domingo, 6 de julio de 2008

Poesía en la picota. Pálida sombra de la Avellaneda

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Es el tiempo el criterio definitivo del juicio. Este axioma, que se me antoja de Perogrullo, contiene una precisión inobjetable y, a la vez, una flagrante injusticia. El tiempo, a veces, se equivoca y sepulta. En estos casos, aunque tardía, siempre llega la revisión; y hay que consentir que algunas de estas revisiones marcan el tono de otra época. Verbigracia, la poesía de Sor Juana Inés de la Cruz, restituida en el siglo XX. Para decantar y pulir de lo pereceredero, sea bienvenido el tiempo; para justificar lo banal de los días que corren bajo el pretexto de actualidad y moda, sea anatema. Ante esta reflexión un poco inflamada viene a corregirme Borges con su dístico "A un poeta menor": La meta es el olvido:/ yo he llegado antes.

A Gertrudis Gómez de Avellaneda (Puerto Príncipe, 1814-Madrid, 1873) le ha correspondido un singular destino: en ningún modo olvidada, convertida en leyenda por lo novelesco de su biografía, con rango de literata mayor, se le escatiman lecturas en nuestros días; se le trata como a una antigualla. De su novela "Sab" se dice que es la primera pieza narrativa de intención abolicionista -sin constituir una obra de tesis- que se escribió en el siglo XIX; el soneto "Al partir", escrito al momento de emigrar a España, ha sido antologado entre las mejores poesías cubanas de todos los tiempos. Estas virtudes otorgadas por el tiempo y sus consecutivas revisiones, sin embargo no han bastado para garantizar lectores a la Avellaneda, y si lo avellanedino se disuelve en una retórica de sabor algo añejo en lo que concierne a su poesía, según la opinión consensuada de todos sus críticos, ¿cómo leerla sin el prejuicio de lo escrito al cabo de 135 años?

Primero escuché hablar del carácter singular de Tula, sus arrestos de mujer impetuosa y los inevitables infortunios, sin haber leído todavía sólo un verso suyo. Sus dotes poéticas han sido puestas en la picota del siglo retórico que reverenció la herencia de Meléndez y Quintana. José María Chacón y Calvo se muestra inapelable en este punto: "Es menester que se diga de una vez y con voz alta: la verdadera Avellaneda, la Avellaneda de la posteridad, está reducida a una corta serie de composiciones..." Max Henríquez Ureña, minucioso historiador de las letras cubana, es categórico: "su poesía ha envejecido con el tiempo".

La historia de la literatura, disciplina siempre errática, ha situado a la Avellaneda en un paradójico enclave: cubana por nacimiento y convicción, pero reclamada por los españoles desde Menéndez y Pelayo hasta nuestros días; romántica contumaz de la casta de Lamartine y Chateaubriand, a la vez que retórica aficionada a la pompa de Gallego y Quintana. Así se refugia la Avellaneda en un ambiguo predio literario y geográfico que casi le cuesta la posteridad, aunque las peripecias de su vida tengan rango de leyenda.

Mi interés por Tula es reciente. Apenas ha transcurrido una semana desde que encontré en la "Noche de los Libros", pequeña feria de verano que se celebra en algunas ciudades cubanas, un tomo de la célebre correspondencia de la poetisa con Ignacio de Cepeda (Cartas desde la pasión, Colección Voces, Editorial Letras Cubanas, s/a). Lo he leído con el gozo afiebrado de los descubrimientos.

Los amores de Gertrudis y Cepeda son tal vez el episodio más alto de la leyenda de Tula. En estas cartas puede beberse mejor que en "Munio Alfonso", "Espatolino" y "La baronesa de Joux" -obras famosas de la Avellaneda- lo que tiene de imperecedero el porte de esta mujer dotada para experimentarlo todo sin medianías como no lo hubiera soñado nunca, ni de pasada, Madame Staël, una de sus escritoras admiradas.

