domingo, 12 de octubre de 2008

La pequeña mujer más triste del mundo






Podía viajar en una maleta, ir de compras dentro la cesta, escalar sólo arbolitos navideños, vivir en la casa de las muñecas: Lucía Zárate era la mujer más pequeña del mundo. Nada mínimo estuvo vedado a su dimensión de apenas cincuenta centímetros, pero le encomendaron una grande hazaña: salir de los bolsillos de su madre a los escenarios donde se triunfa a costa de cualquier expediente, donde la misma dignidad es mero recurso escénico, donde una enana triste es la muñeca que baila para el zar de Rusia, y en una aldea miserable de una isla remota irán a verla, con sus trajes domingueros, los gigantes implacables.

Así lo anunciaron los voceadores de periódicos:

-¡Desde Liliput, Lucía Zárate!
-¡Véala hoy en el teatro de Lazcano!
-¡En el coliseo de la calle Oriente, una enana!
-¡Lucía Zárate, del circo Barnum, esta noche vea a la mujer más pequeña del mundo!

Era el 2 de mayo de 1880. Ese día salió al proscenio, luego de una larga travesía de amarguras, Lucía Zárate, la mujercita de medio metro y cinco libras de cuerpo, la benjamina de toda la humanidad ínfima, ilustre huésped de la Villa de Sagua la Grande.

De los periódicos

La Srita. Lucía Zárate, la persona más pequeña y de menos peso del mundo, nació en San Carlos, pueblecillo á 6 leguas al norte de Veracruz (México) á 2 de Enero de 1864.

A su nacimiento medía 7 pulgadas, ningún hombre de ciencia la juzgó viable. Sin embargo, vivió y creció hasta la edad de ocho años, desde cuya fecha permanece en el estado actual. Es de un génio apacible: alegre y risueña siempre, gusta mucho de los niños, de los juguetes y de la música.

Jamás ha estado enferma, y ni aún el cambio de la adolescencia a la edad núbil, le originó malestar alguno. Sus padres son bien proporcionados y robustos, pesando respectivamente 180 y 160 libras.

En cuantas ciudades ha recorrido en los Estados Unidos y Méjico, se ha declarado no existir en el mundo ningún ser humano que sea más pequeño que ella, ni que aún siendo mayor esté mejor proporcionado.

¡Es lo que puede llamarse una verdadera maravilla![1]

La carrera de la estrella

A Lucía se le murió Miguel -el hermano- muy jovencito. En muchos años no podría mirarle la cara a nadie de su tamaño. A sus padres ocasionó abundantes quebraderos de cabeza. Que sobreviviese a la infancia, tan minúscula, fue un verdadero milagro. Ninguna pitonisa de su pueblo fue consultada sobre el destino de Lucía: la enana de los Zárate vivía de préstamo. ¿Quién habría de suponer, siquiera en un delirio, que se convertiría en la estrella circense mejor pagada de los Estados Unidos?

Fue la sagacidad política el detonante de la carrera de Lucía. Teodoro Dehesa, futuro gobernador de Veracruz, no cabía en el gozo del hallazgo.

-Llévenla a México –sentenció-, será famosa.

Es que Lucía Zárate, aunque nadie se lo hubiese declarado todavía, era una gloria nacional. El respetable Porfirio, que no perdía el tiempo en frivolidades, la recibió en el despacho presidencial; la hizo sentar a la mesa de palacio; mejor dicho –vale la pena dejarlo claro-, la sentó sobre la mesa y le obsequió su conversación de hombre de mundo. Lucía asentía; callaba; le costaba mucho sonreír. No lo aprendería en muchos años de estrellato circense la estrella más pequeña del mundo.

Fue un americano el que la llevó a la Feria del Centenario, en Filadelfia. Los Estados Unidos cumplían un siglo, y entre tanta euforia de máquinas y vanidades técnicas se presentaba, en su desconcertado mutismo, Lucía Zárate. Pronto se acostumbraría a ser escrutada. Cuatro años después ingresaría en el circo de Barnum.

