Un holandés, ¿qué sabemos de él ahora mismo? Sólo que está involucrado en la saga tan desvaída, que me he empeñado en contar por capítulos, a la manera folletinesca del siglo diecinueve. Una intención, por otra parte, muy natural ya que se trata de una historia de ese siglo, y se disfrutará mejor esta página si trae otro sabor secular, si parece un pliego injuriado por su propia temporalidad.
Ya dije, al referirme a la nota publicada por el Diario de la Marina, que "El bautismo de Jesucristo" de la iglesia nueva de Sagua la Grande suscitó una cadena de enigmas por su procedencia, los pormenores de su adquisición, la identidad de la mano que lo pintara en la ciudad flamenca de Amberes. Pero en el momento álgido, de clímax narrativo, en que dejé esta historia -yo iba, casi despeinado por la prisa, entrando en los atrios- ni siquiera sabíamos quién era el donante, quién se ocupó de obsequiar este cuadro a la posteridad, qué devoto de los viejos maestros flamencos lo hizo embalar desde Europa y -como presumo- lo encargó expresamente a Bélgica para decorar el baptisterio de una iglesia provinciana. El azar -nunca demasiado parco conmigo- habría de mostrarme las pistas:
Una maestra sagüera de 1960, cien años después de los sucesos que nos ocupan, quiso escribir un folleto laudatorio sobre la impronta artística del templo sagüero. Rosa María -Cuca- Ramos debió ser una mujer con aficiones detectivescas, pues consiguió averiguar lo que sus antecesores ni siquiera soñaron, el nombre del donante. Alcover escribía en 1905: "una persona que su nombre ocultó"; Cuca revela en 1960: "supe por persona digna de confianza que el cuadro fue adquirido por Juan van der Kieft". Una porción del misterio acababa de deshacerse ante nuestros ojos. ¿Quién era este holandés? Ahora se verá...
La historiografía sagüera no ha sido muy escueta con él, al parecer fue un joven emprendedor que vino a edificarse fortuna aquí, lo consiguió, y hasta mujer llegó a adquirir para su uso en la inflexible y desconfiada sociedad del mil ochocientos. En 1855, este Van der Kieft, que las crónicas describen como un "joven dependiente", trabajaba para la casa comercial de John P.C. Thompson, empresario que se vio envuelto en diatribas y escándalos con el gobernador de la Villa por atreverse a colocar, en la fachada de su casa, el escudo imperial de los Estados Unidos de América. Muy celosos los españoles con su soberanía, no se lo permitieron. Enviaron mensajes con el holandés, entonces subalterno dependiente, y ante el desacato, mandaron a Thompson a pasar una temporada en cierta mansión de gruesas rejas, bien custodiado. En 1865, el mismo Jan van der Kieft, era ratificado ante las autoridades de la ciudad como cónsul de Su Majestad Británica, aunque el cronista especifica que ya venía ejerciendo el cargo desde 1863. Luego, en los años próximos al estallido de la primera guerra contra España, ya está a la cabecera de la razón comercial VanderKieft, Lapuerta y Cía, -un prematuro encumbramiento, ¿no?- así que pudiera pensarse que el humilde empleado metía sus manos en la caja de Thompson o era un tipo hábil, realmente dotado para el trato con hacendados, negreros y contrabandistas. Así llegamos a 1869, de la mano de otro cronista, Pepe Hillo, que nos cuenta cómo el taimado Van der Kieft, simpatizante de la causa independentista, hizo expedito el camino hacia el puerto, en uno de sus barcos, a los hermanos Quintero, periodistas perseguidos por el régimen colonial, primos de una señorita Teresa Quintero, que cerró su puerta y su corazón de palmo en las narices del buen holandés, luego que éste, inocente europeo y novio suyo, le pidiera con zalemas que lo acompañase -"por favor"- hasta la puerta de su casa. Al menos no era rencoroso. Pepe Hillo cita el caso como ejemplo de los excesos a los que solía conducir la rígida moralidad de la "Arcadia sagüera". Los periodistas consiguieron huir, deudos de Van der Kieft para la eternidad, y consta que la señorita Quintero permaneció soltera mucho más tiempo, porque no fue con ella finalmente después de semejante palmo con quien contrajo matrimonio nuestro holandés en 1862, según atestigua el archivo parroquial, en su tomo I, folio 153, No.351 del Registro de Matrimonios de Blancos. Doña Francisca Juana Someillán y Lamarliere obtuvo al codiciado cónsul originario de Utrecht, según consta en la partida de matrimonio, donde también nos enteramos con pena que el señor párroco desposó "por palabras de presente" y no veló "por haberse indispuesto la contrayente", lo que sugiere que esta Pancha no iba convencida al altar y tal vez indique que las damas sagüeras siempre anduvieron tras un pretexto para enseñar el codo a don Juan van der Kieft. Y no hay más noticias suyas en adelante.
Examinado el caso, llegamos a la siguiente identificación del donante:
Jan van der Kieft, rebautizado Juan, -¿un converso, tal vez del anabaptismo, tan difundido en Utrecht y sus alrededores?- hace fortuna adherido a la buena estrella del malhadado Thompson, intenta soliviantar a la timorata Quintero, que ofendida en su castidad lo palmea, luego alienta cierta simpatía por la causa cubana sin atreverse a renunciar a sus prebendas comerciales para seguir a los mambises, se conforma con auxiliar la fuga de unos periodistas, se casa con una Francisca Juana que anduvo desmayada el mismo día del desposorio, es cónsul de Inglaterra, y le encarga a cierto pintor de Amberes un monumental bautismo, cuyos gastos sufraga con el ruego de que no aparezca su patronímico en la selecta nomina de benefactores junto a la condesa de Moré, el gobernador Casariego y otros ilustres personajes. ¿Cuál es el secreto de Jan van der Kieft? Hasta aquí no he podido descifrar nada más. Los antiguos donantes de obras de arte religioso solían hacerse retratar junto a sus santos patronos en la Edad Media . Van der Kieft hurtó el nombre, pero nadie puede asegurarme que su rostro flamenco de Utrecht no está en ese cuadro. Es una sospecha que Sherezade me sugiere al tiempo que insiste en hacerme callar; todavía he de revelarles la identidad y los merecimientos del pintor, pero será en la próxima entrega. Mientras, disfruto la sobrevida que se experimenta ahora como antesala de la inmortalidad...
4 comentarios:
Viajero, pásate por mi isla, en ella te he dejado unas cuentas para tu collar.
Bendito seas
Yordán
Gracias por estas crónicas detectivesctas,Nictálope "Holmes"...esperaremos la siguiente entrega...un día no muy lejano me animaré a hacer lo propio con mi ciudad =)
Las he recogido, Yordán, pero haz que sean ligeras, siento en el cuello de pronto cierta pesantez. Lo peor es que sé que no se trata de las cuentas, sino de este cuello mío nihilista.
Y a cambio de ellas no puedo entregarte nada más que otros versos, siempre deslavazados; sé que no exijes nada ni propones canjes, pero a veces uno quisiera reciprocar, por razón elemental de simetría, sin saber cómo...
Noche, gracias a ti por leerme siempre y por alentar la escritura de la próxima entrega. Te confieso algo: soy pésimo escritor de folletines. Jamás hubiera sido un Dumas o un Balzac. Componer capítulos me parece una tarea casi arquitectónica, pero si tú me lees, con esa seguridad, entonces la emprendo...
Viajero, te dejé dos susurros más...
Bendito seas
tu Dulce María
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