viernes, 30 de mayo de 2008

Copos de nieve. Miércoles de Ceniza.

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Obsesionados con la nieve, los poetas cubanos la convirtieron en símbolo de cierta poesía insular afiliada a la alusión y al desconcierto de la otredad, ese misterio de descubrirnos en lo lejano y de acercarlo de pronto al alcance de los dedos. La tropicalidad en pos de su reverso, el invierno crudo, fue un síntoma de la avidez de nuestros poetas por lo ignoto. La afición por la nieve data del romanticismo en el siglo XIX; sería muy fatigoso enumerar aquí todos los ejemplos conocidos. Entre los primeros románticos -tal vez un poco menos refinados- estuvo de moda la analogía de la benignidad del invierno cubano con la reciedumbre de las temperaturas en Europa. Fueron las primeras intenciones, algo ingenuas, de distinguir a Cuba, de enaltecerla; en aquella poesía del primer tercio del siglo, se gestó la conciencia del orgullo criollo por las cosas de la tierra.
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La nostalgia de la nieve, fenómeno tardío, tuvo su pináculo en Julián del Casal, que llegó a titular "Nieve" a su poemario de 1892. En "Nostalgias", texto emblemático del volumen, se manifiesta por primera vez tan explícito en la poesía cubana el regusto por la nieve. De ese mismo libro es "Flores de éter", dedicado a Luis de Baviera, a quien Casal llama en su alabanza "rey misterioso como la nieve". A partir de aquí, larga tradición han tenido las nevadas en nuestra poesía. Nos dice Lezama, en "Muerte de Narciso"(1937), era el círculo en nieve que se abría, refiriéndose a la primera irrupción del súbito, categoría esencial de la cosmología lezamiana de la imago, en toda su obra poética.
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Así la nieve se convierte en asunto recurrente de la poesía cubana de todos los tiempos. Pero he vuelto sobre el tema después de hacer un inusitado hallazgo: la única nevada legítima que nos fue concedida. La paternidad del descubrimiento no es mía, sino de Roberto G. Fernández, narrador cubano nacido en Sagua la Grande que vive desde 1961 en los Estados Unidos y allá ha edificado un singular imaginario sobre la faceta tragicómica y rocambolesca de la cubanidad trasplantada. Hace dos años la editorial Letras Cubanas publicó una antología de sus cuentos, aparecidos originalmente en inglés. A manera de epílogo, los editores decidieron adjuntar una entrevista que le hiciera al escritor la periodista Isabel Álvarez Borland, con el razonable fin de favorecer el conocimiento del autor por sus primeros lectores cubanos. Fue en ese intercambio donde hallé la clave sobre las singulares nevadas de la Isla, las de nuestra otredad, que me suscitaron poderosas reminiscencias. Ante la indagación sobre sus lectores cubanos a secas -no cubanoamericanos- y la posibilidad cada vez más inminente de viajar a la Isla, Roberto respondió:
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-Tengo bastantes lectores en Cuba. Y quizás un día sienta curiosidad por ver de nuevo el lugar donde nací, la Sagua del Río Profundo. Era un sitio tranquilo, un pueblo bucólico situado a orillas de un río que, en profundidad, competía con el Amazonas. Una vez al año la creciente inundaba las fincas y aumentaba el rendimiento de los trigales. Todavía recuerdo las agujas góticas de sus numerosas catedrales, y las calles cubiertas de hollín, y cómo las negras partículas que despedían los centrales azucareros se adherían a las yerbas, los árboles, los techos y las aceras como copos de nieve.
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La foto es de mi calle, este miércoles, cuando después de muchos años asistí a otra caída de "bagacillo", la nieve cenicienta a la que se refiere Roberto G. Fernández. De niño yo preguntaba, y me decían que era el tizne de los centrales; con el tiempo deduje que se trataba del diminutivo de bagazo, lo que queda de la caña después de haber sido exprimida hasta la última gota de su jugo de azúcar. El "bagacillo" es una hilacha de caña triturada y quemada, tan leve, que el viento la dispersa por los cardinales. Antaño fue bendito símbolo, pues había gente que aguardaba la zafra para subsistir, y este cabello negro de la caña anunciaba la plenitud de otra época sobrevivida. Recuerdo, en el blanco y negro de los recuerdos muy viejos, el portal de mi abuela cubierto por esta nevada: los niños jugaban a tiznarse las mejillas.
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Ha pasado mucho tiempo; más ha transcurrido desde que el padre Viñes, antiguo jesuita meteorólogo, asegurase que se había divisado verdadera nieve en la cima de una montaña pinareña por la mitad del siglo XIX. En 1873, según consigna Alcover, cronista también de nuestras extravagancias, los sagüeros opulentos pagaban cinco pesos de oro por una arroba de nieve, sin notar que entonces ciento veinte ingenios les lanzaban encima su furiosa nevada de hollín soplada por miles de esclavos -sacos de carbón- a quienes la nieve oscura sabía muy amarga. En 1932, en corcondancia con la nostálgica tradición, una de las revistas más populares de la Isla, publicó en titulares la escandalosa nueva de una gélida nevada en el Parque Central de La Habana la madrugada del 28 de diciembre. Luego los meteorólogos la pusieron en duda, se encargaron de demostrar que semejante capricho de los elementos era imposible; la fecha además hizo sospechar a todos: era el día de los Santos Inocentes, la jornada para hacer bromas y tomar el pelo de los ingenuos a lo largo de la Isla. De cualquier modo, a la cúpula del Capitolio nunca trajo "bagacillo" la ventisca incendiaria de los cañaverales; es que La Habana nunca conoció la legítima nieve cubana, la que no entrevieron siquiera nuestros poetas.
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Así quedó resuelta para mí la aparente sed por la nieve : en lo oscuro y frágil del bagazo carbonizado que al menor contacto se deshace para fundirse con el polvo incoloro traído por el viento desde los confines del mundo. Ojalá todos los miércoles de mi calle, en remembranza de Julián del Casal y sus epígonos, que no lo supieron, sigan siendo para mi nostalgia de la nieve, otros Miércoles de Ceniza.
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21 comentarios:

