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Es acaso la sensación más neta que se guarda de nuestra tierra: la luz.
Jorge Mañach
(Sagua la Grande, julio, 1923)
-Un amigo quería ver a Sagua, el otro día, al calor de una indagación lorquiana que sigue inconclusa. Ahora lo complazco. La selección es evidentemente impugnable. Pienso que hubiera podido escoger otras estampas, tal vez menos aéreas, pero esto es lo que ha salido de los archivos en la primera pesquisa y debe ser suficiente para el primer reconocimiento. Además, si se observa con cuidado la disposición de la luz, se verá que he colectado sin proponérmelo imágenes cardinales; puede distinguirse el poniente del levante, la llanura septentrional y la diminuta cordillera del sur. Esta es la Villa del Undoso, la Perla del Norte, "la vega antigua de don Juan Caballero" como la llamara Pichardo en su estupor; Sagua la Máxima de las crónicas de Jorge Mañach; la neoclásica, la esbelta; la desvencijada y gótica. Limitarme a actualizar las estaciones del itinerario de Lorca hubiera sido muy escueto -aunque los atentos distinguirán cómo se ven hoy mismo las ventanas del Grand Hotel y los coches encapotados que tripulara el granadino-, ahora en cambio siento las evidencias de incompletez, el cansancio del que quiso mostrarlo todo y apenas alcanzó el umbral. Me consuelo pensando que el encanto de los álbumes también se justifica por lo que no muestran, en lo que insinúan o dejan entrever. Para la atmósfera crepuscular también tengo una razón: la ciudad que no ha cambiado en un siglo, sólo tolera dejarse ver a la caída del sol; en vilo, cuando no es de día ni de noche, suspendida entre dos reducciones antagónicas del tiempo, parece especialmente amable y doméstica, se deja mirar sin la estridencia de los afanes mundanos, extemporánea. Por último, antes de pasar la página, debo agradecer a Adrián Quintero la cesión de algunas de estas fotos; no diré cuáles; he mezclado las suyas con las mías, indistintamente, pese a nuestras disensiones estilísticas. Un álbum también debe ofrecer todas las perspectivas -o intentarlo al menos- para incitar siquiera a los incautos a creer que he encontrado otro Aleph oculto en el "cuarto de desahogo" -el de los tarecos de mi casa-, en la calle más vieja de Sagua la Grande...
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8 comentarios:
Maykel: Ya supondrás la ilusión que me hace tu entrega; sean las de Adrián, sean las tuyas, las fotos están espléndidas, ambas. Efectivamente, es tan importante lo que se ve como lo que no se ve y se sugiere o se muestra veladamente a la imaginación. De verdad pienso que los dos puntos de vista se complementan y que ambos merecen nuestro agradecimiento y nuestra felicitación.
Sagua es bellísima. Mi maestro en la Escuela de Arquitectura me hizo ver por qué La Habana es la ciudad más bella del mundo (la pondremos junto a Sagua, desde ahora). Es que en su piel lo refleja todo; las huellas quedan porque se ha vivido, y nada tan expresivo como las arrugas de nuestra cara. Con suficiente sensibilidad sabríamos reconstruir, minuto a minuto, las circunstancias de nuestra vida. Pasa igual con las ciudades, y se confunde la necesidad de reparar las goteras o las tuberías o lo que verdaderamente afecte a los seres humanos que habitan allí -que es una necesidad real- con la necesidad del lifting. Yo creo que el estiramiento siempre sobra y que al igual que cada hombre -según Borges- tiene a los cincuenta años la cara que se merece, cada ciudad tiene también la cara que verdaderamente se merece. Y ¿qué cara más bella que la de Cuba?
Adrián se preguntaba un día por el éxito de las Jónicas. Es que en las Jónicas, al igual que en esa casa donde las enredaderas ocupan nuestro lugar, está la vida. Nuestra vida, con todos sus misterios, con los jirones de nuestras células muertas que quedaron atrás y nos inquietan por eso, tan imperfectas, tan gastadas, tan en las ruinas como lo hemos estado nosotros, lo estamos ya o lo estaremos.
Y esta Sagua vista por vosotros nos muestra, claro, como en un espejo, nuestro estado. Y por suerte, la imagen que vemos nos gusta.