En su epistolario, pudiera parecer que Tula decae en los sitios comunes del romanticismo; si lo hace -pienso yo- es absolutamente orgánica y nunca suena a pose. Veamos un pasaje de la carta fechada en Sevilla el 15 de abril de 1840, que señala uno de los giros en el tono de la correspondencia, un ajuste de tono alusivo a los vaivenes de su relación con Cepeda:

En la separación acaso eterna a que pronto nos veremos condenados, será para mí un consuelo recibir algunas cartas de usted y dirigirle las mías; pero es preciso para que esta correspondencia esté exenta de inconvenientes determinar su naturaleza, amigo mío. Nuestras cartas serán las de dos amigos, no amigos como lo hemos sido en algún tiempo, porque aquella amistad era una dulce ilusión; la de ahora será más sólida porque no será hija del sentimiento, que antecede al amor, serálo, sí, de aquel que sobrevive a él, y que se funda precisamente sobre sus desengaños. No sé si hablaría así otra mujer en mi posición con respecto a usted; pero ya he dicho mil veces que no pienso como el común de las mujeres, y que mi modo de obrar y de sentir me pertenece exclusivamente.

Usted me ha dicho, juzgándome por ajenas opiniones, que soy inconstante, y yo, sin negar que en cierto modo merezco este nombre, me atrevo a asegurar a usted, con la franqueza que me caracteriza, que no lo he sido nunca con usted, ni podré serlo en ninguno de los afectos que justa y profundamente haya sentido mi corazón. Pero soy, como ya le he dicho a usted, incapaz de imponer cadenas al sentimiento más espontáneo y más independiente, ni de admitir como amor todavía lo que ya no es más que el esfuerzo de un corazón noble y agradecido que quiere engañarse a sí mismo. !Cuán poco me conoces, Cepeda, si has pensado un momento que podía yo imitar a aquellas que cuando cesan de ser amadas aún quieren oprimir con el peso de su cariño! Porque el amor que ya no se participa no es un bien; no, es un mal, una tiranía.

Con el espíritu de su siglo, la Avellaneda, contumaz romántica, anticipa convicciones que aún no exhibirán en su discurso escritoras muy posteriores; se convierte ella misma en heroína novelesca de raro carácter, dispuesta a encarar al hombre con una plenitud de alma que ninguno de sus amantes pudo corresponder: a todos empequeñeció su timbre lapidario y el fuego de su palabra. Hasta Martí quiso verle algo viril ("No hay mujer en Gertrudis Gómez de Avellaneda: todo anunciaba en ella un ánimo potente y viril; era su cuerpo alto y robusto, como su poesía ruda y enérgica; no tenían las ternuras miradas para sus ojos, llenos siempre de extraño fulgor y de dominio: era algo así como una nube amenazante. Más: la Avellaneda no sintió el dolor humano: era más alta y más fuerte que él; su pesar era una roca...") sin notar que aquel siglo no estaba preparado para ella, que como no la aceptaron en la Real Academia Española, tampoco podrían aceptarla como la transgresora madre soltera que fue, como la amante del ingrato Tassara y enamorada empedernida de Cepeda, los hombres que no la merecieron.

Sin menospreciar su producción teatral y novelística, en las cuales hay risa y lágrimas todavía para el que pueda separar las esencias de lo contingente, ha de quedar la Avellaneda epistológrafa, la autora de esos textos tan compenetrados con su drama y, por ende, auténticamente sobrecogedores. En cuanto a su poesía, hay páginas que se salvarán siempre, pese al juego oratorio y la estampa de ocasión. De sus cartas he tomado este soneto, destinado por ella a publicarse en "El Anfión Matritense". Lo he preferido a otras piezas más conocidas porque es muy afín a la indagación sobre el tiempo pasado y la memoria, y contiene además una hermosa apelación al olvido, cualidad tan misteriosa, al menos en poesía, como el don de recordar.

¿Serás del alma eterna compañera,

Memoria triste de fugaz ventura?

¿Por qué el recuerdo interminable dura

Si fue la dicha ráfaga ligera?...

Tú !negro olvido! que con hambre fiera

Abres para el amor tu boca oscura,

De glorias mil inmensa sepultura

Y del dolor consolación postrera;

Si a tu extenso poder ninguno asombra

Y al orbe riges con tu cetro frío,

!Ven!, que su Dios mi corazón te nombra.

Ven, y devora este fantasma impío,

De pasado placer pálida sombra,

De placer porvenir nublo sombrío.

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi Viajero, me es grato verte asomado, los cabellos al viento, el tren en marcha.

