Después de leer las últimas declaraciones de Mariela Castro
He sentido rencor. Debo confesar que lo he soportado durante mucho tiempo, y si a veces callo y me domino, lo hago porque el encono distorsiona la precisión del discurso. Hace falta dominio propio para resultar contundente y a mí me gustaría sonar rotundo. Ahora lo intentaré.
El pasado 31 de diciembre, una vez más, fui obsequiado con el menosprecio de mi padre. Al saber que mi pareja compartiría la mesa con la familia, luego de viajar por varias provincias, apeló a un pretexto y abandonó la casa. No consintió siquiera en disimular que aceptaba nuestra presencia en la cena ecuménica del último día del año. De nuevo me percibí ilegítimo, apestado, paria. Otra vez el rencor me sacudió con su brazo de espinas.
Mi padre, según opiniones muy difundidas, es un compañero ejemplar. Participó en la zafra épica de 1970. Estuvo en Moscú y, últimamente, en Caracas. También preside un CDR, y se considera muy avezado en política mundana. Como en 1967 tenía veinte años, agrego yo, es un hijo de la generación que quiso enderezar al “hombre nuevo” en los campos de la UMAP; un homúnculo nacido en el basurero de errores alentados bajo el quinquenio gris.
Para mi padre, el término homosexual es un eufemismo que alude a “un oficio” que no le agrada. Para él, la represión contra los maricones en Cuba es una leyenda que algunos quieren enarbolar como estandarte de una mentira histórica. Fidel aseguraba lo mismo a Ignacio Ramonet:
“Le puedo garantizar que no hubo nunca persecución contra los homosexuales, ni campos de internamiento para los homosexuales.”[1]
El pintor Raúl Martínez, autor del libro de memorias más diáfano y sobrecogedor que ha escrito un cubano, me ha ilustrado sobre el asunto, desde la perspectiva de los “rehabilitados”:
“Era el año de 1965. Comenzaron los ataques y represalias contra los homosexuales, y se creó la UMAP, supuestamente un centro de rehabilitación. […] Pronto descubrí que los métodos para reclutar candidatos y llevarlos hasta Camaguey, donde se hallaban los campamentos, eran totalmente criticables […] ¿Les sucedió algo, algún castigo, a los responsables que idearon y llevaron a cabo tal hazaña? […] ¿Y qué le pasó al que aprobó aquellos diabólicos planes?[2]
Aquel calvario de los internamientos y las depuraciones parece muy lejano. Vivimos días de vindicación, pudiera creerse. Transitamos hacia la superación de aquellas torceduras en el camino hacia la justicia. Complaciente solución retórica para un conflicto que ha frustrado el destino de miles; alentadora mano sobre los hombros de quienes, con inexplicable tozudez, siguen perpetuando estigmas.
Nunca he solicitado a mi padre sus opiniones sobre el trabajo de Mariela Castro. En estos días leí la última entrevista que Mariela concedió al corresponsal de la BBC en Cuba, y he confirmado todo lo que pienso acerca del liderazgo en la lucha por los derechos de los homosexuales en Cuba.
Tal vez pudiera aprovecharse su apoyo, la voluntad de colaborar, pero como designada líder -¿por quién?- de un empeño que urge de la voz de sus protagonistas, no acepto la mediación de Mariela Castro. No es más que una sutil enunciación de la incapacidad de los homosexuales para regir sus propias reivindicaciones, un paternalismo hiriente.
Mariela intenta promover en la Asamblea Nacional una reforma del Código de Familia que incluya la aceptación de las uniones homosexuales. Ahora, ella misma admite que el parlamento no ha priorizado el asunto en su agenda. Mariela, además, considera que no deben constituirse asociaciones para alentar la legalización de estos derechos. Ella lo cree contraproducente; equivaldría a “aislarse”.
¿Cuánto tendremos que esperar los cubanos de mi generación, para que los diputados cubanos –entre los cuales, seguramente, hay numerosos homosexuales- se decidan a legislar, con toda paciencia, sobre un asunto que apremia a miles que siguen padeciendo el rechazo y el estigma de la diferencia?
¿Algún artículo de nuestros códigos sanciona expresamente la discriminación por causa de la orientación sexual?
Lo pregunta alguien que se sintió ínfimo y traicionado durante años bajo el influjo de la discriminación en su propia familia. Alguien que ha edificado su autoestima sobre el conocimiento de sí mismo, sin impetrar compasión ni tolerancia. Yo aprendí que los derechos se reclaman.
