Para N., una breve escala en la ruta de Bomarzo
En trueque por un bosque ofrezco toda la ciudad. Pero los monstruos pertenecen al sitio que los engendró; desarraigados de las piedras amadas se vuelven máscaras, despojos de lo inerte: es cualidad suprema del horror lo que pervive sin ningún propósito. Por suerte, estas bestias frágiles estuvieron siempre disimuladas por dinteles, en el sitio menos visible de las fachadas, sin la vanidad que también se padece por causa de la singularidad. Les fue conferida la perenne vigilia y no dejan de velar el paso de los transeúntes; se justifican cuando, por eternos, nadie los mira a ellos, como si no fuesen monstruos sino genios tutelares de la ciudad invisible del pasado, criaturas casi extintas como la misma ciudad, desconsolados por su agonía infinita. Hace tiempo compuse un catálogo mínimo de estos monstruos y ayer pensaba desempolvarlo en cierto plazo cuando volvió a instalarse la atmósfera telúrica de Bomarzo mientras hablaba con alguien que amo sobre el misterio de un parque renacentista, el secreto de los constructores, la profanación publicitaria de los turistas indolentes de feria y gabinete de rarezas.
He aquí el catálogo de esta floresta urbana poblada de amables fieras, tal como lo concebí la primera vez. Entonces me sentí otro Linneo, presuntuoso clasificador de lo extraordinario, creador de nomenclaturas –de nombres- para tranquilidad de los que atribuyen al nombrar el primer grado de la posesión. Lo que nombro me pertenece y voy a poseer lo innombrado.
Fierus vegetalis
Los leones con melena de hojas sobre las ventanas de la Casa Sampedro. ¿Qué pitonisa hubiera revelado a esta gente que su hija Edelmira, con aquel nombre visigótico, valdría más que un reino para el hombre que nunca fue Alfonso XIV de Castilla y León? Inmensurables son las consecuencias de lo fortuito: si hoy reina en España un Juan Carlos, se debe a que el tío mayor, el Príncipe de Asturias, primogénito de Alfonso XIII y Victoria Eugenia, se enamorase de la prima pequeña de Jorge Mañach, uno que supo escribir mejor que todos los Borbones juntos. La familia real consideró plebeya a la joven Edelmira, la condesa morganática, cuyo padre dejó una fortuna de dos millones y un palacete ecléctico frente a la plaza principal de Sagua la Grande con leones de rara heráldica vegetal. Edelmira Ignacia Adriana Sampedro Robato nació en esta casa el 5 de marzo de 1906. Luego advinieron las fieras protectoras de su estirpe, con las fauces abiertas y la cabellera mustia como hojarasca. Una jauría de leones en los alfeizares de Jorge Mañach.
Vampiros y licántropos
En el parteluz, al centro del portón de la casa de la antigua calle de Tacón, la de los guardapolvos manuelinos que decía Weiss, el vampiro. Bien alto, cerca del dintel de la mansión con cenefa de cerámica, en la esquina de las antiguas Intendente Ramírez y Misericordia, el licántropo. Ambos en el parteluz, como tallados por la misma mano. He pensado en reunir una antología de puertas talladas durante la era ecléctica. A diferencia de la puerta colonial, austera y provista sólo de clavos, el eclecticismo ornó con sinuosas guirnaldas, jarrones y hasta fieras.. Vampiros y licántropos.
¿Mansos gatos?
Como sosteniendo los balcones del edificio Iglesias, graciosamente retratados, capitel de falsas columnas. Según el diccionario de símbolos de la Escuela de Tartu, obra muy querida por Iuri Lotman y Desiderio Navarro, el gato también ha sido asumido por ciertas civilizaciones como héroe, imagen audaz del que vence a la sierpe. Así estos monstruos risueños, de sarcasmo a flor de labios, semejantes en todo al célebre minino de Cheshire. A Carlos F. Iglesias, el propietario del edificio y de los gatos, lo vi en una hoja de retratos de 1925. Su rostro no es ingenuo; también porta algo felino, cierta duplicidad de animal doméstico. Lo imagino en lo oscuro, renunciando a la sala cálida que da a los balcones, para internarse en el dominio nocturno de las fieras.
Gárgolas tiñosas
Apretadas en una extensa colonia, viven en el campanario de los jesuitas. Se sabe que las gárgolas cobran vida si es menester para defender la piedra que habitan. Son criaturas de aspecto monstruoso y excelente ánima. Viven en envidiable armonía con las tiñosas, bajo las plantas del Señor.
Un amigo mío quiso retratar las gárgolas. Entramos por el claustro del antiguo colegio. Escalamos un andamio, fuimos equilibristas en la altura; se perdió un tacón en el vacío. No pudimos, ni siquiera con el milagro del zoom, llegar cerca de estas gárgolas. Así es el gótico, remoto, alzado al cielo. Da vértigo.
