jueves, 9 de julio de 2009

Por qué no me gusta el capitolio de La Habana


Tenemos capitolio. La Estatua de la República, de facciones masculinas, cuerpo griego y pose de Atenea, preside la primera estancia. A sus pies, empotrado en el mármol, se guarda el diamante que indica el principio de los caminos de la Isla. Empero, yo entré por la puerta trasera, circunstancia que siempre invierte los cristales de mirar y permite percibir cómo lo grande se torna superfluo. Por detrás, el capitolio tiene algo de monasterio en las nervaduras de la bóveda, algo de estancia sórdida que refuerzan tantos emblemas de la nación –los escudos- custodiados por el grifo, animal de uña y pico rapaz. Al centro, en una habitación ocre de estuco desvaído, hay un busto blanco, un Martí sin expresión; este es el sitio donde he experimentado la más tangible ausencia de Martí y toda la tristeza de la República.

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Una vez más he viajado para disentir. Entre tanto guajiro seducido por la majestad “reputicana” –el calificativo pertenece, creo, a la simpática Renée Méndez Capote- quise permanecer inadvertido. Ni una foto consentí, nada que parezca un souvenir costumbrista. Un amigo me llevó hasta el Ángel Rebelde de uno de los patios, pero el ángel me pareció demasiado oscuro y próximo a la cúpula.

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Tenemos un capitolio inhumano. Nótese que no he dicho sobrehumano. Sobrehumana es la acrópolis ateniense porque se sabe exacta. La reflexión me la sugiere, por supuesto, algún texto de Animal de Fondo. El capitolio de La Habana es el palacio hipertrófico del país del terrón de azúcar -la islita del corcho-, el benjamín de otra mole legislativa de Washington que según el medidor de la fatuidad es un par de metros más bajo que el nuestro. Dice el amigo que me acompaña que este Salón de los Pasos Perdidos es mucho más hermoso que el vestíbulo del capitolio norteamericano. Ha visitado ambos y me confía su preferencia por el habanero. A mí me domina el hastío de la República, el ala de los senadores y el ala de los representantes, los salones neoclasicistas para honrar a las visitas ilustres. Nunca me ha gustado el mobiliario de estilo Imperio.

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¿Acaso fue la nuestra una república como griega, capaz de encarnarse en una mujer áurea, una república de la Razón? ¿Y el grifo? ¿Por qué custodia al escudo en todos los dinteles?

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Tenemos capitolio, ¿pero tuvimos una república? A la salida, una escalinata que da vértigo me devuelve a La Habana de los pedestres.

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3 comentarios:

Anónimo dijo...

Estás de regreso ya viajero? Fuiste al Palacio como te "sugerí" en mi carta? Cuéntamelo todo, lo necesito.

Estoy pasando por una de las peores tormentas de mi vida y necesito un aire extra que me saque de este desandar.

Si pudiéramos hablar, si pudiéramos.

te beso en las manos de siempre

Yordy

Animal de Fondo dijo...

Querido Maykel: Veo que estás, o has estado por La Habana. ¡Qué nostalgia me das! Hace ya demasiados años que no piso sus calles, que no siento el plomo de su aire ni el frescor de su tormenta. Espero que hayas disfrutado mucho. Yo tengo algo de culpa de algunos de los precios de los libreros de la plaza ya que, conociendo como conozco el mercado del libro usado, les advertí algunas veces del verdadero valor de las gangas que ofrecían a los turistas. Ahora siento que esos libros se alejen de ti. Aunque de todas formas en aquélla época tampoco los hubieras podido comprar; era ya un mercado endivisado.
Nunca entré en el capitolio habanero, y lo que recuerdo mejor de él es a su fotógrafo, que ofrecía, como el del Partenón, positivos en blanco y negro al minuto para los turistas. Siempre me interesaron más los solares de alrededor, que eran como la cueva de Alí Babá para mí, así como conocer los secretos del pollo más barato, del bocadito a un céntimo menos... Un abrazo y gracias por la cita, que me anima.

Maykel dijo...

Amigo A. de F., estuve en La Habana apenas dos días o un poco menos, aunque últimamente he caminado a menudo por la capital después de un par de años de ausencia. La Habana, como a tantos, me seduce, pero en esencia soy un provinciano que disfruta el instante de volver a su aldea...
No te pierdas de estos solares; mira que en los últimos tiempos andas más ausente que yo mismo.
Un abrazo, amigo.