martes, 30 de julio de 2013

Hacia la buhardilla




Llegar hasta mi nueva casa obliga a un viaje de ochenta y dos escalones. La subida me recuerda la escalera terrorífica de algún thriller de la década de 1940. El edificio parece un sitio apropiado para el crimen: una reja sórdida sustituye al antiguo pasamano, el trasiego ha gastado los peldaños de mármol, la sordidez de los pasillos instaura una atmósfera gótica…

Por lo demás, el edificio es muy pacífico. Casi nunca me tropiezo con algún vecino. Antier subían dos señoras extraordinarias: la mayor llevaba un atuendo decimonónico; la segunda, todavía más exótica, hacía ondear los flecos de un turbante. Viven, al parecer, en el primer piso. 


El vestíbulo es altísimo y remontarlo ya obliga a un esfuerzo. No he contado los descansos tan largos que obligan efectivamente a descansar antes de continuar el ascenso. Toda la escalera posee unos ventanales desarticulados que permiten observar la ciudad. A cada peldaño corresponde un ángulo más vertical y la consiguiente línea de azoteas que revela la altura.


La mayoría de los vecinos vive a puertas cerradas, excepto unas mujeres del segundo piso, anhelosas de espacio o simplemente acaloradas. Me he prohibido escudriñar salones ajenos, pero es inevitable enterarse de los hábitos de quienes viven sin cerrojos: a ellas, por ejemplo, les gusta dormir la siesta en el suelo. Al lado vive un perro y acostumbra a ladrar cuando alguien pasa.


Como en la pensión Vauquer que describió Balzac, el piso más alto estaba reservado –y sigue estándolo de algún modo- a los más pobres. Ahí vivo. Hay un espacio claustral y más allá se abren dos pasillos, uno de ellos sinuoso. Por esa ruta llego a casa gracias a un recurso propio de ciertos cuentos populares: ante cualquier encrucijada, tomo la izquierda.


En el apartamento contiguo, una señora y su hija se ciñen a un espacio reducidísimo: una habitación y la correspondiente barbacoa. A veces me obligan a apretarme también, como hoy, cuando ocuparon el pasillo para teñirse, por turno, el cabello. Pasé entre un peine y los rizos amenazantes.



Una puerta más lejos vive Pepita, una pelirroja falsa; se le atribuyen grandes pasiones. Lo mismo me dicen de una anciana de asentaderas monumentales, Fefa Mellado. ¿Por qué es famosa? –pregunté a un amigo-. ¡Por alegre! –contestó-. Antaño dedicaban versos humorísticos a su imponente andar, y hoy se afirma que debe al esfuerzo de las escaleras la maravilla de sus piernas.


Me refieren otras intimidades del edificio que no me atrevo a corroborar: que si la señora de la barbacoa habla mal de Pepita y la hija no puede tener marido por lo reducido de la casa; que si la Mellado, airada, ha agarrotado a Pepita contra las paredes del pasillo sórdido y la pelirroja se ha escurrido como la sanguijuela que es… Nada he presenciado hasta ahora. El edificio es apacible, salvo por la anciana que regaña al nieto y lo persigue con un cinto por el claustro. El niño se llama Yoelvis, y me dejó en la puerta una invitación para asistir a la inauguración de su biblioteca. La redacción y la ortografía eran impecables.

Desde la azotea, la ciudad se recoloca, acerca o aleja impresiones a voluntad. Por las noches se encienden las luces de la Calzada de Barker, que algunos asumen como la ruta para huir de la decadencia; para mí, en cambio, es el Camino de la Costa, por donde llegaban forasteros en el siglo XIX.

Me gusta servir la comida en el único balcón que puedo abrir y ejercitarme en la reconstrucción imaginaria de la ciudad y la buhardilla: dónde pondré un cuadro y una araña de cristal y un fumadero de opio y la ruta de las hormigas sobre mis platos y la señal de la meta del viaje en las cuentas oscuras de un bombo de la vieja charada china.