Yolanda Molina Pérez dijo...

Hermosa analogía, me sobrecoge tu amor por la aldea, lo comparto, por primera vez sé de alguien que disfruta del encanto de la negra nieve del hollín, mis visitas a los centrales, siempre han sido al paso del oficio, aún así algunos bateyes han calado en mi memoria como sitios de encanto, el preferido Tacajó en el municipio de Báguanos en Holguín, ¿cuánta sería la fascinación de esos genuinos cubanos Casal y Lezama de saber su nieve auténtica hija de esta isla? Lo mejor de andar por aquí es la certidumbre de la sorpresa en la palabra que nos acerca sin espasmos a la novedad, un abrazo

Maykel dijo...

Yolanda, qué bien que estés despierta a esta hora... Me ha gustado mucho encontrarme tu comentario, así, tan imprevisto. Tienes razón, amo la aldea, es el sitio que me ha sido dado; a veces siento que se confunde con todo lo que soy... Lo que he sido, le pertenece. Hace tiempo estoy un poco obsedido con el "dar testimonio", el mandato de Eliseo Diego. Gusto de repetir:

Voy a nombrar las cosas tan despacio

que cuando pierda el paraíso de mi calle

y los olvidos me la vuelvan sueño

pueda llamarlas de pronto con el alba.

Besos para ti.

Maykel dijo...

Pronto escribiré sobre bateyes. Hay algunos viajes breves que quisiera compartir.

Blimunda dijo...

nuevamente aca..
me vino a la mente silvio, "un disparo de nieve", cuando lei todo eso.. es real que hay una permanente analogia con la nieve, que nunca había observado...
adio!

Animal de Fondo dijo...

No he escrito el comentario hasta que he podido leer los dos poemas de tu querido Julián del Casal, Nostalgias y Flores de Éter, que son magníficos. También, gracias a ti, tengo ya a Zenea, al que citaste relacionándolo con Bécquer. En tus mismas palabras, tú tampoco sabes cómo te agradezco todo lo que nos das, amigo mío; y especialmente, claro, lo que me das a mí también. Y una entre tantas cosas que me das es ese salvoconducto cubano por el que tanto luché y con el que tanto soñé (y que me está sirviendo, me está dando entrada a la verdadera Cuba secreta, la que yo buscaba, y no como el pobre salvoconducto que le dieron a Zenea y que de tan poco le sirvió). Me estás permitiendo conocer que hay más Cuba, que también hay una Cuba muerta que corre por las venas, y que no es "de viejas razas mortal herencia", como en el verso de Casal. Y esa Cuba de los que ya solamente son en lo que han transmitido no será tan fácil destruirla; sin que quiera decir que la otra, la viva, lo sea.
Poder tener a Casal y a Juan Clemente Zenea ha sido toda una aventura. Me llegó el libro con un montón de páginas en blanco y se ha tardado casi un mes en la sustitución. Pero ya está aquí.
Y en el bagacillo de nieve de este artículo está la vida entera, la inasible, la que deja sus verdaderas huellas en el corazón, más profundas que las de las explosiones y los cañonazos.
Has explicado muchas cosas. Te lo agradezco, Maykel. Un abrazo y que sepas que con cada una de tus lecciones avanzamos; así que adelántame el puesto en la clase, que ya sé, gracias a ti, un poco más.

