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La liebre que explicaba los cuadros
ha muerto.
El paisaje inerte del río haciendo torbellinos
colmó su noción del error.
Cómo envidié a los niños que trepaban hasta la cima del arco.
Su piel de tañer hasta la sordera
la cuerda que mueve a las libélulas
debió envolverme a mí, para mojarla
al fondo de la retícula abigarrada que hizo meditar
a la liebre cuando explicaba
un matiz áureo de los cuadros,
antes de callarse para morir.
Cruzábamos a hurtadillas hacia el final de la avenida.
Había un obelisco que nadie sabe si fue
un recuerdo finisecular para los transeúntes postreros,
un poste de caminos
con señales de extravío o una mentira cardinal.
Cuando abordé el puente sólo veía
el halo de nieblas que sopla
desde el erial de las riberas
para velar una campánula, flor que tañe
en mi cabeza por los animales muertos de esta noche,
hijos míos que fulgen con luces de mortandad reciente.
Ha muerto la liebre que explicaba mi estancia
al centro del puente,
bajo la niebla vacía de los arcos.
Este paisaje ya no tiene razón de hijos quietos para mí.
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Foto: Crepúsculo de las calles Ribera y Padre Varela, 26 de septiembre de 2010.
Rosita Fornés sobrevivió a la nostalgia.
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Rosita Fornés sobrevivió a la nostalgia.
Por Lázaro Sarmiento.
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