8 comentarios:

Gino Ginoris dijo...

Han de gustarme esas escaleras, algunas veces se encuentra belleza en la decadencia, otras es ella en sí ese poema oculto tras una reja sórdida y fuera de lugar, acá nos encerramos en 2 metros cuadrados de acero y espejo para llegar a los 45 metros que llamamos hogar, 9 pisos sobre el nivel de la calle te regalan un pedazo de Santiago bullicioso y muy alumbrado que me recuerdan, no sé por qué, a un pedazo de la habana del siglo pasado.
Me encantó tu crónica.
Abrazo.

Anónimo dijo...

Maykel, tu relato me lleva a preguntarme..¿Donde está la vida?, como nuestro ser encuentra la vida? En nuestras impresiones? nuestro pensar y sentir? o la vida simplemente discurre y nosotros solo nos quedamos con impresiones y a eso le llamamos vida? Bello relato. Un saludo desde el cono sur. Ariel

Animal de Fondo dijo...

Querido Maykel: 82 escalones son cinco plantas en los estándares modernos, así que supongo que en tu mansión serán solamente cuatro. Mi primera residencia fue mejor que la tuya, pero la segunda se le acercaba bastante. Cuando contraté el alquiler yo era tan joven y estaba tan vivo que pretendí que la dueña de la casa arrancara el teléfono para que no pudieran molestarnos; no lo conseguí, claro, pero al menos consintió en llevarse el televisor. Estaba enamorado y era feliz, sin saberlo.
En otra vivienda posterior, recuerdo que mi primer invitado fue uno de mis hermanos. Le advertí que debería llevar él mismo una silla plegable, ya que yo solamente tenía dos. Dos sillas y cuatrocientos libros.
Después he vivido con mucha más comodidad, pero sin disponer ya de la excesiva y bulliciosa vida, a punta de corazón, que anidaba en mi interior en aquellos tiempos.
Así que no puedo mas que decir: ¡disfruta!

◊ dissident ◊ dijo...

Querido amigo, por algún motivo que desconozco nuestros blogs se "divorciaron". Veo que has publicado bastantes cosas desde la última vez que tuvimos contacto. Me pondré al día, sin duda.

Ha de ser bonita tu casa, aunque yo, acostumbrado a vivir sin vecinos, en una casa a ras de suelo, y con 180 metros cuadrados de espacio, supongo que me sentiría un poco ahogado. De todas maneras te deseo que tu nuevo hogar sea como una fortaleza donde poder vivir libre y donde el rastrillo solo se levante para quienes tú quieras.

Saludos, querido amigo!

Anónimo dijo...

hermoso simplemente... cuanto placer sentir que vives el sueño. Abrazo,

Maykel dijo...

Gracias a todos por las consideraciones y los buenos deseos.

Animal de Fondo, efectivamente, son cuatro niveles de un edificio levantado en 1920. ¡Las escaleras agotan! Supongo que, a la larga, las piernas salen beneficiadas, jajaja...

Dissortat: ¡nada más tengo 32 metros cuadrados! De seguro te sentirías constreñido.

Ariel, la impresión que nos llega y reelaboramos es, en todo caso, el único conocimiento de la vida al que podemos acceder. Kantianamente creo que la cosa en sí es inaccesible, y acaso presumirla sea otra invención nuestra...

Abrazos, Gino.

Saludos al anónimo.

EscribeLibre dijo...

Primera vez que me paso por tu blogger. El último relato resulta impecable y ameno. Bastante gráfico y directo. Pasmosamente indiscreto eso de que es inevitable no enterarse de los hábitos de quienes viven sin cerrojo. Me gustó mucho esa expresión. Escribo e igual tengo mi blogger. Creo que son dos estilos diferentes. No hablo del mio porque sería muy pretencioso pero tu prosa es muy buena. Saludos desde Venezuela

Maykel dijo...

Gracias por la lectura. Sin falta veré tu blog...