El 22 de marzo llegó Federico García Lorca. Era pequeña la maleta del poeta, viajaba muy ligero, tanto que puso los pies en el andén antes que sus acompañantes, los esposos Juan Marinello y María Josefa Vidaurreta. Sagua la Grande se jactaba -luego de cuatro o cinco insistentes telegramas de invitación- de ser la primera ciudad cubana de provincias que acogiera al poeta granadino. Apenas comenzaba la primavera de 1930, era sábado, y Lorca estaría entre nosotros hasta la medianoche del domingo. Fueron dos días de mutua revelación, un conocimiento breve pero muy hondo en la simpatía que sintieron, a primera vista, la ciudad y el poeta. Así lo evocaba, décadas después, el doctor Manuel Gayol Fernández[1]: “Federico estuvo en Sagua precedido ya entonces por la fama in crescendo de su popular Romancero gitano. Tuve el honor de presentarlo al público en nuestro antiguo Teatro Principal. Allí nos dio una esclarecedora conferencia, en tono de jovial y luminosa charla, sobre el sugestivo tema Mecánica de la poesía, con ilustraciones de sus propios versos y algunas motivaciones musicales al piano”[2]
Lorca fue hospedado por sus anfitriones en el Grand Hotel Sagua, el mismo corazón de la Villa. En la mañana del domingo, asistió a una peña en el café Ariza, y luego, por su propio deseo, salió a recorrer en compañía de sus recientes amigos sagüeros los sitios emblemáticos de la tierra del Undoso. Manino Aguilera, longevo periodista e historiador, recordaba que Lorca también viajó hasta el puerto de Isabela de Sagua[3], donde conoció nuestro litoral y probó sus ostiones, los más famosos de Cuba. Recuperar los pormenores del paso del poeta se torna muy quimérico al cabo de casi ochenta años de su fugaz estancia, pero sí consta que esta visita generó comentarios y hasta polémicas en el medio cultural cubano de entonces. Leamos lo que publicara Emilio Roig de Leuchsenring, bajo el seudónimo de El Curioso Parlanchín en la revista Carteles:
(…)
Ahora que ustedes, lectores, conocen bien al García Lorca, “amigo mío”, voy a contarles lo que le ocurrió en su reciente visita a Sagua la Grande, “lo más fenomenal”, según él, que le ha ocurrido en la vida.
Allí conocí –me dijo- el hombre más extraordinario, más genial de nuestros tiempos, y tal vez también, de todos los tiempos ¡Pero eso es poco –añadió- he tenido la gloria de que ese verdadero superhombre escribiera un juicio sobre mí, sobre mi obra poética, sobre mis conferencias, que lo considero mi verdadera y definitiva consagración! ¡El elogio más alto que de mi personalidad literaria puede haberse hecho! ¡y qué manera de comprender e interpretar el arte, la literatura, la vida! Cada palabra suya es una sentencia salomónica.
Pero… -le interrumpí- ¿quién es ese genio que así te entusiasma?
Entusiasma, no, -rectificó- eso sería poco: me enajena.
Se llama Arturo Carnicer Torres. Vive en Sagua la Grande ¡desconocido!, casi, que así es de injusta la humanidad.
Fue a mis conferencias, hablé con él varias veces. A las primeras palabras me di cuenta que había tropezado con un hombre extraordinario. Y ahora acaba de escribir en su periódico de Sagua un artículo, que aunque breve, es una verdadera obra maestra, inimitable. ¡Y pensar que está consagrado a analizar y estudiar mi obra literaria! ¡Léelo…!, y si después que lo leas, no te enajenas como yo, es porque no tienes sentimientos, o porque eres un envidioso, envidioso sí, por haber sido yo el elegido, y no tú.[4]
A Sagua la Grande vino hace un año César López -Premio Nacional de Literatura- durante su gira por la isla, cuando le dedicaron aquella edición de la feria del libro. Entonces leyó a los sagüeros este testimonio de la pasión de Lorca por un artículo de Arturo Carnicer Torres titulado "El epicentro psicógeno y la euforia en la rítmica lorquiana". Mucho polvo se ha levantado en torno a ese breve texto desde 1930 hasta nuestros días. César quería saber quién era este Carnicer, qué recuerdos suyos quedaban en la Villa del Undoso; nadie supo que responder. Ninguno -yo mismo- había oído hablar de semejante deslumbramiento de Federico García Lorca. Sólo hoy, al cabo de lecturas fragmentarias, puedo responder en parte a las preguntas que me formulé sobre el caso. Y he de revelar las respuestas aquí, en la próxima entrega.