Gertrudis es una gran "fuente".

Hoy besaba yo la frente a Virginia Wolf, tenía los cabellos llenos de limo, pero sonreía mientras los siglos iban pasando y ella, su Alma, tomaba tantos cuerpos!

Quien sabe dónde andarán ahora Tula, Virginia y otras tantas, bajo qué miradas?

Solo Dios, la Fuente, lo sabe.

Te dejo un beso a ti también

Yordán, como el río del bautismo.

Maykel dijo...

Astro:
A veces releo "Orlando", la saga de ese hombre-mujer que es la síntesis de los dos sexos y, sin duda, más perfecto que las naturalezas "netas".
Viene bien que recuerdes a Virginia, que se echó las piedras al bolsillo para anclarse para siempre. Estoy escribiendo algo sobre Alejandra Pizarnik -lo prometí a Noche- y me has hecho recordar que ambos amamos a los suicidas, aquellos desterrados de los cementerios convencionales que merecieron la sepultura junto al camino sólo porque decidieron probar a todos que sí podían decir adiós a su antojo, pese al capricho del hado y a los finales comunes.
¿Recuerdas como Orlando se pasó la vida escribiendo un poema, "La Encina", que llevó siglos apretado al pecho, sujetos los pliegos por cintas, con la convicción de que se trataba de su última justificación, de la última metamorfosis concedida a su fatum? Sé que lo recuerdas.
EL final de Orlando -la visión del pato salvaje-, lo mismo que los finales de Virginia y Alejandra, me suenan a ritmo hesicástico, como el que anunció Licario a Cemí en otro final memorable, el de "Paradiso": podemos empezar.
Todos los besos para ti, para que sigas fluyendo y me recibas en tu cauce. Quiero tocar fondo.

Camilo Venegas dijo...

Maykel, me divirtió mucho tu comentario sobre mi viñeta de Isabela. En realidad ese texto es ficción. Forma parte de un librito de cuentos que publicaré en algún momento: "Caña quemada". Tengo muy buenos recuerdos de Sagua la Grande. Allá vivía un primo mío, Alahím Yero Curdi, justo al lado de una barbería que se derrumbó, frente a la funeraria. Muy cerca de la estación de trenes. En Sagua pasé casi todas mis vacaciones y encontré mis primeras novias. Ahora vivo en República Dominicana, pero no dejo de mirar a tu ciudad y a Isabela desde ese extraño oráculo que es Google Earth. Mi email es venegas1967@gmail.com No perdamos el contacto. un abrazo.

Maykel dijo...

Camilo, tengo un amigo con la misma pasión tuya por los trenes. Me ha obligado a leerme reglamentos e itinerarios; lo he acompañado en indagaciones históricas por andenes y archivos; hasta me leí, de una punta a la otra, "Caminos para el azúcar" de Oscar Zanetti, la gran historia del ferrocarril insular.
De tu Paradero de camarones tengo una imagen fugacísima: la que se ve desde un vehículo que va o viene de Cienfuegos. He comprendido por qué dices que la gente de tu pueblo existía para decir adiós a los trenes que siempre pasan hacia ignotos rumbos.
Veo que tienes a Sagua sembrada en el imaginario como un sitio de los orígenes. Conozco esa calle: la ex-barbería con su artefacto de ondas de colores; la ex-funeraria, que hace años mudaron de ahí a la calle Solís (donde antes velábamos a los difuntos hay ahora una tienda de productos de seguridad: ¿dados y candados?). Después solemos decir que Sagua parece la misma y no ha cambiado en un siglo...
Claro que no perderemos el contacto, así te cuento finalmente por qué la estación de trenes de Isabela dice Concha en lugar de Isabela; así, tal vez, puedas tomar el mismo tren y descender aquí, como antes, a la vuelta de la esquina.

Maykel dijo...