Anónimo dijo...

me quedé un poco desconcertado con el título,me preguntaba:"..¿nieva en Cuba?.."...ahora mismo tengo un dolor de cabeza que no me permitió entender del todo tu escrito,pero prometo leerlo de nuevo cuando éste me abandone...he dejado algo pa' ti en mi blogo.Abrazos

Víctor Sampayo dijo...

Dijiste que hablarías de tus viajes y me alegro porque lo estás cumpliendo. En una sola caminata es posible emprender una odisea: veremos en dónde encuentras a Polifemo o a Circe, y por supuesto, la descrpción de todos los lugares en donde encalle tu nave...

Maykel dijo...

Blimunda, es cierto, gracias por añadir a la antología esa estampida de Silvio. Cuento con que sigas apareciendo para completarme los olvidos...
Abrazos...

Aquí precisamente intento probar que sí nieva en Cuba, Noche. Ha nevado durante siglos, sobre nuestros techos y sobre el misterio de nuestra poesía.
Ya se anuncia Pizarnik, besos...

Maykel dijo...

Amigo mío,
Animal de Fondo:
el placer de saber que tienes contigo a Zenea y a Casal, un destello de la Cuba esencial, basta para justificarme en lo que aquí intento a exponer y hacer legible, que es lo mismo que se me escapa en cada una de mis incursiones por los caminos de adentro.
Si nadie más pudiera leerme, si no existiera Google, y éstas solamente fueran cartas que redacto para enseñarte lo maravilloso que me asalta a cada paso, lo escribiría igual, con la misma fidelidad.
Es que donde el bagacillo cae, basta un ademán para dejar huellas, trazos breves de una rara escritura, en el fondo del aire...

Maykel dijo...

Amigo mío,
Animal de Fondo:
el placer de saber que tienes contigo a Zenea y a Casal, un destello de la Cuba esencial, basta para justificarme en lo que aquí intento a exponer y hacer legible, que es lo mismo que se me escapa en cada una de mis incursiones por los caminos de adentro.
Si nadie más pudiera leerme, si no existiera Google, y éstas solamente fueran cartas que redacto para enseñarte lo maravilloso que me asalta a cada paso, lo escribiría igual, con la misma fidelidad.
Es que donde el bagacillo cae, basta un ademán para dejar huellas, trazos breves de una rara escritura, en el fondo del aire...

Maykel dijo...

Amigo mío,
Animal de Fondo:
el placer de saber que tienes contigo a Zenea y a Casal, un destello de la Cuba esencial, basta para justificarme en lo que aquí intento a exponer y hacer legible, que es lo mismo que se me escapa en cada una de mis incursiones por los caminos de adentro.
Si nadie más pudiera leerme, si no existiera Google, y éstas solamente fueran cartas que redacto para enseñarte lo maravilloso que me asalta a cada paso, lo escribiría igual, con la misma fidelidad.
Es que donde el bagacillo cae, basta un ademán para dejar huellas, trazos breves de una rara escritura, en el fondo del aire...

Maykel dijo...

Empieza a gustarme esto de referir viajes, Rey Mono. Te confieso que le tengo cierto afecto a los viajeros cronistas de antaño que intentaban legarle al mundo una visión casi siempre apasionada de lo que iban descubriendo.
Con respecto a la afición por los viajes hay -creo- sólo dos clases de viajeros: el que confía en que siempre podrá saciar el ojo en alguna comarca aún inexplorada, y el otro escéptico que se pregunta, lo mismo que Dulce María Loynaz, poeta de mi tierra, "¿y que hará el ciempiés, con tantos pies y tan poco camino?

Anónimo dijo...

Encontré hace poco, en uno de mis paseos por la ciudad, un tomo de las famosas crónicas de viaje del valenciano Vicente Blasco Ibáñez "La vuelta al mundo de un novelista, editorial Planeta, 1958)( acá tienen la ingrata costumbre, como le contaba a Noche, de tirar a los contenedores de papel, los libros que llaman "viejos".

Me fascinó leer un capítulo entero dedicado a su paso por mi Habana de los años 20. Casi lloro ante tanta "casualidad".

Intentaré digitalizar esa crónica para pasártelo por mail y lo subas a tu espacio.

Tengo muchas deudas pendientes de atrezzos, la lista aumenta, pero es emocionante ir acumulando, así tengo tareas pendientes para cuando pase esta época de silencio.

Estando en España, aún no conozco la nieve, quiero dejar ese momento mágico para más adelante.

Anónimo dijo...