¿Cómo hemos permitido que, luego de tanto silencio, se usen paternalismos y se nos declare incapaces de organizar la lucha por derechos que ya se consideran inherentes a la condición del hombre?
¿Por qué conformarnos con las congas y desfiles de banderas abigarradas que cada año se celebran, frívolamente en La Habana, con cierta hilaridad de los transeúntes?
He visto la película “Milk”, de Sean Penn. Cada causa justa, está demostrado, tiene sus mártires. Y lejos de cualquier desmesura o tono de impostada gravedad, he comparado a Harvey Milk con Mariela. Cada uno juzgue.
Hace poco, los intelectuales cubanos repudiaron una declaración sobre la presunta discriminación racial en la Isla. ¿Por qué esos mismos intelectuales no se pronuncian ante la Asamblea Nacional sobre la convicción de abolir, al menos en la ley, los prejuicios que subsisten sobre los homosexuales?
¿Por qué "el asunto" no le preocupa a la prensa, y nadie indaga sobre el destino de la iniciativa perdida en el laberinto parlamentario?
¿Por qué Mariela no concede entrevistas a los periodistas cubanos, a veces se porta reticente a dejarse interrogar por sus compatriotas, y luego accede a conversar con los foráneos?
En su entrevista con Ramonet, Fidel también declaró:
“Me gustaría pensar que la discriminación contra los homosexuales es un problema que está siendo superado, y así lo percibo. […] Viejos prejuicios y formar estrechas de pensar irán quedando atrás.[3]
Bien dicho, Comandante. Yo sé que mi padre un día tolerará mi compañía en la cena del fin de año, abrazará cálidamente a mi novio a la medianoche, y nos deseará un año feliz; lo sé, pero mientras tanto, ¿cómo aceptar que otro pelee nuestra batalla? ¿cómo permanecer sentados cuando deberíamos hacernos oír, dominado el rencor, para que la verdad no se distorsione y suene rotundo nuestro criterio?
¿Y qué piensas tú, Harvey Milk?
...
Notas.
[1] Fidel Castro: Cien horas con Fidel. Conversaciones con Ignacio Ramonet, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2006, p. 253.
[2] Raúl Martínez: Yo, Publio. Artecubano-Letras Cubanas, 2008, pp. 393-407.
[3] Fidel Castro: Cien horas con Fidel. Conversaciones con Ignacio Ramonet, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2006, p. 256.
El pasado 31 de diciembre, una vez más, fui obsequiado con el menosprecio de mi padre. Al saber que mi pareja compartiría la mesa con la familia, luego de viajar por varias provincias, apeló a un pretexto y abandonó la casa. No consintió siquiera en disimular que aceptaba nuestra presencia en la cena ecuménica del último día del año. De nuevo me percibí ilegítimo, apestado, paria. Otra vez el rencor me sacudió con su brazo de espinas.
Mi padre, según opiniones muy difundidas, es un compañero ejemplar. Participó en la zafra épica de 1970. Estuvo en Moscú y, últimamente, en Caracas. También preside un CDR, y se considera muy avezado en política mundana. Como en 1967 tenía veinte años, agrego yo, es un hijo de la generación que quiso enderezar al “hombre nuevo” en los campos de la UMAP; un homúnculo nacido en el basurero de errores alentados bajo el quinquenio gris.
Para mi padre, el término homosexual es un eufemismo que alude a “un oficio” que no le agrada. Para él, la represión contra los maricones en Cuba es una leyenda que algunos quieren enarbolar como estandarte de una mentira histórica. Fidel aseguraba lo mismo a Ignacio Ramonet:
“Le puedo garantizar que no hubo nunca persecución contra los homosexuales, ni campos de internamiento para los homosexuales.”[1]
El pintor Raúl Martínez, autor del libro de memorias más diáfano y sobrecogedor que ha escrito un cubano, me ha ilustrado sobre el asunto, desde la perspectiva de los “rehabilitados”:
“Era el año de 1965. Comenzaron los ataques y represalias contra los homosexuales, y se creó la UMAP, supuestamente un centro de rehabilitación. […] Pronto descubrí que los métodos para reclutar candidatos y llevarlos hasta Camaguey, donde se hallaban los campamentos, eran totalmente criticables […] ¿Les sucedió algo, algún castigo, a los responsables que idearon y llevaron a cabo tal hazaña? […] ¿Y qué le pasó al que aprobó aquellos diabólicos planes?[2]
Aquel calvario de los internamientos y las depuraciones parece muy lejano. Vivimos días de vindicación, pudiera creerse. Transitamos hacia la superación de aquellas torceduras en el camino hacia la justicia. Complaciente solución retórica para un conflicto que ha frustrado el destino de miles; alentadora mano sobre los hombros de quienes, con inexplicable tozudez, siguen perpetuando estigmas.