Las fotos de la tristeza

Tomasa, la madre, tiene cara de villana. Dios la perdone: dicen que se resistió a aprobar que su hija fuese saltimbanqui de los circos yanquis. Injusto no querría parecer, pero muy bien aprovecharon estos Zárate de talla normal y buenos lomos los dineros de la enana de la casa. Un rancho en Chihuahua y otro en Veracruz. Buen saldo.

En ninguna de las fotos conocidas Lucía sonríe. Ni siquiera cuando aparece junto al General Mite. Fue una mujer triste. La propaganda la describía como una muñequita alegre. Entiendo que nadie iría nunca al teatro para ver una miniatura que se enjuga lágrimas imperceptibles, sollozando a la intemperie como una gatita desolada.

El espectáculo parecía sencillo, improvisado. Pero de seguro fue una gran actriz la pequeña Lucía Zárate. Fingirse alegre es un mérito exclusivo de los tristes. La felicidad no genera filosofías ni produce grandes artistas.

Reality show de Lucía Zárate

En aquel circo no hubo espectáculo más sobrio que este de Lucía Zárate. El gran embustero que fue P. T. Barnum –el ingenioso “creador” de la enfermera sesquicentenaria de George Washington y de la sirena de Fiji- no tuvo que mover demasiada tramoya para garantizar público a Lucía. La enana se bastaba a sí misma. Aparecía en una salita, haciendo vida hogareña con el General Mite. Otras veces, por lo grotesco del contraste, salía a la escena junto a Chang, un chino de dos metros y ademanes torpes.

Lucía, aparentemente, no interpretaba más que a la misma Lucía. Y esto es cierto: representaba a Lucía como si ésta fuese cualquier hija de vecino con apetecibles pantorrillas. En esta naturalidad –desnaturalizada- residía el éxito del reality show de Lucía Zárate.

El General Mite

Un enano de 22 pulgadas. Le atribuyen un amorío con Lucía Zárate. Fue su único partenaire simétrico. Había armonía física entre ellos. En lo del romance, sin embargo, hay mucho de mito y más de propaganda circense a la manera festinada de un Míster Barnum.

El General Mite fue desbancado de su primacía absoluta en el circo de pigmeos a raíz de la aparición de Lucía, por 1876. Compartió la escena con ella, pero nunca recuperó la condición de mimado que antes ostentaba. La gloria se la mereció Lucía. Tal vez el General Mite nunca se lo perdonó.

Por otra parte, Lucía, aunque diminuta, era una mujer entera. ¿A qué amar un enano si por todos lados había hombres? Suena monstruoso, pero el amor casi siempre descarta a los homólogos.

Sagua se regocija por Lucía



Era domingo. El día anterior desembarcó la Compañía Liliputiense de Ópera. No viajaban tan ligero como pudiera pensarse por las dimensiones del personal: Lucía venía con sus padres, alguno de sus hermanos, su asistente, unas cajas de comida tolerable para su frágil constitución, baulitos de ropas, joyas mínimas.

Don Manuel González Osma, el alcalde de turno, recibió a Lucía y a sus parientes en la casa consistorial. Fueron preparadas las mejores habitaciones del hotel Telégrafo. Sagua se regocijó con la visita de la mujer más pequeña del mundo. Lucía, que ya empezaba a acostumbrarse a la curiosidad ajena, permaneció inconmovible, siempre perpleja. En el teatro “Lazcano” tuvo su apoteosis la noche del domingo 2 de mayo de 1880: cientos de personas pugnaban por entrar. Rebosaron de oro las maletas de Barnum, algo correspondió también a la familia Zárate. Pensaron en grande, otra vez: ese mismo año se llevaron la pequeña a Europa.

Luego llegaron hasta aquí los ecos de la triunfante gira: la reina Victoria recibió a Lucía ante una escalerilla, para no violentar el ceremonial cortesano; anduvo la liliputiense por Francia e Italia; en Rusia, hizo palmotear al zar. Pasaron diez años. La novela se incrementó: hubo intentos de secuestro, viajes fatigosos por ciudades remotas. Nunca volvió a Sagua. Un día se supo -la prensa sensacional de siempre- que había muerto por accidente, en un tren varado en medio de la nieve, la mujer más pequeña del mundo. Casi nadie recordaba su nombre de pila, ni su apellido. Los memoriosos acaso reconstruyeron la silueta de una enana de nariz grande, con los ojos bien abiertos, tristes.