La dama fiera
La monarquía tiene sus alegorías, como el Bien y el Mal, como la Aritmética. Una fiera casi griega, con algo de Quimera, la escolta. Alguien confundió la estampa con República Española, pero sólo fueron sus ojos: el año no miente -1908-, ni el escudo de las torres y los leones, sostenido con tanto garbo por la reina. Perdura después de cien años exactos sobre la portada principal del Casino Español. Debajo, muy discreto, también aparece el escudo de Cuba. En la corona anida un ruidoso pájaro y en los salones de baile del edificio desovan lechuzas. Mejor destino es impensable para una roca tan altiva.
…
Por ahora, basta. Hay más, pero anuncié un breve catálogo. Si me decido a reunir impresiones sobre los monstruos de carne, nadie dude que figuraré a la cabeza.
En la hidalga villa de Sagua la Grande, a 20 de noviembre de 2008, anno dominici,
el Nictálope.
He aquí el catálogo de esta floresta urbana poblada de amables fieras, tal como lo concebí la primera vez. Entonces me sentí otro Linneo, presuntuoso clasificador de lo extraordinario, creador de nomenclaturas –de nombres- para tranquilidad de los que atribuyen al nombrar el primer grado de la posesión. Lo que nombro me pertenece y voy a poseer lo innombrado.
Fierus vegetalis
Los leones con melena de hojas sobre las ventanas de la Casa Sampedro. ¿Qué pitonisa hubiera revelado a esta gente que su hija Edelmira, con aquel nombre visigótico, valdría más que un reino para el hombre que nunca fue Alfonso XIV de Castilla y León? Inmensurables son las consecuencias de lo fortuito: si hoy reina en España un Juan Carlos, se debe a que el tío mayor, el Príncipe de Asturias, primogénito de Alfonso XIII y Victoria Eugenia, se enamorase de la prima pequeña de Jorge Mañach, uno que supo escribir mejor que todos los Borbones juntos. La familia real consideró plebeya a la joven Edelmira, la condesa morganática, cuyo padre dejó una fortuna de dos millones y un palacete ecléctico frente a la plaza principal de Sagua la Grande con leones de rara heráldica vegetal. Edelmira Ignacia Adriana Sampedro Robato nació en esta casa el 5 de marzo de 1906. Luego advinieron las fieras protectoras de su estirpe, con las fauces abiertas y la cabellera mustia como hojarasca. Una jauría de leones en los alfeizares de Jorge Mañach.
Vampiros y licántropos
En el parteluz, al centro del portón de la casa de la antigua calle de Tacón, la de los guardapolvos manuelinos que decía Weiss, el vampiro. Bien alto, cerca del dintel de la mansión con cenefa de cerámica, en la esquina de las antiguas Intendente Ramírez y Misericordia, el licántropo. Ambos en el parteluz, como tallados por la misma mano. He pensado en reunir una antología de puertas talladas durante la era ecléctica. A diferencia de la puerta colonial, austera y provista sólo de clavos, el eclecticismo ornó con sinuosas guirnaldas, jarrones y hasta fieras.. Vampiros y licántropos.
¿Mansos gatos?
Como sosteniendo los balcones del edificio Iglesias, graciosamente retratados, capitel de falsas columnas. Según el diccionario de símbolos de la Escuela de Tartu, obra muy querida por Iuri Lotman y Desiderio Navarro, el gato también ha sido asumido por ciertas civilizaciones como héroe, imagen audaz del que vence a la sierpe. Así estos monstruos risueños, de sarcasmo a flor de labios, semejantes en todo al célebre minino de Cheshire. A Carlos F. Iglesias, el propietario del edificio y de los gatos, lo vi en una hoja de retratos de 1925. Su rostro no es ingenuo; también porta algo felino, cierta duplicidad de animal doméstico. Lo imagino en lo oscuro, renunciando a la sala cálida que da a los balcones, para internarse en el dominio nocturno de las fieras.
Gárgolas tiñosas
Apretadas en una extensa colonia, viven en el campanario de los jesuitas. Se sabe que las gárgolas cobran vida si es menester para defender la piedra que habitan. Son criaturas de aspecto monstruoso y excelente ánima. Viven en envidiable armonía con las tiñosas, bajo las plantas del Señor.
Un amigo mío quiso retratar las gárgolas. Entramos por el claustro del antiguo colegio. Escalamos un andamio, fuimos equilibristas en la altura; se perdió un tacón en el vacío. No pudimos, ni siquiera con el milagro del zoom, llegar cerca de estas gárgolas. Así es el gótico, remoto, alzado al cielo. Da vértigo.
La dama fiera
La monarquía tiene sus alegorías, como el Bien y el Mal, como la Aritmética. Una fiera casi griega, con algo de Quimera, la escolta. Alguien confundió la estampa con República Española, pero sólo fueron sus ojos: el año no miente -1908-, ni el escudo de las torres y los leones, sostenido con tanto garbo por la reina. Perdura después de cien años exactos sobre la portada principal del Casino Español. Debajo, muy discreto, también aparece el escudo de Cuba. En la corona anida un ruidoso pájaro y en los salones de baile del edificio desovan lechuzas. Mejor destino es impensable para una roca tan altiva.
