sábado, 28 de agosto de 2010

Fragmentario de la lluvia

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Una taza sobre la silla, que estaba vacía de aliento. El plantío detrás imponía su verde funesto.
Y él, inclinado al licor de la frívola Rosamunda, extiende un vaso bajo el chorro que derraman los aleros.



El esmalte de los arcos húmedos no es tal. Sólo se vislumbra una efigie que evade los reflejos. Ojalá fuera de veras ciclópeo este sillar caído. Yo, casi impertérrito, he visto la torre caediza; he soplado sobre mis manos con vigor inútil.



Cómo poner un hálito en la taza vacía para ofrecerlo a la abuela, una taza sarmentosa como su piel.



Un ojo desolado en el cuadro de Odilon Redon, como el mío, cuando advierte el torbellino de hojas que sopla sobre las sienes y agita la resolución de cifrar en los biombos algún chiste japonés que distraiga a los fisgones. Esto, desde mi aturdimiento de cíclope.



Un domingo por la tarde en la isla de la Grande Jatte, con música trepidante y una fila de lonas junto al mar, donde resguardar el ocio hasta el próximo turno.



A Esteban, en el café

Llevaba consigo la llave perdida a la mesa del café, la hundía en el bolsillo donde me hacía velar; equivocaba siempre el camino de regreso, que seguía la raíz dorsal de un bosque extinto.

¡Cuántas abejas!
Revuelan, asedian nuestro brío.

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lunes, 2 de agosto de 2010

Die Liebe höret nimmer auf

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¿A qué vino Edmard Enth, ingeniero y teniente condecorado en la Guerra Francoprusiana con la Cruz de Hierro? En San Jorge lo visitó una señora de carnes gélidas: frau Muerte, de porte germánico y tez desvaída. Enth nunca pensó morir de este lado del Atlántico.

¿Fueron las fiebres o el cólera? ¿Acaso un ataque de los insurrectos que ya habían asediado el lugar en 1871?

La enigmática muerte de Edmard Enth, de veinticuatro años, en un ingenio azucarero de Sagua la Grande, me obliga a conjeturar. ¿Quién era? ¿Por qué vino, con su traje militar y sus partituras de Schumann, a tocar en el piano de la mansión de San Jorge una música que se perdía en una urdimbre de aguas y trastornaba el estoicismo de las palmas? Su cruz, pendiente del pecho en las noches de convite, parecía una condecoración del derrotado; era la cruz de su destierro.

En la lápida de la tumba de Enth fue cincelado, con caracteres góticos, un texto en inglés que reza:

In Loving Memory of

W. Edmard Enth,

Engineer and Lieutenant

in the German army,

Decorated with the Iron Cross in the Campaign

1870-71

Born at Schöntal in Wurtemberg, March 29th 1851

Died at St Jorge in Cuba, May 6th 1875.



Y luego un epitafio alemán:

Die Liebe höret nimmer auf

I Cor. XIII. 8.


Nunca he estado en San Jorge. Manuel Piedra, coronel y memorialista, hacía el trayecto a caballo desde esta Villa del Undoso en el siglo XIX, pero esa ruta –el Camino del Inglés- ya no existe. Según Piedra, la residencia principal de San Jorge era un palacio de madera y cristal, a la moda norteamericana, coronado por una torre. Juan Antonio Morejón, historiador de Isabela de Sagua, refería la pervivencia del amo de la casa –no sé si Hemenway, comerciante de Boston- embalsamado y a la vista de los curiosos en uno de los salones. Por esa época era un enclave sombrío. Algunos años después, extinta la esclavitud, fue demolido por miedo a los espectros. El cementerio se llenó de maleza.

¿Y Enth? ¿Cómo fue que nadie lo reclamó? ¿Qué amor suyo hizo inscribir allí ese versículo? Die Liebe höret nimmer auf. «El amor nunca pasará».

¿Y cómo asegurarme de qué no pasará? ¿Es tal vez por eso, porque no ha pasado ni pasará, que escribo sobre Edmard después de tantos años? ¿Soy yo el único que ha pensado en él, que de seguro leía versos de Heine y amaba a Schubert como yo lo amo? ¿Soy el último que le ha dedicado un pensamiento a él, muerto un día lluvioso de mayo, echando de menos la bruma sobre el Rhin que bordea la comarca de Baden?

Pero la muerte debió ser, como la evoqué arriba, frau Muerte, una señora venida de Renania, a devolver la cruz en el pecho de Enth a su hierro germano. “Die Liebe” fue la razón que afincó a Edmard en la tierra del Undoso.

Así lo creo, mientras aguardo por ti, y no ceso de indagar si pasas o te quedas en mí, donde no puede tocarte la muerte cotidiana que navega por el Báltico y lacera mi antigua serenidad sobre los acantilados del Mar del Norte.

Fotos: Fuerte español en el antiguo ingenio Resulta.
Lápida de Edmard Enth.