Me parece que tras estas fotos hay una veta que vale la pena explotar. Por lo menos yo, quisiera entrar a una de las casas de la última foto. No puedo resistir las ganas de hablar con los que viven allí; quiero tomar café, aunque no haya café en la cafetera. Es cuestión de resolverlo; lo tostaremos, lo moleremos -si es posible en un almirez gigante; hasta podremos prescindir, por una vez, de la cafetera italiana, aunque la olla no le saque tanto el jugo y no lo aprovechemos tan bien.
Mira, no me acordaba, una de las cosas que conservo de Cuba es el gusto por tostar café. Y más de una vez algún vecino, al ver mi indiferencia ante lo que verdaderamente parecía un incendio (y era que se me olvidó, o me llamaron por teléfono y se me quemó el café) saliendo por la ventana se ha extrañado.
Un abrazo a los dos fotógrafos.
Maykel no he caminado tu ciudad y sin embargo me la regalas en esas fotos que se quedan más allá de las pupilas, creo que podré adivinar cada uno de esos sitios y sentiré que antes he estado allí, me han traído a la memoria uno de los lugares que más me gusta, Gibara, esa villa de techos rojos, en la que aún persiten esos viejos caserones de madera, incluso el hotel del pueblo es una de esas construcciones, ir allí era para mí terapeútico, bastaba la brisa marina, me has desatado una nostalgia feroz por mi Holguín, que es a pesar de todo la ciudad a la que siento pertenezco y me pertenece, por suerte creo que en solo unos días desandaré sus calles, gracias por compartir Tu Sagua,
Francisco si mi migraña se entera de tu fuego de café tostado caigo en crisis de solo imaginarlo.
un abrazo para los dos
Seré breve . Muy buenas fotos. dan ganas de visitarlas.
Saludos
Yolanda y Francisco, amigos míos, esta es la única ciudad que conozco de memoria y todavía tiene la virtud de sorprenderme. Diga lo que diga de ella, aunque aluda a su decadencia y al árido provincianismo, yo pertenezco a este lugar. Para mí es sagrado. Lo que diga pudiera decirlo igualmente de mis padres. A veces me gustaría estar lejos un tiempo para experimentar la nostalgia que obliga al regreso. He pensado esto. A la larga, sin embargo, descubro una ausencia más vasta: el no saber dónde poner, a quién atribuir, una sensación de pérdida que lo domina todo. Yo diría la nostalgia de permanecer. Sagua sin dudas es bella, pero la suya es de esas bellezas que exigen perspicacia en el que mira. Ustedes han sabido hacerlo. La ilusión es mía entonces, Francisco, porque cruzamos la mirada en el mismo ángulo áureo. Por el mar experimento en estos días semejante avidez, Yolanda. Por suerte la Villa tiene puerto y bahía propia, sólo tengo que tomar el tren y andar diecisiete kilómetros. Ante una urgencia de aguas tampoco puedo quejarme de carestía: unas calles abajo corre el Sagua, padre de tantos ríos, que no lo hubiera desdeñado Heráclito... Ya ven, la ciudad lo tiene todo; aquí voy a servirles el café, bajo las columnas de mi casa.
Nunca me olvido de Eliseo Diego y de aquel prólogo a su poemario "Por los extraños pueblos": No es por azar que nacemos en un sitio y no en otro, sino para dar testimonio.
A Ulysses, que no sea tan parco y haga más prolongadas las estancias de su viaje a Ítaca.
Me declaro un amante de los viajes y de los registros que se pueden hacer de ellos (aunque esto sea un tanto paradójico, porque tú hablas de tu terruño, mientras que yo albergo a Sagua aún en el imaginario, es decir, como posibilidad de viaje). Dices verdad acerca de la mayoría de las fotos aereas, menos aptas para el detalle vivencial, pero que aun así me recuerdan algunas escenas de azotea en la Habana de Cabrera Infante. Pero quizá ya lo estoy confundiendo todo, o acaso sea el fruto de la emoción por paladear unas cuantas rebanadas visuales de tu tierra.
En fin, Maykel, saludos llenos de mar y distancia.