Nunca he solicitado a mi padre sus opiniones sobre el trabajo de Mariela Castro. En estos días leí la última entrevista que Mariela concedió al corresponsal de la BBC en Cuba, y he confirmado todo lo que pienso acerca del liderazgo en la lucha por los derechos de los homosexuales en Cuba.
Tal vez pudiera aprovecharse su apoyo, la voluntad de colaborar, pero como designada líder -¿por quién?- de un empeño que urge de la voz de sus protagonistas, no acepto la mediación de Mariela Castro. No es más que una sutil enunciación de la incapacidad de los homosexuales para regir sus propias reivindicaciones, un paternalismo hiriente.
Mariela intenta promover en la Asamblea Nacional una reforma del Código de Familia que incluya la aceptación de las uniones homosexuales. Ahora, ella misma admite que el parlamento no ha priorizado el asunto en su agenda. Mariela, además, considera que no deben constituirse asociaciones para alentar la legalización de estos derechos. Ella lo cree contraproducente; equivaldría a “aislarse”.
¿Cuánto tendremos que esperar los cubanos de mi generación, para que los diputados cubanos –entre los cuales, seguramente, hay numerosos homosexuales- se decidan a legislar, con toda paciencia, sobre un asunto que apremia a miles que siguen padeciendo el rechazo y el estigma de la diferencia?
¿Algún artículo de nuestros códigos sanciona expresamente la discriminación por causa de la orientación sexual?
Lo pregunta alguien que se sintió ínfimo y traicionado durante años bajo el influjo de la discriminación en su propia familia. Alguien que ha edificado su autoestima sobre el conocimiento de sí mismo, sin impetrar compasión ni tolerancia. Yo aprendí que los derechos se reclaman.
¿Cómo hemos permitido que, luego de tanto silencio, se usen paternalismos y se nos declare incapaces de organizar la lucha por derechos que ya se consideran inherentes a la condición del hombre?
¿Por qué conformarnos con las congas y desfiles de banderas abigarradas que cada año se celebran, frívolamente en La Habana, con cierta hilaridad de los transeúntes?
He visto la película “Milk”, de Sean Penn. Cada causa justa, está demostrado, tiene sus mártires. Y lejos de cualquier desmesura o tono de impostada gravedad, he comparado a Harvey Milk con Mariela. Cada uno juzgue.
Hace poco, los intelectuales cubanos repudiaron una declaración sobre la presunta discriminación racial en la Isla. ¿Por qué esos mismos intelectuales no se pronuncian ante la Asamblea Nacional sobre la convicción de abolir, al menos en la ley, los prejuicios que subsisten sobre los homosexuales?
¿Por qué "el asunto" no le preocupa a la prensa, y nadie indaga sobre el destino de la iniciativa perdida en el laberinto parlamentario?
¿Por qué Mariela no concede entrevistas a los periodistas cubanos, a veces se porta reticente a dejarse interrogar por sus compatriotas, y luego accede a conversar con los foráneos?
En su entrevista con Ramonet, Fidel también declaró:
“Me gustaría pensar que la discriminación contra los homosexuales es un problema que está siendo superado, y así lo percibo. […] Viejos prejuicios y formar estrechas de pensar irán quedando atrás.[3]
Bien dicho, Comandante. Yo sé que mi padre un día tolerará mi compañía en la cena del fin de año, abrazará cálidamente a mi novio a la medianoche, y nos deseará un año feliz; lo sé, pero mientras tanto, ¿cómo aceptar que otro pelee nuestra batalla? ¿cómo permanecer sentados cuando deberíamos hacernos oír, dominado el rencor, para que la verdad no se distorsione y suene rotundo nuestro criterio?
¿Y qué piensas tú, Harvey Milk?
...
Notas.
[1] Fidel Castro: Cien horas con Fidel. Conversaciones con Ignacio Ramonet, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2006, p. 253.
[2] Raúl Martínez: Yo, Publio. Artecubano-Letras Cubanas, 2008, pp. 393-407.
[3] Fidel Castro: Cien horas con Fidel. Conversaciones con Ignacio Ramonet, Oficina de Publicaciones del Consejo de Estado, La Habana, 2006, p. 256.