-Ocupan las aceras. Traen sillones e improvisan una tertulia al atardecer. Sucede en verano. Cuando regrese el frío las calles permanecerán desiertas.
He visto filas de sillas en las aceras en estos días; el centro de la ciudad no se salva de estas salidas. Las casas se vuelcan al camino y a la contemplación del caminante. El calor parece la causa eficiente -Aristóteles no lo desdeñaría-, la humedad de la isla obliga a orear la piel.
Vuelvo a espiar a la vecina. Venerable, ha traído un sillón pequeño. Otros se aproximan a pequeñas reuniones; ella está sola. Atiende a los transeúntes, ensimismada, como si la prisa que llevan fuera ilusoria, otra brisa que viene del sur. Alguien se preguntará qué atiende, en qué praderas sestea su demencia…
Se cree que ocupan las aceras para aliviar la canícula. A mí me parece un disculpa tácita para conciliar. El hábito de ir aprisa se fragmenta. La familia hurga en sí y en el pasado con más vocación que en otras estaciones. La anticuada teoría del trópico que enerva se torna en benéfico reconocimiento familiar.
Multiplicadlos
Compré una cesta de pescado. Hay un animal dorado. La muerte del pez es espléndida, vigilante como una vida remanente y dedicada al reposo escrutador.
He visto filas de sillas en las aceras en estos días; el centro de la ciudad no se salva de estas salidas. Las casas se vuelcan al camino y a la contemplación del caminante. El calor parece la causa eficiente -Aristóteles no lo desdeñaría-, la humedad de la isla obliga a orear la piel.
Vuelvo a espiar a la vecina. Venerable, ha traído un sillón pequeño. Otros se aproximan a pequeñas reuniones; ella está sola. Atiende a los transeúntes, ensimismada, como si la prisa que llevan fuera ilusoria, otra brisa que viene del sur. Alguien se preguntará qué atiende, en qué praderas sestea su demencia…
Se cree que ocupan las aceras para aliviar la canícula. A mí me parece un disculpa tácita para conciliar. El hábito de ir aprisa se fragmenta. La familia hurga en sí y en el pasado con más vocación que en otras estaciones. La anticuada teoría del trópico que enerva se torna en benéfico reconocimiento familiar.
Multiplicadlos
Compré una cesta de pescado. Hay un animal dorado. La muerte del pez es espléndida, vigilante como una vida remanente y dedicada al reposo escrutador.
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1 comentario:
Esa tan cubana costumbre de hacer vida fuera de la casa, como si la acera fuera pórtico, vestíbulo, recibidor... es propia de ciudades como la tuya, donde tantas puertas abren directamente a la calle...
Los pescados nos miran, acusadores...
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