He tratado desde hace años a un bibliómano auténtico. Roberto H. no cejó hasta devenir bibliotecario en las barbas del Manco. Hay una efigie en el vestíbulo de la biblioteca municipal, un busto donde –oh crueldad de turcos- pareciera que rebanaron en Lepanto ambos brazos a Miguel de Cervantes.
El empeño de la vocación ha investido de peregrina solemnidad el cómico trote de Roberto H. Mi amigo encubre la torpeza con ceremoniosos pasos entre los frágiles anaqueles: un gordo en el laberinto de la biblioteca es otro elefante inmóvil al centro de la cristalería: un codazo basta para echar por tierra –literalmente al polvo de los mosaicos- la labor secular de otro Apolonio de Rodas. Cuando Roberto H. se abre paso esforzadamente sobre una nube de polillas, el lector experimenta de antemano la fatiga posterior a la lectura de un volumen muy grueso.
Este recinto que describo, de arquitectura finita, nada envidia a la biblioteca borgeana de los hexágonos superpuestos. Nuestra biblioteca fue confinada a un almacén en los bajos del edificio Beguiristaín, mole ecléctica del año 1926. Las columnas que sostienen los pisos de arriba se suceden en sucesivos tramos y confieren al salón cierto aire de infinitud.
Roberto H. cifra en la acumulación su eternidad: “El capital” marxista junto al “Doctor Zhivago” de Borís Pasternak, Maquiavelo y Dante, una reliquia clerical de Matilde Troncoso de Oíz, Osvaldo Spengler y el “Mein kampf”… El bibliómano no hace distinciones de índole estilística ni estética: aspira a la totalidad. Una vez, enterado de mi reciente adquisición de un tomo de poesía de Lezama, vino a canjearme otro ejemplar de la misma edición por una presunta colección lezamiana que, sencillamente, no existe. Me atribuía la posesión de un libro imaginario: Roberto H. padece delirios bibliográficos, que ya es el colmo en la paranoia de un bibliotecario, y es mal que no tiene remedio fuera de la ficción como bien lo supo Jorge Luis Borges.
La mujer
El libro más antiguo de mi colección es un curioso tratado sobre la condición femenina escrito a sus veinticuatro años por Adolfo Llanos Alcaraz (Cartagena, España, 1841-México?, ¿?), literato petimetre con vocación de psicólogo: “La mujer en el siglo diez y nueve. Hojas de un libro”, cuya tercera edición fue impresa en México por el autor en el año de 1876.
Adquirí esta rareza en los anaqueles de una vecina afanosa por aligerar de polvo sus libreros. Acuciada por una súbita neurosis depurativa, la señora decidió vender primero la biblioteca de su abuela, convencida de que un día corresponderá a otro heredero subastar la suya propia, mucho menos valiosa. El libro me costó cinco pesos. También compré libros españoles y franceses de las postrimerías del siglo XIX: una volumen muy lujoso –la cubierta art nouveau- de “La perfecta casada” de fray Luis de León; “Atala” y “René”, manifiestos de exótico romanticismo del vizconde de Chateaubriand; las poesías de Omar Khayyam, encuadernadas con bordes dorados por una casa de Barcelona; la única edición que hiciera Sol Doré, misteriosa escritora sagüera, de su traducción de “La mare au diable”, novela de George Sand, publicada por la tipografía habanera de “Los Niños Huérfanos” en 1891…
La obra de Llanos pretende pasar por ingeniosa e ilustrativa, se vale de anécdotas y filosofías de salón; dice estar dedicada a las mujeres, como si ellas inevitablemente necesitasen el concurso masculino para explorarse a sí mismas. En cuanto al estilo, Llanos puede ser llanísimo, sobre todo cuando escribe sentencias; he aquí una perla:
Muchas son las causas de los malos desposorios. La principal de ellas consiste en el flujo de casarse, sea como sea, en la hambre de marido que es la gran desgracia de la mujer.