No será necesario digitalizar la Crónica de viaje sobre la Habana de los 20, está en "Cervantes Virtual". en el siguiente Link:

http://www.cervantesvirtual.com/servlet/
SirveObras/91360397909028617400080/ima0055.htm

Abrazos

Astrolabio

P.d por cierto, te ha llegado mi carta en respuestas a Borrero y sus nostalgias?

Maykel dijo...

Querido Astrolabio, cómo me ha gustado leer la crónica de Blasco Ibañez. Precisamente he vuelto a evocar en estos días aquí mismo cuánto me gustan los libros de viajes, un género que antaño, cuando el mundo no era todavía demasiado conocido, servía para emprender rutas ignotas desde la butaca de la casa.
He tropezado en mis viajes hacia el pasado con numerosos viajeros, poseídos por las más diversas índoles; sagaces unos y otros ciegos y displicentes.
Nara Araújo escribió una excelente colección de textos de mujeres viajeras del siglo XIX, titulado "Viajeras al Caribe". Todas ofrecen visiones espléndidas de La Habana. Entre ellas prefiero a la marquesa Calderón de la Barca, a la norteamericana Louise May Woodruff (My winter in Cuba) y especialmente a la sueca Fredrika Bremer. Me gustó mucho ver en La Habana una lápida que recordaba la estancia de esta última viajera en la ciudad. Sus "Cartas desde Cuba", destinadas a su hermana Agathe, son uno de los testimonios más sinceros que ningún viajero del siglo XIX dejara a los cubanos.
La carta sobre Juana Borrero, claro, la recibí; no la contesté porque en esos días propugnabas la pertinencia del silencio; no quise violentarlo, y además, sometido a un extraño y súbito deseo, lo hice mío...

Un beso.
Siempre te quiero.

Anónimo dijo...

Mi casa de la Habana Vieja, hace casi esquina precisamente con la de la tarja de Fredikra, creo que se hospedó en esa antigua casa, no recuerdo muy bien. En Cuba, en el rincón menos esperado, encuentras cosas deliciosas, puertas al pasado.

Las primeras crónicas de viaje que leí fueron en el epistolario de la Condesa de Merlin. "Viaje a la Habana" creo se llamaban. Conocí este libro de manos de Brito, mi profesor de Arqueología en el Gabinete de la Habana Vieja ( eran mis tiempos de arqueólogo). Utilizaban los escritos de la Merlin como referencias históricas a las diferentes casas de marqueses y demás, donde hacíamos las excavaciones.

Veré si me hacen llegar el libro de Nara, por suerte mi madre sigue conservando la tradición familiar de librera.

Otro beso para ti, de otro viajero que graba las crónicas en su alma,

Astrolabio

Isabel Barceló Chico dijo...

Tus textos están tan bien elaborados que subyugan. No lo harían tanto si el fondo no fuera igualmente subyugante, si no me hicieras sentir, bajo esa magia secreta de las palabras, que yo misma me asomo de un modo extraño a tu Cuba, una Cuba que no será igual para todo el mundo y que me has hecho ver cubierta de nieve oscura.
Un abrazo enorme.

Maykel dijo...

A la condesa de Merlín la encontré, Astrolabio, sepultada en la montaña de libros de una biblioteca que ya no existía. Fue un agradable hallazgo. El prólogo es excelente -¿de Salvador Bueno?-, se entera el lector de las circunstancias en que fue escrita la obra, de la zozobra que vivía entonces Mme Merlin y de los verdaderos motivos de su viaje a La Habana.
Un pasaje recuerdo especialmente; para mí, es causa de nostalgia por el romanticismo: la condesa le dice a su hija Mme Gentien de Dissay, en el mismo estilo que hubiera usado la marquesa de Sevigné, cuánto deplora la navegación a vapor, las razones que le hacen preferir la poesía de los viajes a vela, cuando están solos, entregados a una lucha sin cuartel, el mar y los hombres...

Maykel dijo...

Gracias, querida Isabel, por el aliento, que si viene de ti, es otro aire insular de los comienzos del mundo, otra razón para reescribir los misterios de la Isla...

Xawa-on-wave-river dijo...

Hey Maykel

Me alegro te haya gustado lo de los copos de bagacillo ... disfruto de tus articulos
y que piensas de Entre dos aguas?
Honestly.
saludos

Maykel dijo...

Xawa-on-wave-river, leí "Entre dos aguas" desde que se publicó por dos razones que luego te contaré. Dame un par de días y acabo de prepararte la respuesta minuciosa que se merece un coterráneo. Ahora estoy de exámenes, así que ya nos veremos e intentaré aparecer todo lo "honestly" que soy capaz...