Lucía Zárate murió de hipotermia el 28 de enero de 1890; muy frío se le palpó el corazón bajo la muselina del traje. Hoy se sabe que los anuncios mentían, no jugaba con nadie, ni experimentó un amor verdadero por el otro pigmeo, Mite. Se sabe que vivía apretada en aquel cuerpo, que no le cabía la tristeza en ese cuerpo pequeño a la mujer más triste del mundo.

[1] Antonio Miguel Alcover y Beltrán: Historia de la Villa de Sagua la Grande y su Jurisdicción, Imprentas Unidas de La Historia y El Correo Español, Sagua la Grande, 1905, p. 313.

16 comentarios:

Reinaldo Cedeño Pineda (EL POLEMISTA) dijo...

Que belleza, DIOS!!!

Yolanda Molina Pérez dijo...

Grande es tu talento y felices de disfrutarlo.
Te dejé algo en mi blog.

Gemma dijo...

Mykel, cómo me gusta leerte... Sigo soñando con encontrarte por la isla y que me guíes de noche, que ya sé por qué callejones oscuros ven tus ojos...

Qué tristeza... Qué terrible gigantismo, hambriento de diferencias que señalar, de acentos distintos que devorar... ¡Los grandes comen tanto!...

Me doy cuenta de que las personas pequeñas, incluidos los enanos, lo tienen difícil cada día... Tengo una hermana que tuvo problemas de crecimiento y que ¡se quedó también pequeña! No tanto como la pobre Lucía, pero tiene la estatura de un niño de seis o siete años... ¿Y qué le ocurre?... Pues que no llega al timbre de mi casa porque los vecinos lo pusieron muy alto, que le es imposible tocar el timbre del autobús para avisar de que se baja en la siguiente parada, de que no ve las "letritas" de los cajeros automáticos, que... pero también mi hermana (se llama Araceli) destaca por su "excepcionalidad": se asumió pequeña y ha hecho vida de muy grande: tiene un hijo -biológico-, se casó con un señor guapo y alto, es profesora de francés, entra y sale... y sigue llamando la atención. Lo sabe, así es que aprovecha la fuerza del viento por la espalda y continúa adelante sacando alguna cabeza a los gigantes... No destaca en ninguna actividad artística porque se subió al optimismo conscientemente y de ahí no hay quien la arranque. ¡Cuánto la quiero!...

Pobre Lucía... Qué jauría de ociosos... Pobre la mujer barbuda, la obesa, la coja, la que va en silla de ruedas, la tan fea, la tan alta... Vaya pandilla de voyeurs atrapados en su "normalidad"...

¿Y la tristeza, Maykel? ¿Solo los trsites saben fingir alegría?... Me quedo clavada a esas líneas... Esta mañana, como todas, tengo que volver a mis clases, a mis chicos, y hacer como si no sintiera que quiero morirme muchas noches y que a estas bajuras me sobran las palabras...

Un beso, poeta, y gracias.

Anónimo dijo...

Sé que realmente no cuentas detalles sórdidos aquí,y aún así has conseguido que me parezca una historia triste en exceso...Justo hace unos días me recomendaron en la librería la novela Chiquita,justamente de un escritor cubano,Antonio Orlando Rodríguez..va más o menos de lo mismo,según entendí..la conoces?
Abrazos :P

Maykel dijo...

Reinaldo, ya ves... me esquiva María Camión, pero se me da completa Lucía Zárate.
Después de escribir esto, vengo bajo el imperio de la tristeza, a recorrer los puentes de la villa que no llegaste a conocer...
Un abrazo, amigo mío.

Yolanda!
Muchas gracias por haber pensado en mí, por la hermosa justificación, por tu cercanía...
Gracias.

Maykel dijo...

