de manifiesto y no 'pudorosamente' rebajados a la categoría de lo obvio. Para mí nada extraordinario ha sido obvio nunca. Y extraordinaria es la amistad y el encontrar obras y personas, lugar también donde abrevar la sed de estimar y admirar, que en mí, a lo menos ha sido de tan constante y viva, torturante."
Juzguen ustedes mismos si fue consecuente. Aquí está la carta:

La Piece 3 de junio de 1975[1]

Mi querido José Lezama Lima

Le escribo en este viejo papel arrugado, pero de hermoso color porque lo he encontrado entre unos papeles míos de La Habana. O lo compré allí o allí llegó desde Italia. Allí ha estado y se quedó suelto como en espera de dedicación. ¿Cómo decirle cómo? Me tranquiliza el saber que en esta transparencia en que estamos como vivientes la palabra comunicativa va dejando lugar y blancura a la palabra de comunión. Hace ya tiempo o siempre en lo que usted escribe sucede, va sucediendo sin anuncio, anuncio ella misma y su cumplimiento, identidad de promesa y ser, tal como lo vi en su persona –en su presencia- en la hora de conocernos aquella noche en la Tabernita de enmedio[2]. Enmedio, y estuvo bien pues el en medio –árbol o fuente o piedra- nunca se nos revolvió ni se nos interpuso. El en medio fue siendo cada vez más para nosotros centro despejado en torno al cual tenuemente danzamos. Sí, abrazada a Araceli[3] sigo yendo y volveré cuando ya sólo pueda volver de otra manera, que espero, será la misma sólo que intangible del todo, invulnerable a la prisa, cuando la granada al fin se abra o cuando el ser como granada se abra en ofrenda que no se desparrama. Sin gravitación. Su palabra amigo Lezama, poeta, se va dando cada vez más suelta de la gravedad. Y entiendo bien, se me figura, su mención de las conversaciones de Benito o Benedetto y Escolástica, sueltos de la gravitación y de la gravedad, como las lágrimas de un llanto de gloria.
Le di en seguida a Valente su poema para que lo enviara a alguna parte y así lo hizo, a “Insula” y en seguida recibió contestación celebrando el poder publicarlo –el que les haya sido dado. Mas él me encargó y yo me añado en el ruego de que nos envíe, a él, a mí, otras cosas que Ud. Escriba: poemas o prosa, capítulos del Inferno, para que salga en revista o libro. No lo deje, si puede hacerlo.
(Me he equivocado al dar la vuelta al papel, mas persisto en mandárselo así, haré las indicaciones necesarias).
Me dijo Ud. una tarde en el jardincillo a la puerta del Lyceo, a la salida de una de mis innumerables conferencias: María, se le han puesto los ojos azules al hablar. Y Ud. no podía saber que toda mi vida quise tener los ojos azules. Y solamente Ud. los vio aquella tarde.
Al cabo de milenios, el viernes treinta di una conferencia. Fue en la cátedra de Español en la Universidad de Geneve. Fue sobre los supuestos históricos de mi introducción a “Hora de España” XXIII[4] y sobre el momento previo al 14 de abril y el mismo 14 de abril. Fui dando saltos de acróbata por lo mucho que llevaba que decir y al fin ya terminé, como pensaba, con la lectura de “Masa” de César Vallejo. El centro: Unamuno, Ortega y Machado. Todo un ayer estaba ante mí y no sentía sino a raticos estar dirigiendo mi palabra a nadie. Mas cuando lo sentía , cuando a alguien me dirigía era a Ud., José Lezama Lima. ¿Cómo si estuviera allí? No, como siempre y como ahora. Y claro que debajo del decir había oración. Y esto de la oración como lo de los ojos azules, sólo Ud., creo, lo oye y sabe. Sí, propiamente rezo un poquito, pero si pienso en seres como Uds., si escribo, si hablo aunque parezca bien lejos, estoy orando. Y sólo desde hace poco tiempo y por Araceli, esto se me va haciendo transparente, esta oración de la que salta de vez en cuando alguna palabra, como pez de las profundidades no abisales ya.
Y gracias por su vino y por el légamo. Tuvo Ud. siempre la virtud de los ínferos, lo de abajo, lo que queda, aparezca salvado sin dejar su ser. Dios se lo pague.
Con cariño, con fe en Uds. dos, un abrazo

