Soñé con mi abuela. Había regresado, la casa estaba intacta. No me extrañó que mi abuela viviera, sólo el orden de la casa me espantó. Han pasado semanas desde que ayudé a desmantelarla. En el sueño no cesaba de preguntarme cómo volvió todo a su sitio. El apartamento –esto es inexplicable- estaba más alto. La familia, afuera, soportaba la lluvia.
…
Amaneció enfermo el gato pequeño. Tumbado junto a unas barras olvidadas en el patio, no quiso moverse. Preparé un poco de leche con azúcar; no la bebió. Estaba maltrecho el gato. He visto a la madre hurgándole la piel, limpiarlo acaso con demasiado esmero, con sospechosa dedicación. El gato se cubrió de heridas. Ayer andaba con dificultad, todavía andaba.
He tenido un viernes espantoso. Vi cómo los otros gatos –la madre y el hermano- empezaban a devorar al moribundo. Lo sorbían, lo desangraban, le arrancaban la piel. Aún vivía. Y me desesperé, me espanté, lo defendí y custodié hasta que murió. Alzó la cola antes de morir; los animales mueren siempre después de una última señal de fuerza.
¿Y la gente? ¿Cómo muere la gente?
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Con mucha fatiga emocional terminé de leer una narración que da vértigo. Varios capítulos de El viaje, de Sergio Pitol, aluden al espantoso destino de la poetisa Marina Tsvietáieva. Ella cantó a los blancos, enemigos de los rojos, y escribió una elegía para la familia del zar. A los blancos pareció roja, por el aprecio que profesó a Pasternak y Maiakovski; los rojos le ocasionaron muchas amarguras, por blanca. Se suicidó en 1941.
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Foto: En el Puente del Triunfo, Sagua la Grande, marzo de 2012.
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2 comentarios:
¿Cómo muere la gente? En todos mis años de experiencia laboral, he visto y veo morir gente a menudo, y te puedo decir que cada cual vive su propia y exclusiva muerte.
Un abrazo muy pero que muy vivo.
Fue un viernes terrible, sí... Para mí también, lo sabes. Sé que lo olvidaremos... Un abrazo.
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