domingo, 11 de mayo de 2008

El chicherekú

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Las trazas del chichiricú hay que buscarlas hoy en Villa Alegre. Fernando Ortiz se refería en su "pelea cubana contra los demonios" al merodeo que las criaturas africanas mantenían, en tácita complicidad con cierto Lucifer medievalesco, por los alrededores de Remedios. Otros los describen como duendes venidos a la isla de polizontes a bordo de los barcos negreros. Esteban Montejo, el cimarrón biografiado por Miguel Barnet, cuenta cómo se escuchaba en los ingenios el chillido del "chicherekú", "un conguito de nación, que no hablaba español" y nadie quería encontrar en su camino por las noches. Samuel Feijóo no colectó encuentros con chichiricúes en ese formidable catálogo de anécdotas que constituye su "Mitología cubana"; sólo algunas referencias ambiguas parecen haberse colado de contrabando. Julia Calzadilla, a instancias de Feijóo, escribió su ya clásica "Los chichiricú del charco de la Jícara", una novela para niños; ambos, Julia y Samuel, aficionados al estudio del folklore campesino, confundían chichiricú con güije, naturaleza con magia negra, un mito con otro mito. Y es que no vinieron a Villa Alegre, el último refugio conocido de estos diablitos increíbles.
Clara Larrondo fue la primera que me habló de las ofrendas de alimentos que muchos ponen todavía a disposición de la gula de los chichiricúes, en ciertas esquinas de Villa Alegre. Se les teme, y mucho. En La Habana, una mujer muy serena de carácter me pidió que no los mencionara en su presencia; sólo la mención bastaba para amedrentarla. Hice que Clara me concertara una cita con un conocedor que resultó ser su propio padre. Así me fui a Villa Alegre. La frontera parece frágil y al mismo tiempo definitiva: la línea del ferrocarril. Así lo dispusieron los blancos del siglo XIX cuando confinaron los negros libertos a un asentamiento de fronteras bien delimitadas -una suerte de ghetto- donde no hay equívocos sobre la sacralidad de la tierra que se pisa. Para allá, África entera con sus mitos, hechiceros y cabildos; para acá, la ciudadela pavimentada y correctamente cuadriculada, pertrechada en el viejo temor al negro, el recuerdo del Haití llameante. Al centro, el camino de hierro. Viajes a uno y otro lado entre dos mundos en apariencia estáticos. Así fue legislado hace más de un siglo. Yo crucé.
Alexandra David-Néel, la primera mujer europea que llegó a Lhaasa, alude a la creencia tibetana en los cuerpos que andan -cuerpos muertos- a merced de las artes de un brujo. El vodú haitiano se conoce sobre todo por el difundido enigma de los zombies, cadáveres reanimados para diversos fines, algunos tan poco esotéricos como el trabajo manual, la simple servidumbre. El chichiricú, según me revelaron los sabios de Villa Alegre, es una rara criatura invocada por ensalmos -pactos, decían- al servicio de algún avezado palero. Casi siempre operan con misiones bien definidas, nunca a su albedrío; aunque son chistosos y maléficos no se descarta que estas incursiones puedan generar hilaridad. Hay una tradición que los presenta como habitantes de una ceiba antiquísima de la calle América, cuyo suelo está sembrado de prendas de palo. Se les describe rumbeando al son de los tambores del cabildo de San Lázaro, mordiendo los dedos del displicente Chino Poo, vecino del barrio. Se cuenta cómo una vez revolcaron a un galán vestido de dril blanco que intentaba salvar su impoluta indumentaria de los fangales de Villa Alegre. Tal vez el encuentro más comentado y célebre fue el que tuvo un chichiricú con el carretonero Zacarías. Encontré descendientes del viejo dispuestos a atestiguar la veracidad de la anécdota. Hela aquí:
Zacarías volvía de cortar yerba, con la carreta cargada. Así transitaba la periferia de Villa Alegre. Era negro viejo y lo había visto todo. Al menos eso pensaba, mientras masticaba su tabaco, rendido por la jornada y la noche inminente. A la vera del camino descubrió entonces un niño que no paraba de llorar, un negrito chiquito. M'ijo, qué te pasa -Zacarías hizo un ademán-. "Ven, sube que te llevo un tramo". Por el camino no había nadie y se me antoja que la carreta rechinaba como las del poema de Agustín Acosta. Entre un vaivén y otro, el negrito tocó el hombro de Zacarías. El viejo se viró. Su pequeño pasajero tenía un aspecto raro, los ojos algo rojizos. Fue entonces que sonrió, e hizo un guiño maligno. Zacarías, -dijo entre risas- mira mi diente. Y mostró un diente largo como un puñal. El negro echó a correr, dejó la carga en el camino, y casi le lleva la puerta a la vieja Sunsa, donde tuvieron que reanimarlo, regar agua bendita de una taza y prepararle un tilo para atenuar la malicia del chichiricú.
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10 comentarios:

Animal de Fondo dijo...

Al igual que la mezcla de sangres lejanas da la posibilidad a los seres humanos de combinar sus ramas en belleza y dotes singulares, yo sospecho que la mezcla de tradiciones y de culturas hace lo mismo. No sé si las casas reales podrán compararse con el fanatismo de las culturas "puras". Pero de lo que no cabe duda es que esa mezcla diversa de tradiciones despoja a las creencias de su lado cortante, de su filo, y crea una urdimbre tan rica, al menos, como la tradición griega.
Me gustaría conocer más a ese negrito, que se aleja del Gólem que describe Borges en su poema.
Algunas veces he intentado conocer más de ese cogollo de Lucumí, Congo y Criollo, esos -para mí- deslumbrantes conceptos que toman ron y fuman tabaco y consiguen que no nos asustemos al contemplar los abismos que nos pueblan.
Pero, claro, es inútil. Necesitaría al menos dos o tres vidas más, y un par de injertos en el cerebro. Así que, qué suerte la tuya, Maykel, que tienes al lado un monte a quien pedir los permisos necesarios, con la seguridad de que te los dará. Pobreza irradiante tal vez; míranos a los demás vigilando el curso de nuestra propia sangre para matar con el matamoscas a los sutiles principitos que nos la pueblan.