María


[1] Son las postrimerías de la correspondencia. El poeta moriría de súbito el siguiente año, el 9 de agosto de 1976. Las notas al pie son mías. MGV)
[2] Se refiere a la Bodeguita del Medio, en La Habana Vieja. Se conocieron en 1936.
[3] Araceli Zambrano, hermana de María, su acompañante en el exilio, había muerto en 1972.
[4] En una carta anterior, María se refiere a esta revista de la España republicana, secuestrada por los militares, cuyo último número no llegó a verse, pero permaneció oculto en manos amigas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Nunca mejor llevado su nombre de "Maestro"....

"Y Ud. no podía saber que toda mi vida quise tener los ojos azules. Y solamente Ud. los vio aquella tarde."
En mis tardes, al salir de la Editorial, solía vagar sin rumbo por las calles de la Villa. Una de estas tardes, mis pies me llevaron por impulso propio pues mis pies son independientes del resto de mi cuerpo, a la Casa de Lezama. Actualmente es un museo que casi nadie visita. Fue increíble ver su biblioteca o la mesa donde escribía. Me dio mucha rabia también, tantos Magos como él en la isla, y que se fueron pudriendo con el verdín de los años y el olvido. Otros, como el eterno Virgilo ( el Piñera), son aclamados ahora con un éxtasis casi orgásmico. No quiero pecar de lenguaraz, pero al trabajar durante algunos años en el Instituto Cubano del Libro, pude conocer y hablar con muchos de estos "conocedores en vida" y que hoy reciben premios por ello. Decepcionante.

Sin embargo, tuve el privilegio de conocer, muy íntimamente, a un gran amigo de Lezama y de Virgilio, (de los que no reciben premios, porque han abandonado la isla) y me ha comentado, (y aquí no puedo evitar el cotilleo) que muchos de sus actuales "amigos" en la época oscura de la Revolución, no movieron un solo dedo por evitar ciertos horrores. Y que el grupo Orígenes tenía tanta magia que aún hoy muchos se preguntan, si su nombre era una señal de algo trascendental.

Hoy, tenemos la gran dicha de conocer al Maestro Lezama (como a otros) sin pecar de remordimientos: Tenemos su obra, tenemos la obra de los que le conocieron y no a través de la verborrea inútil de un grupito de intelectuales.

Y tenemos a Magos como tú, Maykel, que reviven su recuerdo hasta en la manera de dialogar con el mundo.

Gracias y mil veces gracias.

Libélula

Maykel dijo...

Yo también estuve en Trocadero
162. Quería ir a toda costa, me parecía la única posibilidad física, que no espiritual, de visitar a Lezama en su propia sala, donde hasta sus detractores tuvieron que acudir alguna vez.
A pesar del cartel, nadie sabía en los aldedores que ésa era la casa de Lezama. Fue sobrecogedor descubrir que allí lo urdió todo; es más pequeño que mi casa... Mucho de la esencia cubana, de nuestro estilo exuberante y estoico está en esa pequeña sala, adornada por libros y cuadros, donde transcurrió casi completa la vida de Lezama y sus conversaciones. Cuba entera cabe en esa salita, con Lezama al centro. Así de dúctil es nuestra isla.
Por otra parte, lo que dices es justo, duele que hoy sean banderas los que antes se murieron a solas consigo mismos, aunque, pensándolo bien, y pese a la angustia, ellos confiaron en su legado. Esa zozobra del final, vista desde las reivindicaciones de hoy los hace todavía más ejemplares como intelectuales que nunca se traicionaron, fieles a sí mismos y a sus credos.
Me sorprendió enterarme en Internet que Lorenzo García Vega, el benjamín de Orígenes, sigue vivo y todavía escribe. Ése es el mejor testimonio que se pueda dar: la creación. ¿Has visto ese libro suyo, "Los años de Orígenes"? Parece interesante, muy personal.
Me gustaría leerlo alguna vez.