(…)
Vosotras, jóvenes lectoras, que os horrorizais á la sola idea de quedar solteras; vosotras que temblais ante la posibilidad de semejante ignominia, tened presente que casi todas las que se casan á la fuerza por no sufrir ese bochorno, suelen tener en lo sucesivo muchos motivos para avergonzarse.
Reflexionad; reflexionad con calma sobre ese paso que es el saldo de Léucades de vuestra felicidad. Pero no reflexioneis con el raciocinio arrebatado del corazón, sino con el frío y tranquilo de la cabeza. (…)
Sin embargo, sobre las solteras añejas dice en otra parte:
He aquí lo que propiamente puede llamarse un mal engendro. Aborto de la naturaleza. Capricho de Lucifer. La polilla más grande la sociedad. La cócora más encocoradora de todas las cócoras conocidas.
(…)
Doña Robustiana es una doncellita de cuarenta y ocho abriles, que ha tenido la desventura de quedarse para vestir imágenes. Pero quien la escuche sabrá que la han sobrado proporciones, faltándole sólo la voluntad.
Además, si la ve mirando al suelo, oir media docena de misas los días de fiesta, y no salir de a iglesia en los de trabajo, cualquiera creerá que doña Robustiana es una santa mujer.
No obstante, si profundizamos un poco en el carácter de esa digna señora, y vemos que ha quedado célibe por falta de quien la quiera, que mira al suelo por si encuentra algo, y que va a los templos para observar, y oye misas por distracción, todos convendrán que esa mujer no tiene nada de santa.
Todas las mujeres se deleitan en averiguar y en hacer crítica de las averiguaciones; pero en la solterona ese deleite es flujo continuo. Para ella no hay misterio que no oculte una falta, reputación que no sea ambigua, ni honra que carezca de punto vulnerable. (…) Aborrece á los hombres porque ninguno la ha querido. Aborrece á las mujeres porque son sus semejantes. Se burla de las feas. Envidia á las hermosas. (…)
Yo creo que existen brujas desde que he visto solteronas.
(…)
¿No quereis que sea mujer? Enhorabuena. Será un sátiro. Un centauro. Una alimaña. Cualquier cosa.
Y punto final, para alivio de la escarnecida mujer del siglo diez y nueve. A dormir otra vez el sueño de aquella centuria, Adolfo Llanos y Alcaraz, gentleman.
El caballero
Antes de cerrar el libro durante otro siglo, he copiado el retrato del caballero decimónico que atribuye Llanos a las aspiraciones de las damas de entonces. Porque me concierne directamente he vuelto al texto, irónicos los dedos sobre cada línea… ¿Soy un caballero en la opinión de mi siglo? He querido serlo: soy un caballero; pero, ¿lo soy según los códigos de esta época?
Releo a Adolfo Llanos:
¿Y qué es un caballero?
Un compuesto de partes distintas y heterogéneas, que constituyen un todo homogéneo y compacto.
Esto es: un sombrero de Aimable: una camisa de Dubost: una corbata de Clement: un chaleco, un frac y un pantalón de Bodé: unas botas de Reinaldo: y unos guantes de Lafin:
Esto es: 100 reales + 140 + 50 + 800 + 120 + 30 = 1240 rs.
Esto es: 1240 reales = un caballero del siglo XIX.
El empeño de la vocación ha investido de peregrina solemnidad el cómico trote de Roberto H. Mi amigo encubre la torpeza con ceremoniosos pasos entre los frágiles anaqueles: un gordo en el laberinto de la biblioteca es otro elefante inmóvil al centro de la cristalería: un codazo basta para echar por tierra –literalmente al polvo de los mosaicos- la labor secular de otro Apolonio de Rodas. Cuando Roberto H. se abre paso esforzadamente sobre una nube de polillas, el lector experimenta de antemano la fatiga posterior a la lectura de un volumen muy grueso.
