Mi tía abuela, Silvia Valentina González Toledo, aseguraba descender de un mambí que fue muerto durante la última guerra contra España. La referencia me llega muy desvaída. Mi padre asegura que se trata de Severino Toledo Jorges [sic] y añade que, en parte por su ascendencia mambisa, recibía Silvia una pensión –"una botella”- de los gobiernos republicanos. Severino está enterrado en el mausoleo de la brigada de Sagua la Grande; la gran tumba, al centro de una plaza, contiene más de un centenar de muertos. Camino por ahí para abreviar las rutas; mi antepasado mambí no se percata de mi paso.
Severino fue apenas un confidente, según reza en la placa de bronce. Fue muerto en los campos de Cuba por las revelaciones que hizo a los independentistas; se me ocurre, sin embargo, que era un hombre parco, tan escueto para hablar de sí que lo desconocemos todo de él. De Severino, el confidente, no me ha llegado ninguna confidencia.
Mi bisabuelo -se llamaba Benigno y era un buen hombre- le dijo a mi padre que los mambises pasaban por su finca y solían comer y beber un poco. Lo contó más de treinta años antes de mi nacimiento; recibí muy tarde las noticias de la guerra. Sé, aunque no lo haya precisado nadie, que los mambises siguieron frecuentando las tierras de la familia hasta el advenimiento de la reconcentración. Mi bisabuelo nunca explicó cómo sobrevivió a la hambruna.
Demasiado tarde me llegan las noticias de la guerra. Algunos remanentes sí llegué a ver, como el candelabro de bronce que guardaba Fidelina Hernández Morilla, casi prima de mi abuela. Sirvió para alumbrar las tertulias de la casa cuando la ciudad quedó a oscuras. Fidelina dijo: “este candelabro nos alumbraba en los últimos años del siglo”, y qué luz turbia advertí en la pátina de bronce… Eran los días en que Francisco de Paula Machado, alcalde autonomista de Sagua, respondió a la amenaza de la empresa del alumbrado público con estas palabras: “no puedo entregarle el dinero de los hospitales, apague usted cuando quiera”. Nadie apagó, sin embargo, aquel candelabro.
Mi último recuerdo de la guerra es muy reciente. Lo consignaré para despecho de los que suponen que la beligerancia ha terminado y que no han de llegarnos nuevas noticias. En la antigua calle de la Amistad –hoy Carmen Ribalta- me encontré a Aguedita Martín Landa, nonagenaria, gran amiga de mi abuela, nieta del alférez Landa, mambí de la brigada de Sagua la Grande. Ella puede hablarme de Robau, el general más joven y apuesto de la guerra, como si lo hubiera tratado personalmente. Esta vez íbamos por aceras distintas y Aguedita se contentó con apoyarse sobre las piernas y alzar el bastón. Entendí lo cifrado en su gesto; nos hacemos estas confidencias desde hace años. Había dicho, otra vez, ¡viva Cuba libre!
Foto: Placa de bronce en la puerta del mausoleo. La mano señala el nombre de Severino.
Severino fue apenas un confidente, según reza en la placa de bronce. Fue muerto en los campos de Cuba por las revelaciones que hizo a los independentistas; se me ocurre, sin embargo, que era un hombre parco, tan escueto para hablar de sí que lo desconocemos todo de él. De Severino, el confidente, no me ha llegado ninguna confidencia.
Mi bisabuelo -se llamaba Benigno y era un buen hombre- le dijo a mi padre que los mambises pasaban por su finca y solían comer y beber un poco. Lo contó más de treinta años antes de mi nacimiento; recibí muy tarde las noticias de la guerra. Sé, aunque no lo haya precisado nadie, que los mambises siguieron frecuentando las tierras de la familia hasta el advenimiento de la reconcentración. Mi bisabuelo nunca explicó cómo sobrevivió a la hambruna.
Demasiado tarde me llegan las noticias de la guerra. Algunos remanentes sí llegué a ver, como el candelabro de bronce que guardaba Fidelina Hernández Morilla, casi prima de mi abuela. Sirvió para alumbrar las tertulias de la casa cuando la ciudad quedó a oscuras. Fidelina dijo: “este candelabro nos alumbraba en los últimos años del siglo”, y qué luz turbia advertí en la pátina de bronce… Eran los días en que Francisco de Paula Machado, alcalde autonomista de Sagua, respondió a la amenaza de la empresa del alumbrado público con estas palabras: “no puedo entregarle el dinero de los hospitales, apague usted cuando quiera”. Nadie apagó, sin embargo, aquel candelabro.
Mi último recuerdo de la guerra es muy reciente. Lo consignaré para despecho de los que suponen que la beligerancia ha terminado y que no han de llegarnos nuevas noticias. En la antigua calle de la Amistad –hoy Carmen Ribalta- me encontré a Aguedita Martín Landa, nonagenaria, gran amiga de mi abuela, nieta del alférez Landa, mambí de la brigada de Sagua la Grande. Ella puede hablarme de Robau, el general más joven y apuesto de la guerra, como si lo hubiera tratado personalmente. Esta vez íbamos por aceras distintas y Aguedita se contentó con apoyarse sobre las piernas y alzar el bastón. Entendí lo cifrado en su gesto; nos hacemos estas confidencias desde hace años. Había dicho, otra vez, ¡viva Cuba libre!
Foto: Placa de bronce en la puerta del mausoleo. La mano señala el nombre de Severino.
3 comentarios:
Je je , mi abuelo también se llamaba Benigno.
Abrazo.
Abrazo para ti.
Hola Maykel, te invitamos a participar de nuestro proyecto cultural.
Somos una revista que recién sacó a la luz su segundo número, sería un tremendo honor para nuestro colectivo contar con tus letras en nuestras páginas, si te interesa la idea y quisieras saber un poco de qué se trata todo, solo contáctanos, esperamos por ti.
Colectivo Verbo(des)nudo.
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