Mi padre duerme sobre el sillón; ahí se balancea involuntariamente, a expensas del sopor. El mediodía cubano es el dominio natural de la Ikú, la muerte de los negros brujos, que nunca acecha en lo oscuro; sé que mata el cenit en las luminosas ínsulas.
Fue el 30 de diciembre cuando alguien me señaló el peligro de prolongar el silencio: “pensarán que estás muerto”. Yo hablo para que no suceda lo que temo, para resistir la presencia del silencio, sólo que a veces las palabras no se levantan a una voz. Los mediodías son paisajes demasiado áridos. Todo se reblandece, hasta las piedras rezuman una luz pesada; el aire se distiende; mi padre zafa el cinturón para respirar mejor mientras duerme tácitamente amedrentado. Quiero decir que el tránsito al nuevo año es ilusorio, otro pretexto para una pausa entre un letargo y un rostro indolente de otro animal letárgico.
Alguien ha definido un probable discurso mío como “hojarasca poética”. Con lo peyorativo del juicio soy feliz. Hoja soy que se desprende y por un momento oscila, sin tocar el polvo de los parques. Vivo por esos instantes; me subyuga el encanto de los ripios: disfruto plegar papeles usados, engendros caligráficos de una mano sin firmeza, impresos de epígrafes dorados que anuncian bodas y obituarios; los doblo hasta hacer pulpa de hojas amarillas. Por inexperto no hago lo mismo con mis propias palabras. Hay que saber mucho para anudar y desatar al antojo la pobreza perceptible del conjunto. Estremece pensar que sea posible y sólo he vivido un cuarto de siglo. Cuando camino por la ciudad y advierto el halo desfavorable de la luz, quisiera atenuar, oscurecer, configurarlo todo con el empolvado rojo de las tejas. Que el mundo sea monocromático y los matices sean capricho de la luz. Digo amén.
Anoche salimos a las doce y el entusiasmo de la gente parecía tan irónico como el gorro invernal que cubre la calvicie de un transeúnte rubicundo. La ciudad se ahumaba bajo la hoguera de los muñecos contrahechos que son alegorías del pasado. La gente disfruta quemar el pasado, hacer conjuros, ritos y alegorías para consolar. Los muñecos crepitaban y el pasado ascendía en la columna de humo, contumaz, invasivo como una atmósfera pestilente. Pero íbamos ligeros a calentarnos cerca del fuego. Así se experimenta el holgorio de la ciudad: un calor fácil que deja su hálito en las ropas. Digo amén.
Fue el 30 de diciembre cuando alguien me señaló el peligro de prolongar el silencio: “pensarán que estás muerto”. Yo hablo para que no suceda lo que temo, para resistir la presencia del silencio, sólo que a veces las palabras no se levantan a una voz. Los mediodías son paisajes demasiado áridos. Todo se reblandece, hasta las piedras rezuman una luz pesada; el aire se distiende; mi padre zafa el cinturón para respirar mejor mientras duerme tácitamente amedrentado. Quiero decir que el tránsito al nuevo año es ilusorio, otro pretexto para una pausa entre un letargo y un rostro indolente de otro animal letárgico.
Alguien ha definido un probable discurso mío como “hojarasca poética”. Con lo peyorativo del juicio soy feliz. Hoja soy que se desprende y por un momento oscila, sin tocar el polvo de los parques. Vivo por esos instantes; me subyuga el encanto de los ripios: disfruto plegar papeles usados, engendros caligráficos de una mano sin firmeza, impresos de epígrafes dorados que anuncian bodas y obituarios; los doblo hasta hacer pulpa de hojas amarillas. Por inexperto no hago lo mismo con mis propias palabras. Hay que saber mucho para anudar y desatar al antojo la pobreza perceptible del conjunto. Estremece pensar que sea posible y sólo he vivido un cuarto de siglo. Cuando camino por la ciudad y advierto el halo desfavorable de la luz, quisiera atenuar, oscurecer, configurarlo todo con el empolvado rojo de las tejas. Que el mundo sea monocromático y los matices sean capricho de la luz. Digo amén.
