viernes, 23 de marzo de 2012

Viernes espantoso

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Soñé con mi abuela. Había regresado, la casa estaba intacta. No me extrañó que mi abuela viviera, sólo el orden de la casa me espantó. Han pasado semanas desde que ayudé a desmantelarla. En el sueño no cesaba de preguntarme cómo volvió todo a su sitio. El apartamento –esto es inexplicable- estaba más alto. La familia, afuera, soportaba la lluvia.



Amaneció enfermo el gato pequeño. Tumbado junto a unas barras olvidadas en el patio, no quiso moverse. Preparé un poco de leche con azúcar; no la bebió. Estaba maltrecho el gato. He visto a la madre hurgándole la piel, limpiarlo acaso con demasiado esmero, con sospechosa dedicación. El gato se cubrió de heridas. Ayer andaba con dificultad, todavía andaba.

He tenido un viernes espantoso. Vi cómo los otros gatos –la madre y el hermano- empezaban a devorar al moribundo. Lo sorbían, lo desangraban, le arrancaban la piel. Aún vivía. Y me desesperé, me espanté, lo defendí y custodié hasta que murió. Alzó la cola antes de morir; los animales mueren siempre después de una última señal de fuerza.

¿Y la gente? ¿Cómo muere la gente?



Con mucha fatiga emocional terminé de leer una narración que da vértigo. Varios capítulos de El viaje, de Sergio Pitol, aluden al espantoso destino de la poetisa Marina Tsvietáieva. Ella cantó a los blancos, enemigos de los rojos, y escribió una elegía para la familia del zar. A los blancos pareció roja, por el aprecio que profesó a Pasternak y Maiakovski; los rojos le ocasionaron muchas amarguras, por blanca. Se suicidó en 1941.

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Foto: En el Puente del Triunfo, Sagua la Grande, marzo de 2012.
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lunes, 12 de marzo de 2012

Benedicto XVI, ¿bienvenido a Cuba?

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En los últimos días la prensa cubana ha celebrado el privilegio –el honor, se ha dicho- de recibir al papa. Un inconexo artículo de Armando Hart Dávalos, por ejemplo, invoca los conceptos martianos sobre la educación, menciona de pasada a Félix Varela y califica la visita papal como un acontecimiento extraordinario, donde ciencia y conciencia van de la mano. Granma, esta mañana, publicó un editorial que da la bienvenida a Benedicto XVI en nombre del pueblo de Cuba; Granma debería saber, al menos, que papa es un sustantivo común. Otros artículos, menos enfáticos, explican qué es El Vaticano, qué es la Santa Sede, y no escatiman títulos nobiliarios y religiosos a Joseph Ratzinger. Echo de menos un análisis crítico, un juicio más preciso sobre el papa y la significación de su visita; he decidido escribirlo yo mismo.

¿Quién es Joseph Ratzinger? Es un muchacho alemán que vistió uniforme hitleriano; cierto que entonces no era pecado. ¿Pero quién es Benedicto XVI? Un gobernante teocrático, el exprefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, un antiguo inquisidor. Sorprende tanta coherencia: desde su juventud el papa ha sido un pensador arcaizante, antiliberal y antimarxista; conservador incluso frente a los movimientos más nobles del catolicismo contemporáneo. Desde hace años atrae la atención del público a causa de sus obsesivas manifestaciones contra los derechos de los homosexuales y transexuales. Casi no transcurre un mes sin que el pontífice, de súbito, arremeta contra las familias homoparentales y el matrimonio igualitario. Como paradoja, parece haber sido tardo y reticente ante los casos de abuso infantil por parte de sacerdotes.