Lorca fue hospedado por sus anfitriones en el Grand Hotel Sagua, el mismo corazón de la Villa. En la mañana del domingo, asistió a una peña en el café Ariza, y luego, por su propio deseo, salió a recorrer en compañía de sus recientes amigos sagüeros los sitios emblemáticos de la tierra del Undoso. Manino Aguilera, longevo periodista e historiador, recordaba que Lorca también viajó hasta el puerto de Isabela de Sagua[3], donde conoció nuestro litoral y probó sus ostiones, los más famosos de Cuba. Recuperar los pormenores del paso del poeta se torna muy quimérico al cabo de casi ochenta años de su fugaz estancia, pero sí consta que esta visita generó comentarios y hasta polémicas en el medio cultural cubano de entonces. Leamos lo que publicara Emilio Roig de Leuchsenring, bajo el seudónimo de El Curioso Parlanchín en la revista Carteles:
(…)
Ahora que ustedes, lectores, conocen bien al García Lorca, “amigo mío”, voy a contarles lo que le ocurrió en su reciente visita a Sagua la Grande, “lo más fenomenal”, según él, que le ha ocurrido en la vida.
Allí conocí –me dijo- el hombre más extraordinario, más genial de nuestros tiempos, y tal vez también, de todos los tiempos ¡Pero eso es poco –añadió- he tenido la gloria de que ese verdadero superhombre escribiera un juicio sobre mí, sobre mi obra poética, sobre mis conferencias, que lo considero mi verdadera y definitiva consagración! ¡El elogio más alto que de mi personalidad literaria puede haberse hecho! ¡y qué manera de comprender e interpretar el arte, la literatura, la vida! Cada palabra suya es una sentencia salomónica.
Pero… -le interrumpí- ¿quién es ese genio que así te entusiasma?
Entusiasma, no, -rectificó- eso sería poco: me enajena.
Se llama Arturo Carnicer Torres. Vive en Sagua la Grande ¡desconocido!, casi, que así es de injusta la humanidad.
Fue a mis conferencias, hablé con él varias veces. A las primeras palabras me di cuenta que había tropezado con un hombre extraordinario. Y ahora acaba de escribir en su periódico de Sagua un artículo, que aunque breve, es una verdadera obra maestra, inimitable. ¡Y pensar que está consagrado a analizar y estudiar mi obra literaria! ¡Léelo…!, y si después que lo leas, no te enajenas como yo, es porque no tienes sentimientos, o porque eres un envidioso, envidioso sí, por haber sido yo el elegido, y no tú.[4]
A Sagua la Grande vino hace un año César López -Premio Nacional de Literatura- durante su gira por la isla, cuando le dedicaron aquella edición de la feria del libro. Entonces leyó a los sagüeros este testimonio de la pasión de Lorca por un artículo de Arturo Carnicer Torres titulado "El epicentro psicógeno y la euforia en la rítmica lorquiana". Mucho polvo se ha levantado en torno a ese breve texto desde 1930 hasta nuestros días. César quería saber quién era este Carnicer, qué recuerdos suyos quedaban en la Villa del Undoso; nadie supo que responder. Ninguno -yo mismo- había oído hablar de semejante deslumbramiento de Federico García Lorca. Sólo hoy, al cabo de lecturas fragmentarias, puedo responder en parte a las preguntas que me formulé sobre el caso. Y he de revelar las respuestas aquí, en la próxima entrega.
Notas
[1] Doctor en Filosofía y Letras, autor de una apreciada “Preceptiva literaria”, en su época texto obligatorio para los estudios de bachillerato en Cuba, fue director del Instituto de Sagua la Grande.
[2] Manuel Gayol Fernández: La visita de García Lorca a Sagua, en Bohemia, No. 43, La Habana, 24 de octubre de 1986.
[3] Nydia Sarabia: Días cubanos de Lorca, Editorial Cultura Popular, La Habana, 2007, p. 51.
[4] Emilio Roig de Leuchsenring: Habladurías por el Curioso Parlanchín, Carteles, No. 17. La Habana, 27 de abril de 1930.
[2] Manuel Gayol Fernández: La visita de García Lorca a Sagua, en Bohemia, No. 43, La Habana, 24 de octubre de 1986.
[3] Nydia Sarabia: Días cubanos de Lorca, Editorial Cultura Popular, La Habana, 2007, p. 51.