Anoche salimos a las doce y el entusiasmo de la gente parecía tan irónico como el gorro invernal que cubre la calvicie de un transeúnte rubicundo. La ciudad se ahumaba bajo la hoguera de los muñecos contrahechos que son alegorías del pasado. La gente disfruta quemar el pasado, hacer conjuros, ritos y alegorías para consolar. Los muñecos crepitaban y el pasado ascendía en la columna de humo, contumaz, invasivo como una atmósfera pestilente. Pero íbamos ligeros a calentarnos cerca del fuego. Así se experimenta el holgorio de la ciudad: un calor fácil que deja su hálito en las ropas. Digo amén.
Unas ambulancias nos obligaron a permanecer en la acera por un instante largo. Desde la portezuela alguien lanzó una felicitación sorda como una piedra que se detuvo a mis pies. Detrás, para colmo de sarcasmos, seguía el carro de la funeraria repartiendo cirios de año nuevo.
Mi amigo A., siempre hambriento de afectos esquivos, repartió cena a los perros callejeros. Por la ciudad fuimos con las bolsas repletas a festejar. Llegado el mediodía de la primera jornada, siento que ladra Cerbero en mis sienes y no tengo nada que ofrecerle más que restos, las ruinas deseables. Digo amén y aguardo la mordida.
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9 comentarios:
¿no es acaso el tiempo la ilusión perfecta? De cualquier forma felicidades en este año que ya va envejeciendo, y mis deseos de que no anudes tu palabra, un abrazo
Algún filósofo por ahí sostiene que el tiempo es la cuarta dimensión. Con Borges digo que lo hemos gastado y nos ha gastado. Ya cumple un año este blog, hoy mismo. 4 de enero de 2008 es la fecha a la cabeza de la primera entrada. Un año. Empecé con una idea que fue reformándose sobre la marcha, perfilándose cada vez hacia adentro y hacia afuera alternativamente. Tal vez ese sea el delicioso encanto de la sucesividad.
Lo que hemos transitado juntos va siendo memoria.
Gracias, Yolanda, por desatar la voz...
Mi querido viajero, ando de mudadas, el templo nuevo fue un anticipo, ahora vivo en un lygar mágico, se llama Marxalenes, y significa Marjales..... creo que Noche lo sabía....
Nos vemos muy pronto, en cuanto termine de acomodar los baúles y tenha internet en casa, estoy ahora en un ciber y la dueña me agita porque es casi día de Reyes y van a cerrar.
Gracias por tu carta en el espejo, me hizo llorar.
te ama
Tu Astro
Feliz aniversario, un abrazo
Astro, dura mucho esa mudanza...
Mi viajero, ya la mudanza está. Y el té dispuesto para sentarnos a murmurar conjuros. Ayer hubo peregrinación y no sabes qué dos iglesias nuevas he encontrado. Un monasterio donde reposa doña Maria de Castilla y una iglesia templaria. Más bien me han encontrado ellas a mí, como siempre.
Tengo pendiente un paseo por todas las iglesias de valencia y sus historias para regalártelas, pero sigo sin cámara digital, espero que pronto me haga con una y verás, viajero, lo que ahora veo mientras te pienso.
Gracias, gracias gracias, y que la magia siga envolviéndonos por los siglos de los siglos.
Amén
te beso
Astro
Viajero mío, vengo saldando deudas, ya te va, desde la habitación del espejo, la primera virgen y los tejados valencianos.
estás bien?
bendiciones
tu Libélula
Excelente lectura. Hacernos meditar en la mordida de Cerbero al final de un texto que habla de fiestas de modo tan poético y literario, hacen casi dulce ese pensamiento. Saludos desde Bogotá, Col.
Felicitaciones, me ha gustado mucho tu blog, en especial loas fotos...seguiré visitandote, un abrazo
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