Maykel dijo...

Fui muy afortunado aquella mañana en Villa Alegre. Hubiera querido preguntar mucho más, quedarme una temporada a la sombra de aquellas ceibas que todavía son adoradas. Tienes razón: es como Grecia. La misma armonía primegenia: un nombre y un ánima para cada piedra, para cada árbol. Entendí toda la pasión de Lydia Cabrera. Alcancé a oír genealogías que se remontan a África, relatos sobre mágicas prendas que cruzaron el mar. Sé que Borges en Villa Alegre no hubiese vacilado en describir al chichiricú perpetuamente travieso y malévolo. Al fin y al cabo, en esencia, no difieren mucho los imaginarios de un palero y un rabino. Perdido el filo, sólo queda la pulpa, el alimento puro del homúnculo. Nos sabes cuánto agradezco que nos haya sido otorgada nuestra propia Grecia. Los dioses son generosos con las islas...

Anónimo dijo...

Isla mía, ya estoy de regreso, he entrado a murmurarte para que sepas que el eco de tu llamado llegó a mí. Aquí estoy, para romper el silencio, y así será siempre...

Te escribiré pronto

Astrolabio

Isabel Barceló Chico dijo...

Fascinante esa imagen del chicherekú, leyenda urbana o rural de la que nadie puede decir que sea completamente falsa o completamente cierta. En cuanto a los muertos vivientes, creo que los hay, los vemos en nuestras calles a veces, en las imágenes de televisión: son esas personas privadas de todo y para quienes la vida es un duro sobrevivir. Saludos cordiales.

Víctor Sampayo dijo...

Por suerte estamos a merced de los ojos como estrellas: el chicherekú que describes, aunque más cargado hacia la picaresca que hacia la maldad solemne (acaso una de las peores), me recordó irremediablemente a los nahuales de por acá, esos seres a mitad de camino entre los demonios y los hombres...

Maykel dijo...

Isabel, esas imágenes no sólo expresan la condición devastada de esos muertos, sino la muerte indiscutida las sociedades que les sirven de sepulcros. Cuánta razón tienes!

Rey Mono:
Hice mi propia indagación sobre los nahuales; es muy interesante. Un mito casi a mitad de camino entre las cosmovisiones totémicas y chamánicas. Aquí se habla -en Oriente sobre todo- de una criatura legendaria que se les parece aún más que el chichiricú: el cagüeiro. Se trata de hombres que adoptan cuerpos de animales en circunstancias de peligro o latrocinio... Pero creo que es un mito ya decaído, cuyo declive está asociado al cáracter profano y supersticioso de la tradición campesina, y al tradicional decrecimiento demográfico de la población rural; en cambio el chichiricú sigue vital en Villa Alegre, amparado por los discretos practicantes de la Regla de Palo Monte. Gracias por el comentario incitante...

Maykel dijo...

Astrolabio, cuánto alivia saber que el temor al silencio será abolido para siempre..
Te espero, todavía...

Anónimo dijo...

Hola Mayk...disculpa por favor el retraso en mi visita..Muy interesante esto que cuentas,me han venido a la menete tantas historas de dundecillos y seres "mágicos" que hay por aqui..bueno saber que aún hay algunos de mi raza rondando este planeta :P Abrazos

Maykel dijo...

Noche, sí: todavía rondan, al menos por aquí... !Y yo que pensaba que habían tenido tiempo de morir desde que anduvo buscándolos Lydia Cabrera!
(Te recomiendo la lectura de "El Monte: ahí están todas las pruebas).
Besos para ti.

Unknown dijo...

MAIKEL-- QUISE, ENTRE OTRAS MUCHAS COSAS, SER ALGUNA VEZ AUNQUE FUERA UNA SOLA, SER ESCRITOR. HE ESTADO HACIENDO ALGUNOS PININOS EN ALGUNOS TEMAS QUE PUDIERAN SER COMUNES CON USTEDES.. ESPECIALMENTE DE NUESTROS DUENDECILLOS CRIOLLOS, Y GRACIAS A ELLO PUDE DISFRUTAR DEL CUENTO DE ZACARIAS, DE SU BELLEZA RÙSTICA,- LA MEJOR DE TODAS-,Y DE TU ESTILO AGRADABLE, DIRECTO Y NO MENOS HERMOSO. TE DOY LAS GRACIAS PRIMERO Y TE PIDO PERMISO DESPUÈS PARA TRANSCRIBIR EL CUENTO Y DESDE LUEGO TU NOMBRE..INTERCALÀNDOLES EN LO QUE HASTA AHORITA HE ESCRITO.JUNTO A OTRAS RECOPILACIONES, CON LA ESPERANZA DE QUE ALGUNA VEZ, AUNQUE FUERA ÙNICA, PUDIERAS LEERLO Y CRITICARLO.. JUSTAMENTE SE TRATA DE EL MONTE Y DE UNA IDILICA CONVERSACIÒN TOTALMENTE A DESTIEMNPO CON LYDIA CABRERA.
saludos muy sinceros.
Aurelio

abmatoavi@hotmail.com