sábado, 5 de febrero de 2011

Joaquín Turina, un seductor malogrado

-

Vino a Cuba –y a Sagua- en 1929.

La “Danza de la seducción” intenta fascinar con los arpegios desatados tras el cálculo de una pausa. Y sugestiona, pero no seduce. Turina es Falla exento de pathos. Se le recibe con desaliento, por el contraste que hace la templanza con su condición hispalense. Lo que aprendió de Vincent d’Indy no iba contra el credo de Albéniz -su buen oráculo- pero Turina asía la niebla impresionista.

Oigo la “Danza de la seducción”; al centro de sus exabruptos solo seduce el secreto de un viaje a Cuba, que a nadie ha interesado historiar. Turina no presenció la violencia del mar habanero. La inconclusa Sinfonía del Mar no se agita con los huracanes de este lado del mundo. Va, como un pozo calmo, regida por el très lent de los esbozos marinos de Debussy.

El Turina de París, convidado a la mesa de Ravel, y luego dirigiendo la orquesta de los Ballets Rusos de Diághilev, habló en La Habana del “enervamiento de un clima tropical”, argumento de cierta antropología climática en uso que sancionaba la imposibilidad de constituir en Cuba una buena orquesta. Cuando interrogó a la violista Berta Fraga sobre la música popular cubana y ella dijo “no entiendo mucho”, el silencio del compositor sugiere que le satisfizo la negación vacilante. (1) Poco entendía Berta; Turina entendió menos. Entender -como en el francés entendre- también es escuchar. El disciplinado arco de la viola no excluye la libertad de la mano sobre el pellejo del tambor.

De aquel viaje ni siquiera se ha salvado el tema de la conferencia que ofreció en unas pocas ciudades cubanas. La prensa sagüera apenas consignó el paso de “notables conferenciantes nacionales y extranjeros, entre los que se pueden citar a los Dres. Max Enriquez Ureña, Américo Castro, Jorge Mañach, Andrés Belaunde, Ramiro Guerra, Eugenio Noel y Sr. Joaquín Turina.” (2) Entre tantos doctores, un señor -un músico- que acaso tocó alguna pieza para solaz de unos burgueses de aguas calmas.

Todo lo que se sabe de aquella gira apurada por una isla de “paisaje eternamente igual” lo resumió el propio Turina en los trazos de caricatura que publicó el Boletín Musical de Córdoba: “cañas de azúcar, palmeras y, de cuando en cuando, pueblecitos a modo de factorías, con casas de madera y la familia negra a la puerta.”(3)

De la Villa del Undoso apenas advirtió generalidades, circunstancias afines a su nomenclatura de sitios impersonales:

Un ramal lleva a Sagua la Grande, a Caibarién, a San Juan de los Remedios. Son ciudades pequeñas, con su plaza central, la iglesia a un lado, el casino español a otro y, casi siempre, un parque infantil.(4)

A tan escueta crónica correspondió un silencio rotundo sobre su estancia en Cuba, una pausa de tantos años recién interrumpida con sus exabruptos calculados por la “Danza de la seducción”, que no seduce, pero sugestiona con la mano de Turina sobre la guitarra que no trajo. Se le compara con Falla –la gente común suele hallar en la comparación un asidero para los criterios peregrinos- pero su estilo es menos telúrico; es el mismo Falla, exento de pathos, la niebla sostenida por su mano monocorde.

___________
Notas:

(1) Joaquín Turina: Impresiones de Cuba: Pedro Sanjuán y su Orquesta, Boletín Musical, Año II, No. 16, Córdoba, Junio, 1929.
(2) Las actividades de la Hispano-Cubana de Cultura, El Liberal, Edición extra, Sagua la Grande, 1930.
(3) Joaquín Turina: Viajando por Cuba, Boletín Musical, Año II, No. 16, Córdoba, Junio, 1929.
(4) Ídem.

1 comentario:

Reinier Barrios Mesa dijo...

No se que tiene la historia que siempre me seduce, al igual que la mùsica y sus protagonistas. Hermosa entrada que he leìdo con vehemencia desde la mitad del mundo. Te abrazo viajero, en las epifanías, las utopías y los tiempos. R