Este recinto que describo, de arquitectura finita, nada envidia a la biblioteca borgeana de los hexágonos superpuestos. Nuestra biblioteca fue confinada a un almacén en los bajos del edificio Beguiristaín, mole ecléctica del año 1926. Las columnas que sostienen los pisos de arriba se suceden en sucesivos tramos y confieren al salón cierto aire de infinitud.
Roberto H. cifra en la acumulación su eternidad: “El capital” marxista junto al “Doctor Zhivago” de Borís Pasternak, Maquiavelo y Dante, una reliquia clerical de Matilde Troncoso de Oíz, Osvaldo Spengler y el “Mein kampf”… El bibliómano no hace distinciones de índole estilística ni estética: aspira a la totalidad. Una vez, enterado de mi reciente adquisición de un tomo de poesía de Lezama, vino a canjearme otro ejemplar de la misma edición por una presunta colección lezamiana que, sencillamente, no existe. Me atribuía la posesión de un libro imaginario: Roberto H. padece delirios bibliográficos, que ya es el colmo en la paranoia de un bibliotecario, y es mal que no tiene remedio fuera de la ficción como bien lo supo Jorge Luis Borges.
La mujer
El libro más antiguo de mi colección es un curioso tratado sobre la condición femenina escrito a sus veinticuatro años por Adolfo Llanos Alcaraz (Cartagena, España, 1841-México?, ¿?), literato petimetre con vocación de psicólogo: “La mujer en el siglo diez y nueve. Hojas de un libro”, cuya tercera edición fue impresa en México por el autor en el año de 1876.
Adquirí esta rareza en los anaqueles de una vecina afanosa por aligerar de polvo sus libreros. Acuciada por una súbita neurosis depurativa, la señora decidió vender primero la biblioteca de su abuela, convencida de que un día corresponderá a otro heredero subastar la suya propia, mucho menos valiosa. El libro me costó cinco pesos. También compré libros españoles y franceses de las postrimerías del siglo XIX: una volumen muy lujoso –la cubierta art nouveau- de “La perfecta casada” de fray Luis de León; “Atala” y “René”, manifiestos de exótico romanticismo del vizconde de Chateaubriand; las poesías de Omar Khayyam, encuadernadas con bordes dorados por una casa de Barcelona; la única edición que hiciera Sol Doré, misteriosa escritora sagüera, de su traducción de “La mare au diable”, novela de George Sand, publicada por la tipografía habanera de “Los Niños Huérfanos” en 1891…
La obra de Llanos pretende pasar por ingeniosa e ilustrativa, se vale de anécdotas y filosofías de salón; dice estar dedicada a las mujeres, como si ellas inevitablemente necesitasen el concurso masculino para explorarse a sí mismas. En cuanto al estilo, Llanos puede ser llanísimo, sobre todo cuando escribe sentencias; he aquí una perla:
Muchas son las causas de los malos desposorios. La principal de ellas consiste en el flujo de casarse, sea como sea, en la hambre de marido que es la gran desgracia de la mujer.
(…)
Vosotras, jóvenes lectoras, que os horrorizais á la sola idea de quedar solteras; vosotras que temblais ante la posibilidad de semejante ignominia, tened presente que casi todas las que se casan á la fuerza por no sufrir ese bochorno, suelen tener en lo sucesivo muchos motivos para avergonzarse.
Reflexionad; reflexionad con calma sobre ese paso que es el saldo de Léucades de vuestra felicidad. Pero no reflexioneis con el raciocinio arrebatado del corazón, sino con el frío y tranquilo de la cabeza. (…)
Sin embargo, sobre las solteras añejas dice en otra parte:
He aquí lo que propiamente puede llamarse un mal engendro. Aborto de la naturaleza. Capricho de Lucifer. La polilla más grande la sociedad. La cócora más encocoradora de todas las cócoras conocidas.
(…)
Doña Robustiana es una doncellita de cuarenta y ocho abriles, que ha tenido la desventura de quedarse para vestir imágenes. Pero quien la escuche sabrá que la han sobrado proporciones, faltándole sólo la voluntad.