¿Los cubanos seremos honrados por la visita del papa? Al menos las personas LGTB, que ahora mismo pugnamos por la igualdad de derechos civiles, debemos protestar la visita de Joseph Ratzinger. No espero, claro, ninguna manifestación pública de parte de los acríticos, impedidos para la protesta, ni de los oficialistas, que aplaudirán la visita porque la consideran un tácito apoyo político, ni de los llamados disidentes que ven en la Iglesia una aliada en el empeño de socavar a la Revolución. Cuba, antes atea, ahora es simplemente laica; me parece una ganancia para las libertades. Esperemos que Benedicto XVI respete a Cuba y a los cubanos con la misma rotundidad que usan los que nos piden respeto para él.

Viene Joseph Ratzinger, acompañado por un cocodrilo; supongo que viene a Cuba en excelente compañía. Últimamente ha estado en África, donde desaprobó otra vez el uso del condón y dijo, con el tono grave que asegura haber heredado de San Pedro, que el SIDA es un problema ético. ¿Qué discurso nos reservará a los cubanos?

sábado, 3 de marzo de 2012

Bonifacio y otros boticarios

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Mi abuela me obligaba a tomar el elixir que preparaba un viejo boticario para curarme el asma. Murió creyendo que sané gracias a la virtud de aquella misteriosa bebida. He respirado después las estelas más enrarecidas y es cierto que no me ha faltado el aire durante la última década.

Abuela confiaba en los boticarios. De niña jamás fue examinada por un médico. Era Bonifacio, el boticario del pueblo de Sitiecito, quien le recetaba remedios. Bonifacio me parece un nombre excelente para un boticario; es un nombre respetable, casi doctoral. Su gabinete olía a alcanfor, Bonifacio mismo llevaba encima el olor del alcanfor; no hay boticario añejo que no huela a alcanfor. Las antiguas boticas son las catedrales del alcanfor y de las extintas sales que resucitan a los desvanecidos. La gente ha perdido desde entonces la refinada costumbre de desvanecerse.

Algo monumental y enigmático conservaban para mí aquellas boticas añejas. Yo quería saber qué escondían tras la portezuela más alta. En mi infancia ya no se decía “botica”, pero los viejos insistían en la palabra desusada, que conservaba su prestigio.

Fui a la botica francesa del doctor Triolet, el Museo Farmacéutico de Matanzas, como un cliente tardío. Revisé las etiquetas de los frascos como quien busca un elixir presentado con caracteres art nouveau. Confieso ahora que quise poner en un aprieto a la guía: ¿usted sabía que Triolet tuvo otra farmacia? Claro -me respondió-, la primera estuvo en Sagua la Grande.

Dice Alcover y Beltrán que en 1867 se fundó la farmacia Triolet en la esquina de Padre Varela y Solís con el nombre de botica francesa […] . No se sabe nada más de aquel establecimiento. A un amigo que me pidió las señas de la vieja farmacia sólo pude decirle que Triolet preparaba sus fórmulas en algún local cercano al palacio de Arenas Armiñán.

De las boticas elegantes se conserva la de Esparza. Ahí trabaja mi tía Giselda, que tiene nombre de heroína de ópera. Ahí prepararon hace más de un siglo unos polvos para envenenar al general Robau. ¿Sería arsénico? El supuesto envenenador, Antonio Duque, fue ahorcado por los insurrectos. Sus descendientes lo reivindican y afirman todavía que fue un complot de Esparza, el boticario, empeñado en perder a Duque. La disputa entre ambas facciones –los que condenan a Duque y los defensores de su inocencia- está vigente. Me gustaría indagar más, quizás en el escenario de los hechos, el caserío de Malpaís, donde el envenenador también regenteaba su botica.

Para el final he dejado a mi botica preferida, la del doctor Canut. Es un edificio neoclásico que sigue en la esquina de Colón y Maceo. Alguna vez, cansado el dueño de aquella sobriedad ejemplar y de los anticuados portafaroles, colocó en la fachada un par de dragones art nouveau. El letrero que dice “farmacia” arde entre sus llamas.



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Fotos: Botica francesa de Triolet, Matanzas, 2010.
Farmacia de Canut, detalle de la fachada, Sagua la Grande, 2011.