Isla mía,
Voy despertando un poco de mi letargo, (las metamorfosis necesitan tiempo y espacio), por ello me asomo en tu orilla para recibir la bendición que me dejas y el rocío eterno de tu sabiduría.
He disfrutado mucho asomarme a estas ventanas de Sagua que nos regalas hoy, tanto que me ha hecho recordar. he hurgado entre los pocos recuerdos que van quedando de lo que fui, y he encontrado una foto del Río Almendares, tomada en uno de mis ritos mágicos a orillas de su lecho, con té y poesía. la colocaré en mi templo para que veas como semeja la visión de un pedazo de río habanero al de Sagua. La diferencia, está en el verde delicioso de tu agua aún incontaminada por las fábricas y otros artilugios propios de esta edad espiritual de hierro y el gris del Almendares, que a pesar de su óxido conserva aún el cuerpo flotante de cierta marquesa antigua y sus cabellos muy largos.
Cuando regrese el año próximo a la Isla, no iré directo a mi Habana: mi paje hizo la promesa de ir primero a donde su Virgen del Cobre, en Santiago, de la mano mía y de Lorca. Desde allí iremos entonces hacia la Habana, recorriendo la Isla. Puesto que ahora soy Astrolabio, estoy seguro que mi aguja sabrá guiarme hacia tu norte, para darte ese beso que se me abre desde adentro como una Picuala.
Mi hermana Gioia, la bruja, me ha comprado un nuevo juego de yaquis, lo tiene en la Isla, y me los hará llegar pronto. Mientras los espero, podemos practicar con la Luna como pelota y las estrellas como complemento.
Es bueno saberte siempre el mismo, los siglos no hacen mella en ti, por eso espero me recuerdes desde antes, pues lo que el tiempo no ha hecho sobre tus ramas, lo ha hecho en mis raíces.
Te regalo hoy mi río, te dejo, como buen Astrolabio, un camino trazado en las estrellas que conduce hacia su nacimiento: cuando nace un río, nace un Dios.
Con amor,
tu Astrolabio
Rey Mono,
yo soy un viajero singular. Casi nunca salgo de esta ciudad. Sin embargo, tengo una etiqueta de "Viajes" en este archivo. Viajar, como decía Lezama, es simbólica alusión a la muerte. Para los formalistas rusos, pioneros de la narratología, el viaje era una función narrativa esencial, abecedaria. "No se cansa el ojo de ver ni el oído de oír". ¿Dónde leí eso último? ¿Por dónde viajaba cuando recogí esa piedra veteada por las aguas?
"La Habana para un infante difunto" tiene esas mismas azoteas en los edificios "de vecindad", los solares festivos que describe Cabrera Infante como nadie lo ha hecho. Ya se sabe que los viajes nos conducen siempre al centro de la sorpresa: Sagua la Vieja desde sus pináculos se parece a La Habana. Ahora, para conocerla de verdad hay que andar al lado de sus transeúntes, y no descarto que puedas hacerlo algún día. Mientras tanto, tal vez albergues la ilusión -para reconocer lo transitado aquí- de llegar hasta Sagua por aire, volando...
Astrolabio,
es inconfundible la Isla, unívoca. No hay en ella espacios que se resistan al análogo, ni ríos que desdeñen en voz alta la sentencia del filósofo de Éfeso. En éste yo me bañaba antes; sin embargo, es el mismo. Nada ha cambiado en ese limo ni en esas riberas pobladas de jacintos. El viejo Heráclito mentía. Yo puedo atestiguar que el río Sagua la Grande es el de antes y persiste en eso, en ser el mismo río, como hubiera querido Spinoza; y no sólo eso, también es el Almendares: la misma agua fluye y refluye, vuelve al principio para correr de nuevo como intuía el Eclesiastés del rey Salomón. Los ríos de la Isla -válgame la sabiduría de Dulce María Loynaz- andan menos fatigados que otros ríos. La Isla es breve. El tiempo es amable. ¿Quién se atreve a refutar la idea de que estuvimos en el mismo río e igualmente los encontraremos inmóviles a la vuelta?
Astrolabio, la alquimia está en mezclar algo del gris del Almendares con el verde irreductible de mi Sagua. Tú mismo me decías una vez que nunca viene mal una pizca de sal a la leche de las mañanas...
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