Además, si la ve mirando al suelo, oir media docena de misas los días de fiesta, y no salir de a iglesia en los de trabajo, cualquiera creerá que doña Robustiana es una santa mujer.
No obstante, si profundizamos un poco en el carácter de esa digna señora, y vemos que ha quedado célibe por falta de quien la quiera, que mira al suelo por si encuentra algo, y que va a los templos para observar, y oye misas por distracción, todos convendrán que esa mujer no tiene nada de santa.
Todas las mujeres se deleitan en averiguar y en hacer crítica de las averiguaciones; pero en la solterona ese deleite es flujo continuo. Para ella no hay misterio que no oculte una falta, reputación que no sea ambigua, ni honra que carezca de punto vulnerable. (…) Aborrece á los hombres porque ninguno la ha querido. Aborrece á las mujeres porque son sus semejantes. Se burla de las feas. Envidia á las hermosas. (…)
Yo creo que existen brujas desde que he visto solteronas.
(…)
¿No quereis que sea mujer? Enhorabuena. Será un sátiro. Un centauro. Una alimaña. Cualquier cosa.
Y punto final, para alivio de la escarnecida mujer del siglo diez y nueve. A dormir otra vez el sueño de aquella centuria, Adolfo Llanos y Alcaraz, gentleman.
El caballero
Antes de cerrar el libro durante otro siglo, he copiado el retrato del caballero decimónico que atribuye Llanos a las aspiraciones de las damas de entonces. Porque me concierne directamente he vuelto al texto, irónicos los dedos sobre cada línea… ¿Soy un caballero en la opinión de mi siglo? He querido serlo: soy un caballero; pero, ¿lo soy según los códigos de esta época?
Releo a Adolfo Llanos:
¿Y qué es un caballero?
Un compuesto de partes distintas y heterogéneas, que constituyen un todo homogéneo y compacto.
Esto es: un sombrero de Aimable: una camisa de Dubost: una corbata de Clement: un chaleco, un frac y un pantalón de Bodé: unas botas de Reinaldo: y unos guantes de Lafin:
Esto es: 100 reales + 140 + 50 + 800 + 120 + 30 = 1240 rs.
Esto es: 1240 reales = un caballero del siglo XIX.
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11 comentarios:
"Yo sigo jugando a no ser ciego, yo sigo comprando libros, yo sigo llenando mi casa de libros...." diría Borges ante tus rarezas. Luego que mi padre cambió nuestra biblioteca por comida nunca más conservamos libros. La semana pasada doné a la biblioteca pública un montón que voy leyendo y dando de los que consigo por "El círculo de lectores", muy actuales todos. Solo me dejo los de siempre.
Yo, por el contrario de Borges y vos, sigo jugando "a ser ciego" y sigo vaciando mi vida de cosas como de libros. A lo mejor así me iré flotando como un cometa y se me quiten estas ganas enormes de llorar.
Estoy releyendo a Virginia, ya terminé con el trío, Baudelaire, Kavafis y Withman. Este me dejó con sabor a bronce entre los párpados. Virginia me deja los bolsillos llenos de piedras.
Te beso, hoy celebramos en mi tradición espiritual el Festival de las Luces, ya te cuento.
Nuevos besos
Yo
Astro... eres implacable!
Jeje. ¿Qué diría Borges?
Diría tal vez que uno necesita asirse a cierta materialidad para seguir vivo; diría que las páginas también garantizan, a su frágil manera, cierta materia a ciertos seres de magras carnes.
Uno tiene debilidades, uno ama lo perecedero, las palabras manoseadas que el viento trae hasta el umbral de la casa.
¿Mallarmé tenía razón?
¿Existe el mundo para que lo fijemos en un libro?
¿Y Homero?
¿Se fraguan desdichas para que luego tengamos algo qué decir, qué contar?
Te beso y te abrazo con todas mis fuerzas.