Ah, Jueves... no sentirme parte de los normales me consuela de mi propia sordidez.
Cuando leí por primera vez sobre Lucía, también me dejé conquistar por su talla de rareza; busqué una cinta métrica para representarme el tamaño exacto; no se me ocurrió entonces que la pequeña tuvo una cara tan triste...
Qué alivio, admitir ahora que soy, aunque velado, un enano auténtico. Qué cercanía de Oscar Matzerath, el que fue pequeño por su voluntad, para demostrar que disentía de los grandes.
Sí... sé que un día nos veremos en la Isla y transitaremos juntos hasta un altozano, un sitio desde donde podamos mirar a los gigantes por encima del hombro.
Un beso, Jueves. Gracias por aparecer cuando ya no te espero...

Maykel dijo...

Noche, de "Chiquita" no he podido leer más que el prólogo, en Internet. Todavía no hay edición cubana. Es la historia de Espiridiona Cenda, un poco mayor que Lucía Zárate, aunque sólo un poco (creo que medía cerca de 65 cm).
Parece interesante esta Chiquita, que si fue una mujer triste, supo disimularlo y superarlo. Dicen que trascendió el escenario circense y fue una verdadera vedette.
Había nacido en Matanzas, creo...
Si te decides a leerlo, ya me contarás.
Un beso. Te espero; recuerda que te espero...

Lina dijo...

Maykel, lo felicito. Muy buena su nota sobre la mexicana Lucia Zarate. Recientemente tuve el gusto de leer la deliciosa novela CHIQUITA, con la que su compatriota Antonio Orlando Rodriguez gano el premio Alfaguara, y en varios momentos él habla brevemente sobre Lucia Zarate (y tambien sobre otros muchos hombres y mujeres en miniatura que se ganaban la vida actuando en circos y teatros).

Maykel dijo...

Lina, pues todavía no leído "Chiquita", sólo he dado con el prólogo en Internet. Aún no la publican en Cuba. El drama de aquella gente pequeña, más que pintoresco, debe verse hoy como la saga de los distintos obligados a sobrevivir, especie heterogénea en cuerpo y espíritu, pero al fin y al cabo común a todas las épocas. Hay mucho que sigue siendo circense en los días que corren.
Un abrazo. Gracias por dejar fe del paso por acá...

Reinier Barrios Mesa dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Maykel dijo...

Claro, lo bello siempre es extraño. Gracias a ti por dejar esta nota después de un año de escrita la saga de Lucía Zárate.
Un abrazo.

Hangelini dijo...

Es la primera vez que entro a tu blog (tarde pero seguro) y he sentido fascinación por los temas que trabajas. He leído dos entradas impresionantes: la de Lucía Zárate y la de Amélie D. Las he recomendado. Suerte con tu empresa arqueológica.

Hace poco escribí a un blog de un coterráneo tuyo para que me buscara algún dato sobre la Rosalía de Castro, de Sagua. Quizás tú sepas algo más. Me encantaría tener más información, de existir aún en las hemerotecas de tu ciudad, o en lo que quede disponible.

Un saludo desde Barcelona,

Félix.-

Maykel dijo...

Félix, la sagüera era Rosalía Castro, sin la elegante "de", aunque se especule sobre su parentesco con la poetisa gallega.

Puedo enviarte una semblanza suya que publicó "El Fígaro" habanero a principios del siglo XX, donde se exalta su talento poético a la manera laudatoria de la época.

Rosalía también figura en la extensa antología de José Manuel Carbonell -1928 ó 29, creo- con un relato de absoluto sabor modernista.

Déjame tu correo.

Un abrazo desde la Villa del Undoso.

Hangelini dijo...

Buenos días, Maykel. Gracias por la generosidad.

No me gusta divulgar públicamente mi correo electrónico, pero escríbeme a: ceph77-arroba-gmail.com y te respondo por mi cuenta principal, si te parece. De todos modos, me llegará.

Un fuerte abrazo y gracias de nuevo.

Cempualli dijo...

El que tenga interés en profundizar sobre la historia de Lucía Zarate, la casa donde vivió (actualmente Cempoala, Veracruz, México) ha sido abierta al público como un museo histórico, les dejo el blog del museo para mayores informes: http://casagrande-museo.blogspot.com/

Raquel dijo...

Me pareció precioso tu comentario, la historia de tu hermana y tu forma de escribir. Gracias por compartirlo, Jueves