De que la Avellaneda sigue conquistando pese al tiempo aún me llegan pruebas.
Edith Checa, poeta y periodista sevillana, organizó este año un homenaje por el aniversario 135 de la muerte de la escritora camagüeyana.
Edith pasó por aquí y me dejó esta nota, que testifica cómo no olvidan a Gertrudis en la tierra que la acogió:
Hola Maykel:
Genial. He leído tu comentario y me ha encantado. Me alegra que seamos
algunos los que pensamos en Tula.
Algunas veces, cuando voy al cementerio y le dejo un ramillete de
flores, veo que hay casi siepre alguna florecilla suelta y seca. Me
consta que de vez en cuando alguna persona o algunas se acercan a su
tumba para agradecerle todo lo que nos ha enseñado.
Un abrazo
Edith Checa

Ahora me han quedado deseos de ver la tumba de la Avellaneda, así que le escribo a Edith.
Saludos a todos los que transitan la "noche obscura".

Jueves dijo...

Querido Maykel:

Cómo atreverme a recordarte que no escribir nada tiene que ver con el olvido... Te sigo leyendo, claro, pero no sé qué es de mis dedos ni de la postura de mi espalda.

Sin embargo, la "historia" de la Tula me hace saltar de la silla... ¡No sabes cuánto sentí y cuánto dolorosamente disfruté con su epistolario! En la Facultad me dio clase de Romanticismo la profesora-escritora Marina Mayoral, especialista en "románticas". Leímos a la Tula, a Carolina Coronado, a Rosalía... Yo me compré enseguida el libro de la Avellaneda (no sé si tú compraste una edición en Castalia que forma parte de una colección de "literatura de mujeres").
Cuando leí las cartas me quedé sin habla y llamé a una de mis mejores amigas y compañera de universidad: María, tienes que leerlas ya, te van a enamorar. Y así fue. El tema de la tesis doctoral de mi amiga María fue el teatro de la Tula. Qué cosas...

Así que ya ves que no, que no se la olvida... Lo único que hace falta es darla a conocer.

Cuando vuelva a casa (ahora estoy de vacaciones...) buscaré el libro y releeré algunas páginas. Han pasado quince años desde mi primer encuentro, pero creo que sigo padeciendo de romanticismo. No hace falta que me ponga el termómetro porque todavía reconozco su temperatura... ¡Menuda gracia!

Un abrazo, Maykel, te sigo...

Maykel dijo...

Me complace confesarte que comparto tu enfermedad romántica, Jueves. La del genuino romanticismo, por supuesto, que siempre implicó una irreductible rebelión y el anhelo de un remanso.

Ay, Jueves, esas cartas duelen en los tuétanos!

Quiero que conozcas otros románticos cubanos, tan distintos de los españoles. Ya veré cómo voy colocándolos aquí.
Un abrazo.

Edith Checa dijo...

SE LA QUIEREN LLEVAR EN CONTRA DE SU TESTAMENTO Se sospecha en Sevilla que el Ayuntamiento va a exhumar el cadáver de la escritora del siglo XIX Gertrudis Gómez de Avellaneda para enviarla a Cuba. En su último testamento la escritora dispuso claramente que la enterraran en el Cementerio de San Fernando de Sevilla en la tumba de familia que había adquirido, y dejó dinero para que trajeran desde La Habana los restos mortales de su marido Domingo Verdugo para que fuera enterrado en la misma tumba, junto a ella. Allí reposan desde hace 135 años. El testamento de La Avellaneda está en el Tomo 30979 ff.1646 r – 1685 r. del Archivo Histórico de Protocolos de Madrid. Calle Alberto Bosch, 4, y por 10,35 € cualquier persona puede conseguir una copia. Yo ya la tengo en mi poder. La Avellaneda nació en Cuba cuando era una provincia española, vivió en España más de treinta años, y toda su obra literaria: novelas, teatro y poesía fue escrita en nuestro país, como lo fueron también sus dos grandes amantes, sus dos maridos, su hija y su padre. No podemos permitir que se incumpla un testamento, el de nadie, que se profane una tumba, que se envíen los restos de una persona allá donde no quiso que la enterraran. Si alguien abre esa tumba y se lleva a La Avellanada a Cuba estará infringiendo el artículo 526 del código penal, pero además, quien lo haga, estará demostrando no sólo que no respeta a los ciudadanos, y que por tanto no es un demócrata, sino que además es un delincuente.
Edith Checa.
Periodista y escritora.
VIDEO-POEMA TESTAMENTO
http://www.youtube.com/watch?v=wX-EMdKlFvY