miércoles, 15 de abril de 2009

Ese sol

De la última salida a la librería he traído la sorpresiva edición de un libro que aguardé durante años sin buscarlo, confiado en que estábamos destinados: “Ese Sol del Mundo Moral”, de Cintio Vitier. Esperaba una pormenorizada indagación sobre la raigambre ética de nuestro devenir nacional. Esperé revelaciones y categorías a la manera de “Lo cubano en la poesía”. Alenté el deseo de leer una pesquisa larga sobre las obsesiones históricas de la eticidad cubana. Pero Cintio fue esta vez más modesto y, tal vez por lo mismo, hemos alcanzado a ver diáfano lo que ya intuíamos. El propio autor lo explica en el prólogo: "No es éste un libro de indagación filosófica, sino un conjunto de reflexiones que se orientan con ánimo empírico, y mediante un lenguaje abierto, hacia la captación de un proceso espiritual concreto: el de la progresiva concepción de la justicia, y las batallas por su realización, en la historia cubana." Y luego: (…) "el autor no pretende tampoco haber hecho trabajo de historiador (…) Ésta sería una tarea distinta (…) que no es la que corresponde a un poeta sencillamente enamorado de su patria."

Construido a partir de los hitos de una tradición iniciada por la carta de Miguel Velázquez, dirigida en 1547 al obispo Sarmiento y donde se define a Cuba como “triste tierra, como tierra tiranizada y de señorío”, “Ese Sol del Mundo Moral” se articula en torno al eje martiano y sitúa los momentos éticos culminantes de los últimos dos siglos en la actitud más que en la teoría, en el gesto antes que en la palabra. El “querer ser” de Cuba cabe entero en el libro de Cintio, y todo el camino y todo el dolor y la grandeza de cubrir de hondura ética el vacío de justicia. Y con Martí al centro de la composición he redescubierto a José de la Luz y Caballero, el maestro que vislumbró este sol y pudo señalarlo con el dedo a los ciegos en derredor suyo. Sobre Luz escribió Martí:

"Él, el padre; él, el silencioso fundador; él, que a solas ardía y centelleaba, y se sofocó el corazón con mano heroica, para dar tiempo a que se criase de él la juventud con quien se habría de ganar la libertad que sólo brillaría sobre sus huesos; él, que antepuso la obra real a la ostentosa, -y a la obra de su persona, culpable para hombre que se ve mayor empleo-, prefirió poner calladamente, sin que le sospechasen el mérito ojos nimios, de cimiento de la gloria patria; él, que es uno en nuestras almas, y de su sepultura ha cundido por toda nuestra tierra, y la inunda aún con el fuego de su rebeldía y la salud de su caridad; él, que se resignó, -para que Cuba fuese- a parecerle, en su tiempo y después, menos de lo que era; él, que decía al manso Juan Peoli, poniéndole en el hombro la mano flaca y trémula, y en el corazón los ojos profundos, que no podía “sentarse a hacer libros, que son cosa fácil, porque la inquietud intranquiliza y devora, y falta el tiempo para lo más difícil, que es hacer hombres”

A José de la Luz supo calarlo bien, aunque amargo y resentido el criterio, Marcelino Menéndez y Pelayo en su “Historia de los heterodoxos españoles”: "Educó a los pechos de su doctrina una generación entera contra España, y creó en el Colegio del Salvador un plantel de futuros laborantes y campeones de la manigua."

Cuando apenas conocía por notas al pie y vagas referencias el libro de Cintio, siempre me olió a vieja metáfora el título, que si algo de retórico me pareció antes de conocer las palabras que lo sugieren ahora se presenta como una iluminación. Acaeció una noche, cuando don Pepe, ya enfermo y ensimismado en sus últimos años, habló a sus alumnos de aquel postrer diciembre. Para Sanguily, “el siglo actual seguramente no ha oído palabras mejores.” Dicen que había mucho silencio cuando el maestro del Salvador, alzó “los brazos trémulos a lo alto”:

"Antes quisiera, no digo yo que se desplomaran las instituciones de los hombres –reyes y emperadores-, los astros mismos del firmamento, que ver caer del pecho humano el sentimiento de justicia, ese sol del mundo moral."

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