martes, 5 de abril de 2011

Un Juan Prim

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Aparece un advenedizo. Un nadie. ¿Quién es? Un Juan Prim. La frase era común en Cuba hace unas décadas. Se usó todavía cuando nadie recordaba al hombre que puso rey en España y quiso que los cubanos decidieran su suerte en un referendo. A los que preferían vender la isla al mejor postor respondió: Cuba no se vende, porque su venta sería la deshonra de España, y a España se la vence, pero no se la deshonra.

A Juan Prim, si advenedizo lo consideraron, fue a causa de su origen burgués. Su padre era notario. Se incorporó al ejército sin ninguna prebenda, como soldado raso. A los veintiséis años exhibía una heroica reputación y el grado de coronel. Por sus primeras victorias en Marruecos sería general.

La leyenda de Prim lo muestra condecorado por el sultán otomano en pago a su desempeño en la Guerra de Crimea, a caballo contra los beréberes en Tetuán y los Castillejos, yéndose de México para no hacerse cómplice del nacimiento de un nuevo imperio. En La Habana estuvo dos veces: al momento de conducir la expedición española a Veracruz y al regreso de aquella aventura. Por sus hazañas fue agraciado con los títulos de conde de Reus y marqués de los Castillejos, aunque tales honores no impidieron que después fuera el alma del levantamiento que derrocó a Isabel II. Esto que parece un radicalismo suyo no impidió que el general afirmara que solo habría república en España sobre su cadáver. Y así fue: Amadeo de Saboya, el rey electo por designio de Prim, llegó a Madrid para el funeral de su bienhechor. Al hombre más poderoso de España lo sorprendieron los asesinos en un callejón madrileño. No lo salvó su cota de malla. Salpicado de metralla pudo subir la escalera de su casa, pero a los pocos días se moría.

¿Cuba lloró a Prim? No hay noticias de ningún duelo ostensible, pero la muerte de un español razonable, dispuesto a conceder la independencia a la Isla, debió suscitar algún luto en los cubanos que pugnaban por la libertad. La villa de Sagua la Grande, entusiasmada con el nombramiento de Amadeo I, organizó “fiestas de carácter militaresco”(1); no se registra qué aconteció cuando se supo, un mes después, que habían matado a Prim. Los viejos planos, sin embargo, consignan que el actual barrio de Pueblo Nuevo se llamó oficialmente Tetuán en honor de la campaña africana del conde de Reus. Una de las calles llevaba el nombre de Prim. Cuando acabó la dominación española el ayuntamiento adjudicó la vía a la memoria de Ignacio Agramonte.

Muchos años después de la muerte de Prim, en la comarca del Undoso aún se recitaban los versos de un romance anónimo que lamenta el atentado y corrobora la simpatía de los cubanos por el carismático general:

Al bajar del palacio
le dijeron a Prim:
Baje usted con cuidado
que lo quieren herir.
Si me quieren herir
que me dejen hablar,
para entregar la espada
al cuartel general.
Por la calle del Turco,
allí mataron a Prim,
sentadito en su coche
con la guardia civil.
Cuatro tiros le dieron
a boca de cañón.
¿Quién sería el infame,
quién sería el traidor?
¿Quién sería el rebelde
que a mi padre mató?
Y aunque soy chiquitico
y no tengo la edad,
la muerte de mi padre,
madre, la he de vengar.(2)

Los culpables no fueron identificados. Cuando el rey prometió hacer justicia, la viuda le pidió que mirase en torno.

De Prim solo quedó en Cuba el romance y la frase que alude a cualquier sujeto desdeñable. Bizarro e inolvidable se le recordaba en Marruecos, donde los padres asustaban a sus críos avisándoles que venía Prim. Siempre bizarro aparece en las páginas de una parca biografía decimonónica(3) que refiere las hazañas del más ilustre de los advenedizos.

...

Notas:

(1) Antonio Miguel Alcover y Beltrán: Historia de la villa de Sagua la Grande y su Jurisdicción, Imprentas Unidas de La Historia y El Correo Español, Sagua la Grande, 1905, p. 240.
(2) Ana María Arissó: Estudio del folklore Sagüero, Instituto de Sagua la Grande. 1940, pág. 59.
(3) Biografía del general don Juan Prim, conde de Reus y marqués de los Castillejos, Imprenta de Marés y Compañía, Madrid, 1866.

Ilustración: General Prim, óleo de Serrano.


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