A veces yo querría jugar a vendarme los ojos, pero entonces se cuela un resplandor misterioso, una luz que yo insisto en mirar de frente hasta agotarme, hasta lastimar el artificio de mirar y así entrar, finalmente, en la oscuridad inapelable de los ciegos.
Enhorabuena, Astro, por el Festival de las Luces.
Cuenta...
Mi querido Poeta, tienes mucha razón, por supuesto que necesitamos la materia,
o ¿cómo se manifestaría entonces el alma? Es precisamente las casi vegetales ansias de crecer en todo su esplendor hacia fuera, de experimentar la felicidad, el amor, las artes, etc, lo que hace al alma salir del Hogar, de su capullo-semilla y bajar a un cuerpo a este mundo físico, atravesando los mundos sutiles, aquellas dimensiones a dónde vamos en sueños y de donde nace la poesía.
Lo que sucede con este (Des)Astr(e)O tuyo es que está en su ultimo nacimiento de este ciclo y quiere ya regresar al Hogar, por ello recoge sus ramas, flores, enredaderas coloniales, nidos sin ave y hojas secas, y se repliega, como una Rosa de Jericó sin humedades, para dormitar hacia dentro, hacia el alma y ser nuevamente semilla, (Conoces bien a Carpentier)
Por eso libero mis frutos, aunque sea fuera de estación, otros han de aprovecharlos y los que no, volverán al polvo. Sin embargo, yo El alma, soy eterna, en mi luz y puedo viajar entre Milton, Jhon Done o Daína Chaviano, entre Pedro Pablo Oliva, Cosme Proenza y Madame Butterfly, entre las cartas de mi abuela y los retratos de suicidad, sin que nada haga callo las cosas. Es la diferencia, no me aferro a las hojas, sino a la Inspiración misma, porque lo esencial es invisible a los ojos, y de qué sirven las páginas sin el Poeta?
"Porque si es temerario entrar sin armas en la cueva del león, o atravesar en una canoa el océano Atlántico, o pararse sobre un pie en la cúspide de San Pablo, más temerario aún es volver a casa con un poeta. Un poeta es a la vez Atlántico y león. El uno nos ahoga, el otro nos roe. Si sobrevivimos a los dientes sucumbimos a las olas." Diría Virginia en su Orlando.
Me gusta ser mecido, arrancado, me gusta mecer, arrancar de mí fragmentos, ofrendarlos, revivirlos, llorar por ellos, reconstruir.
Sólo así, vibrando con lo sutil, aseguraré salvarme. Si me aferro a la hoja que viene del vegetal, puede que se pierda entre polillas, si me aferro al Espíritu, la Fuente, Dios, entonces podré nadar entre hojas vivas, espíritu Lezamiano sin temor a perderme. Puedo entonces invitar a todos los Poetas a mi templo sin que me ahogue la ola o me muerda la fiera que llevan escondida bajo el sombrero.
Por eso os amo tanto, viajero, haces que me asome al espejo de agua, como Tántalo, comiendo sin comer, bebiendo sin beber.
Namasté, lo que quiere decir que mi luz, mi divinidad, se reverencia ante tu Luz, tu divinidad.
Vuelve pronto
Astro Libélula
El festival de las Luces. fue maravilloso. Una ceremonia donde cada uno de los presentes, encendimos una vela pequeña, en el fuego de una vela mayor. Alegoría ingenua del Alma nutriéndose de la Fuente. Luego, en esa misma llama, quemar un fragmento de papel donde se ha escrito previamente la debilidad que quieres fortalecer. Yo sané mi infancia, mi inocencia del cuerpo arrebatada a los 5 años por la lujuria de un pariente. A cambio he ofrecido a Dios mi último voto, el de Castidad. No me será muy difícil, por suerte vengo preparando a mi paje para ello. Lo difícil será cuando el polvo de este cuerpo extrañe el delirio y yo no quiera que alguien me cante Oleos de mujeres con sombrero.
