Silvia tenía una mano incompleta.
¿La izquierda? El antebrazo acababa en un muñón cónico rematado por un
incipiente dedo. La mano de mi tía abuela era una verdadera pezuña.
Casi no recuerdo los modales de
Silvia. Vivió con nosotros sólo hasta finales de la década de 1980, poco
después mis padres se mudaron y llevaron consigo a América, la menor. El resto
de las hermanas solteras de mi abuelo, todas octogenarias, pactaron recluirse
en un asilo. Allá íbamos a verlas. Nos recibían en el jardín para impedir que
los viejos nos besaran.
Se me ocurre que Silvia Valentina
González Toledo nació en noviembre, pues el tres de ese mes la Iglesia festeja a Santa
Silvia de Roma o acaso de Sicilia, la madre de San Gregorio Magno. Mi tía debió
nacer en la primera década del siglo XX, en algún paraje rural. Fue madre de los
sobrinos y escolta de los santos. La evocan con una alcancía y una imagen de
altar a cuestas, ceñido el santo a su cuerpo maduro gracias al brazo del muñón,
solicitando limosna para alguna cofradía. El catolicismo de Silvia tenía visos
medievales: llegó a sugerir, por fe en los curas, que los adolescentes de la
familia –mi padre y su hermana- huyeran de Cuba en la estampida de la Operación Peter
Pan. Hasta un arresto le acarreó su devoción en los disturbios entre católicos
y comunistas.
Durante la República mi tía abuela
desempeñó un cargo menor en el ayuntamiento. Me cuentan, sin aclarar el porqué,
que recibió durante algún tiempo una de aquellas botellas republicanas, una
prebenda obsequiosa. No sé cómo se portó durante los episodios trágicos de la
época. En su condición de transeúnte inveterada y escolta sacra no descarto que
Silvia haya marchado contra los tiranos, compelida por las muchedumbres. Al
menos dio fe de una épica familiar: se decía descendiente de un mambí muerto en
los campos cuando la guerra de 1895.
Guardo unas fotos que muestran a
Silvia ocultando la pezuña en la palma de su única mano. El escamoteo del
muñón, decidido a no revelarse a la posteridad, corrobora que ella vivió inconforme
con la presunta imperfección, aunque siempre destacó por su eficiencia en las
labores domésticas, incluso en las tareas que requerían el uso de la mano
ausente. Nadie sugirió jamás que hubiera abrazado la suerte de la solterona por
causa de aquella manquedad. Mis tías abuelas pactaron una soltería misteriosa,
inexplicable para la lógica de mi siglo, que no fue el suyo; ellas se formaron
según los moldes del siglo diecinueve. Ninguna protestó el celibato. América,
la tardía casada, celebró sus nupcias cuando quiso, con más de setenta años.
Bien anciana, Silvia adquirió la
manía de colectar objetos inservibles. Gran conmoción le ocasionó una limpieza
forzosa de su habitación: sus tesoros quedaron expuestos, la despojaron de esas
posesiones; yo, entonces pequeño, pude apropiarme de un par de maravillosas
baratijas: una campanilla de hierro y unas tijeras con una trompeta grabada.
Sendas piezas que me adjudiqué y he devuelto en algún poema.
De las facultades de Silvia
recuerdo su pasión por las matemáticas, la extraordinaria precisión con que
recitaba las tablas de multiplicar. Poníamos a prueba aquel don, solíamos
examinarla en las cifras más dificultosas y nunca la vimos en apuros. Cuatro
por seis, seis por ocho, ocho por nueve. No era muy locuaz al final de su vida,
pero admitía que la probáramos, segura de atinar. Cuatro por seis, la lozanía lejanísima. La
nostalgia de una familia propia, la pezuña en el aire, fueron iguales a seis
por ocho. El tesoro secreto: ocho por nueve, cifra fantástica, beso rechazado de
los viejos.
5 comentarios:
Maykel de mi corazón, la crónica es hermosa. Me ha emocionado, como siempre, como tú sabes. Se te dan tan bien esas historias familiares, que siempre extraño un libro, tu libro, el libro de tu familia y tu ciudad, de las historias reales y las soñadas... Tienes que escribirlo, Maykel. Un abrazo grande...
Verbo(des)nudo se sentiría orgulloso de publicar tus crónicas.
Abrazo.
Mayquel, me pregunto si has sabido algo sobre la muerte de Fñelix en México en junio de 2012, ya casi un año.
He intentado escribirte, no quería que fuese por esta vía.
Escríbeme a yoandyc@gmail.com
No es necesario que publiques este comentario. Escríbeme.
Saludos,
Yoandy
fgnoviembre11@gmail.com
es este mi correo.
Es curioso. Yo también tuve tres tías abuelas solteras, y tampoco creo que lo pactasen. Una fue mi favorita, Úrsula se llamaba, y fíjate que fue ermitaña a lo largo de su vida. Me gustó la vida de tu tía Silvia.
Saludos, amigo mío.
Publicar un comentario