Para mí siempre ha sido Nuestro Señor de las Tiñosas. En el mote hay una reminiscencia de Margarita Yourcenar, especialmente de sus “Cuentos orientales”, donde se narra la conversión de las criaturas paganas en palomas. Aquí son las auras tiñosas las favorecidas por la hospitalidad divina. No hay gárgola ni pináculo que no sea asidero de aves negras. Ni siquiera la mano que bendice escapa del oscuro homenaje.
He pensado que el gótico, con toda su verticalidad, funciona como eje perfecto para las circunvoluciones de estas criaturas proscritas. Parecen intrusas y profanas, y asombra descubrirlas en una crónica que describe el aspecto de este paraje en el lejano 1923. Pese a estas impresiones, hoy creo que debemos a las tiñosas la inserción de una torre de perfil europeo en un paisaje tan raso. El gótico se puso de moda hace cien años, como una devoción tardía a las maneras románticas. El gótico, foráneo en Cuba bajo cualquier empaque, fue el estilo escogido para la iglesia jesuita de Sagua la Grande, definitivamente sacralizada por la perseverante presencia de las auras.
Con semejante bestiario digno de cualquier fábula, ¿cómo no pensar, luego de internarme en las naves, que hay un sentido oculto aquí, de reto al tiempo, al espacio y a la palabra rotunda, que hace de Nuestro Señor de las Tiñosas un sitio arraigado en un suelo quimérico, entre antagónicas perspectivas del mundo?