[4] Emilio Roig de Leuchsenring: Habladurías por el Curioso Parlanchín, Carteles, No. 17. La Habana, 27 de abril de 1930.
5 comentarios:
Lo reitero, señor Nictálope, es un blog muy singular el tuyo, tanto que te advierto que me tendrás por aquí husmeando bastante seguido. Mas quisiera preguntarte si opones alguna resistencia a mi deseo de colocar un vínculo de tu blog en el mío. Ya sabes, atajos para mí, y posibilidad de que algún otro incauto de mi terruño te lea.
Saludos.
Maykel, has hecho referencia a la "preceptiva literaria" de Manuel Gayol. Conseguí un ejemplar de preceptiva cuando tenía doce años; ya en España no se estudiaba, pero ese ejemplar era del bachillerato de una de mis tías. No sabes cuántas veces me lo estudié en esa época y cómo me gustan esos libros.
En cuanto al viaje de Lorca, esperamos las fotografías del Gran Hotel y del café Ariza. He encontrado unas palabras de Carnicer: "Fui a oír en tribunicio cerco a García Lorca, porque interpretando la vigencia de su módulo, sabía que no iba a encontrarme melismos de cadencia cansona, sino la puridad, que una fobia literaria no echada en campo desbombero, lleva toda enfática etimología de la palabra no sobada". Lo copio para que el sultán vaya haciendo boca.
Rey Mono, puedes trazar todos los atajos que quieras, sea bienvenido el vínculo, las lecturas mutuas, y esos incautos...
Fmesmenota, se te echaba de menos y llegas adivinándome las intenciones... Efectivamente, pienso publicar fotos del Hotel Sagua y del café Ariza. En cuanto a la "Preceptiva...", la de Gayol es codiciada por los bibliófilos y los amantes de la poesía, se publicó por primera vez hacia
1940. Fue texto obligado para los estudiantes de la segunda enseñanza en Cuba; recuerdo que me sentí muy orgulloso al revisar uno de esos viejos ejemplares porque en la primera página la editorial hacía constar que se trataba del curso de preceptiva literaria ofrecido por el doctor Gayol Fernández a sus alumnos del Instituto de Sagua la Grande. Este Gayol, que murió aquí mismo en su ciudad natal, fue muy conocido también por el capítulo que le dedicó Enrique Núñez Rodríguez en sus memorias, "Mi vida al desnudo". No sé si habrás leído a ese divertido cronista cubano, es de lo más desenfadado que se pueda imaginar.
Dime algo, ¿cómo conseguiste ese trozo de Carnicer? Es muy díficil sorprenderte amigo, ya se sabe, ni siquiera los pequeños secretos de Sagua están a salvo de tu mirada.
Ten un abrazo, de bienvenida.
Maykel, no he leído a Enrique Núñez, seguro que me gustaría. El trozo de Carnicer lo encontré buscando en Google el título de tu artículo. Lo hice para ver si encontraba la definición de ipotrocasmo; no la encontré, pero sí las palabras de Carnicer.
Hablando de fotos, te diré que me gustaría también ver y saber más de Playa Uvero. Lo busqué y lo vi en Google Earth y me pareció un hallazgo, porque tiene carácter.
Ah, me faltó hacer referencia, en mi contestación a tu comentario en mi blog, al milagro de tu ejemplar de Paradiso. Es que ya dijo Borges que el oro de los tigres es una forma de la escritura de dios.
Amigo, qué decirte de Playa Uvero... Es un sitio que si existe aún es por la tenacidad del milagro. Me han contado que cada huracán arrasa con una fila de casas sobre el mar y luego se vuelve a edificar, para que sea arrasada más tarde. Como Sísifo. Permanece deshabitado la mayor parte del año, pero en el verano es muy populoso. Yo bromeaba con alguien sobre la noche que dormí allí, le decía que la casa sobre pilotes, inclinada hacia un lado, semejaba un barco dispuesto a zarpar, y el dormir allí se sentía como en un camarote. El lugar sin dudas es pintoresco, ni siquiera hay buena carretera y los que se empeñan en llegar hasta allá terminan llenos de polvo. Lo de "playa" es un eufemismo, sólo porque está sobre el mar. Es una gran aventura y aquella noche con mis amigos fue genial. Hubo una fogata -era el último día del año- y mucha conversación. Por suerte, los mosquitos no interrumpieron esa armonía, no se atrevieron a salir. Es que tantos amigos y aquella brisa...
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