Érase una Venecia sobre palafitos en el delta del Undoso, el río más sinuoso del Cuba. El gran río temido por sus honduras se la disputaba al mar, y no tuvo un dux que desposara al Atlántico, pero sí conoció las procesiones en bote de remos para su virgen marinera, y el rumor de los ahogados, y el temblor de los pecios, y el abrazo de los huracanes…
A
Hay gente que hurga en la costa. Qué buscan, le pregunto a Q. Ostras, responde, y no las hallan.
Pero nos queda la tarde –respiro cuando se encienden las luces de las boyas que señalan la ruta de los barcos- y ya nunca perderemos el mar.