Todo esto, querido viajero, lo hago con entendimiento, no hay dolor, sino Amor, bien lo entendería Santa Teresa.
El día 31 de este mes, los Wiccans celebramos Samhain, el día de los muertos. Ese día haré un pequeño ritual por todos los muertos de la historia del mundo. Te sumas? Solo es una vela, agua y dedicarlo. Hay quien pone ofrendas, come con ellos.
Es una noche mágica, llena de presagios pues uno nunca sabe quién vendrá a beber el té esa noche.
Luego de la quema en la vela del festival de Luces, hubo una bandeja de plata, en ella, varias láminas con bendiciones escritas como respuestas a la entrega. La mía me bautizaba como el Ángel del Equilibrio y me hablaba de la profundidad del Yoga que significa Unión con Dios.
P.d "Si para extrañas visiones naciste,
vete a mirar lo invisible" dice John Donne.... y le hago caso.
Más besos
Mi viajero, hoy me han regalado música maravillosa! Imagina Josephine Baker, Nina Simone, y como 5 cds recopilatorios de música de la época de Los Platters, Elvis Presley y Ray Charles! Ahora estoy viajando en el tiempo. Uno siempre recibe cada recompensas! Ahora estoy con la Conga Blicoti de la Josephine! Sabías que casi al final de sus días, estaba sumida en la pobreza y le pidió ayuda a Castro que era su amigo y este le envió de regalo una caja de naranjas? No comments. Me hubiese gustado conocerla. Su voz tiene algo de cajita de música que adoro.
Qué tal tu día? Acá ha salido al fin el sol, ayer había nieve muy cerca pero mi paje está resfriado y no podemos ir.
Los árboles de Paraíso de frente a mi ventana van perdiendo las hojas, solo quedan los frutos que parecen amarillos racimos de uva , y los nidos húmedos de las tórtolas.
Muchacho empeñado en vivir otras vidas... en trazar lazos de coincidencia hacia un pasado que no vivimos, en encontranos y desencontranos....
Muchacho de otros siglos, muchacho de fantasmas...
el abrazo de siempre
reinaldo
Menos mal que los tiempos han cambiado,si no no podríamos ser caballeros...a fin de cuentas,un cabaleero se distingue por su modos y no por su ropa.Te quiero,caballero :P
Eres muy afortunado, Astro. Por eso mismo: porque sabes que ya se cumplen los tiempos y conviene tratar directamente con las esencias...
Ahora mismo recuerdo un pasaje de Lezama. En un uno de sus ensayos de "La cantidad hechizada", el Gordo nos remite a un orientalista que a su voz contó la historia de un maestro y sus díscipulos en alguna ciudad remota del Oriente. Estaban en un mercado cuando escucharon una flauta, desgarradora, y el Maestro dijo: "Es la voz de Satán, que ama lo perecedero y llora así por el mundo". Es terrible. Sentirse asido a la materialidad de lo frágil es hermoso y terrible.
Pienso acordarme de Samhain, sobre todo porque implica otro comienzo, una temporada nueva, cierta inmanencia que ha de trocarse en crecimiento.
Recibe mis besos; cobíjate de las nieves que calan hasta alma, como aquellas nevadas que causaron tisis a Julián del Casal. En Cuba también hace frío ahora mismo, pero ya sabes tú cómo son los fríos de la Isla...
Reinaldo, se nos viene encima diciembre; en Remedios habrá fuego para calmar estos fríos...
Jeje. Te lo recuerdo: ha sido pactado el reencuentro y te esperamos...
No sé si sabes que Adrián anda por Yaguajay, en bucólicas excursiones. Ojalá sean épicas. Ya te contaré...
Un abrazo.
Nos ha correspondido una intemperie tan desértica como aquella del siglo "diez y nueve". Pero somos caballeros. Sabremos sobrevivir espartanamente.
Esto que te digo, Noche, es metáfora, pero debes entenderlo al pie de la letra...
Te quiero más.
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