…
Por ahora, basta. Hay más, pero anuncié un breve catálogo. Si me decido a reunir impresiones sobre los monstruos de carne, nadie dude que figuraré a la cabeza.
En la hidalga villa de Sagua la Grande, a 20 de noviembre de 2008, anno dominici,
el Nictálope.
8 comentarios:
Monstruos y reinas.... Sólo el Nictálope podría ver, bajo la aparente piedra, el espíritu del golem.
Recuerdo al gólem. Recuerdo al homúnculo del poema de Gilgamesh. Y a Goethe, por su doctor Fausto.
Ya lo sabes tú también. Por momentos ni las piedras pueden escondernos el alma. Vivimos asidos a esos momentos...
Un besolán.
(Sigo intentado que me acepten entre los Mumín. Pero la familia es bastante esquiva)
Hay un Gólem y Borges también... acá te va. (Qué no hay en Borges?)
Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de 'rosa' está la rosa
y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'.
Y, hecho de consonantes y vocales,
habrá un terrible Nombre, que la esencia
cifre de Dios y que la Omnipotencia
guarde en letras y sílabas cabales.
Adán y las estrellas lo supieron
en el Jardín. La herrumbre del pecado
(dicen los cabalistas) lo ha borrado
y las generaciones lo perdieron.
Los artificios y el candor del hombre
no tienen fin. Sabemos que hubo un día
en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre
en las vigilias de la judería.
No a la manera de otras que una vaga
sombra insinúan en la vaga historia,
aún está verde y viva la memoria
de Judá León, que era rabino en Praga.
Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dió a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,
la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
de las Letras, del Tiempo y del Espacio.
El simulacro alzó los soñolientos
párpados y vio formas y colores
que no entendió, perdidos en rumores
y ensayó temerosos movimientos.
Gradualmente se vio (como nosotros)
aprisionado en esta red sonora
de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.
(El cabalista que ofició de numen
a la vasta criatura apodó Golem;
estas verdades las refiere Scholem
en un docto lugar de su volumen.)
El rabí le explicaba el universo
"esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga."
y logró, al cabo de años, que el perverso
barriera bien o mal la sinagoga.
Tal vez hubo un error en la grafía
o en la articulación del Sacro Nombre;
a pesar de tan alta hechicería,
no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.
Sus ojos, menos de hombre que de perro
y harto menos de perro que de cosa,
seguían al rabí por la dudosa
penumbra de las piezas del encierro.
Algo anormal y tosco hubo en el Golem,
ya que a su paso el gato del rabino
se escondía. (Ese gato no está en Scholem
pero, a través del tiempo, lo adivino.)
Elevando a su Dios manos filiales,
las devociones de su Dios copiaba
o, estúpido y sonriente, se ahuecaba
en cóncavas zalemas orientales.
El rabí lo miraba con ternura
y con algún horror. '¿Cómo' (se dijo)
'pude engendrar este penoso hijo
y la inacción dejé, que es la cordura?'
'¿Por qué di en agregar a la infinita
serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
madeja que en lo eterno se devana,
di otra causa, otro efecto y otra cuita?'
En la hora de angustia y de luz vaga,
en su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?
Ja, Astro, dime, ¿has visto el corto "Utopía", donde a una niña obligan a declamar, sin entender nada, enfáticamente, este mismo poema?
Ni siquiera un respetable gólem y un respetable Borges escapan del ingenioso choteo insular...
jajaj verdad que sí! He visto el corto! jajajja el barroco latinoamericano y la escuela especial donde se da latín y se lee a Borges! jajajajaja Somos únicos los insularis Cubannensis entre nuestras aguas.
Estoy releyendo "la Historia interminable de Ende" y pasando por el capítulo de las Mil Puertas, recordé tu Antología de las puertas. Te susurro el pasaje.
Con la Esperanza de encontrar una puerta que me lleve a tu rincón para jugar (al fin!) a los Yaquis.
tu Astro
Es imposible describir todas las puertas y estancias que atravesó Bastián vagabundeando por el Templo de las Mil Puertas. Había portones que parecían grandes agujeros de cerradura y otros que semejaban la entrada del infierno; había puertas doradas y oxidadas, acolchadas y claveteadas, delgadas como el papel y gruesas como puertas de caja de caudales. Había una que parecía la boca de un gigante y otra que se abría como un puente levadizo, una que semejaba una gran oreja y otra hecha de pan de especias, una que tenía la forma de una puerta de horno y otra que había que desabrochar. A veces, las dos puertas de salida de una habitación tenían algo en común -forma, material, tamaño o color-, pero había siempre alguna cosa que las diferenciaba esencialmente.
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