martes, 29 de marzo de 2011

Luz de carburo



El carburo es un terrón blanco que humea. Bastan unas gotas de agua para que hierva y se deshaga en volutas. ¿Dónde lo vi? ¿Dónde me quemó?

El carburo también alumbra.

Lo recordé, pasado el pueblo de Rancho Veloz, donde una curva revela de pronto el mar. Ella me describió la encrucijada: un camino va hacia la playa, otro viene del caserío, el tercero sigue hasta la próxima población, el último, el que remonta la loma, conduce a la casa.

Cuando los varones empezaban a crecer el padre les regalaba un caballo enjaezado y unas espuelas. Ella quería hacerse maestra y asimismo aprendió a cabalgar. Pensó que le destinarían para alguna escuela olvidada y que sería útil aprender a gobernar la cabalgadura.

La Normal desbordaba aspirantes cuando acudió al examen. Para asegurar la entrada se precisaba influencia política y su familia, respetadísima en su propio lar, jamás había participado del juego tenebroso. Cierto es que trataban a Clemente Vázquez Bello –el gran senador veraneaba por aquella sierra- pero no se atrevieron a hacerle tal petición. –Ya serás maestra por tu propio esfuerzo –dijo la madre. Fue en La Habana que consiguió matricular, lejos de su provincia.

Pasé un mediodía conversando con ella y me refirió estos episodios que se presentaban con la misma pátina de las fotos donde se le veía con el uniforme de maestra normalista.

–En mi casa de la loma –se iluminaba al evocarla- encendían una luz de carburo, una luz maravillosa. Desde el portal aquel fulgor se desprendía hacia abajo, desnudaba de tropiezos cualquier descendimiento. ¡Aquella luz guiaba a los marinos que dejaban atrás el faro de cayo Bahía de Cádiz!

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