De la noche del sábado sobreviven estas imágenes defectuosas. Encuadres incorrectos, desenfoques, escasa luz, composiciones previsibles las estropean; tienen la virtud de no haber sido retocadas, si esa resignación a lo imperfecto poseyera un valor siquiera afectivo. Ninguno de los errores enumerados, creo, disminuye el misterio. Las debo al viento, y al parentesco de la sábana con el desprovisto paisaje.
Él estaba en la proa de este lado de la isla, como el mascarón de un barco fantasmagórico. La brisa de la costa isabelina le esculpía el carácter, no el cuerpo: se ensimismaba, dudaba, escondía las manos en el azul revuelto porque no le parecen hermosas.