miércoles, 30 de junio de 2010

María de Maeztu, la maestra del sombrero caído


María venía con su sombrero caedizo, el mismo tocado de desaliño que había inspirado a Lorca aquella graciosa copla: “El sombrerito de María, dice que es moda llevarlo así, pero, en ella, diríase que se le va a caer, o que ya se le ha caído.”

Para Salvador de Madariaga, aunque no era “una beldad”, María tenía “cierto atractivo femenino”. Las damas sagüeras no lo creyeron así. La “Srta. Maeztu”[1] les pareció una mujer rara. Es cierto que llegaba precedida por su reputación de educadora formidable, discípula de Unamuno en Salamanca y amiga dilecta de Ortega y Gasset. El ideario krausista tampoco era desconocido en la Villa del Undoso, que ya había recibido, dos años antes, a los conferencistas Fernando de los Ríos y Luis Zulueta, futuros ministros de la República Española. Pero María, tan elocuente en la tribuna del teatro Principal, desconcertó al auditorio.

¿Quién había escuchado aquí una apología tan fervorosa sobre el feminismo? ¿Quién, antes que ella, había sugerido la abolición de los exámenes y los libros de texto?

María de Maeztu creía que la letra debía entrar, hasta la médula, por la sangre del maestro. Y pudo ensayar esta convicción con el programa implementado en el Instituto-Escuela de Segunda Enseñanza y en aquella utopía ecuménica que fue la Residencia de Señoritas, su proyecto favorito.

Sobre la trayectoria de María de Maeztu en Cuba como oradora de la Institución Hispanocubana de Cultura se sabe poco. El compositor Joaquín Turina, que vino con semejante itinerario en 1929, sólo refiere conferencias en La Habana, Sagua la Grande, Caibarién y Santiago de Cuba. Federico García Lorca hizo similar periplo en 1930.

En la Villa del Undoso, María visitó seguramente el Colegio Laico Martí, plantel que enorgullecía a la ciudad por su manifiesta modernidad. La imagino ahí, amable y severa, por el estrecho pasillo del aula magna, escuchando al doctor Ciro Espinosa, sobrecogido ante la sapiencia de una mujer que aspiraba a socavar cualquier dogma pedagógico.

España, que también tuvo maestros y los hizo huir, nos envió luego a Federico. Entre tantas palabras que le atribuyen los cubanos debió dedicar algunas a su predecesora: ¿Y María, esa maga, no sacó ninguna maravilla de su sombrero caído?

[1] Las actividades de la Hispano-Cubana de Cultura, en “El liberal”, Edición extraordinaria, Sagua la Grande, 1930, p. 106.

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