Pulgar arriba en la carretera para llegar a la conferencia. Pulgar otra
vez alzado para regresar a casa. Dedos caídos, brazos colgando de la
muesca del activismo. Estuve, no obstante, en el Varadero turístico, el
corazón de la postal donde se celebró la VI Conferencia Regional de
ILGALAC (Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e
Intersex para América Latina y el Caribe).
Un amigo brasileño creyó
hallarse en Río de Janeiro, una mexicana no distinguía a Cuba de
Acapulco. Dos nicaragüenses que apenas vieron La Habana preguntaron por
mi país. La Patria de la Moneda Nacional –insistieron-. Allá -señalé al sur-.
Creo –porque es absurdo- que una reunión de
activistas debió celebrarse en uno de los escenarios habituales del
activismo. En una ciudad provinciana y valerosa, por ejemplo. En el
Camagüey abigarrado o la Santa Clara de El Mejunje, el hogar de las
minorías. También La Habana, por inabarcable y distópica, hubiera
resultado un escenario convincente. El Palacio de las Convenciones, sede
de los grandes foros del país, pudo ofrecer un espaldarazo de
legitimidad a la conferencia que Varadero acogió discretamente tras la
tapia de los hoteles. Activismo de playa.
Si algunos cubanos
tuvimos difícil el acceso y debimos apelar a la botella en las
carreteras y a la merienda precaria, otros latinoamericanos asumieron la
empresa con coraje semejante al nuestro. Pulgar arriba siempre, en los
caminos y en las butacas, salvo para consentir acríticamente.
Hache muda
Quise
hacerme ubicuo al principio, cuando sesionaron las preconferencias. Me
interesaban igualmente el encuentro de hombres gays y bisexuales que las
reuniones de lesbianas y trans. Acaso para confundirme con todas las
diversidades, fui a la cita de jóvenes.
La convocatoria juvenil
anunciaba tres talleres, pero el último acabó incluido bíblicamente en
el primero. El asunto me pareció trascendental: la participación
política de la juventud latinoamericana en el movimiento LGBTI.
Conducido por jóvenes cubanos y con la presencia de activistas de
Nicaragua, Argentina, Jamaica y Venezuela, el debate se circunscribió a
las motivaciones individuales. Vaciada de carácter político, la
participación ciudadana apareció restringida a una concepción
psicologista del empoderamiento. Esta posición contrastó con la del
grupo de trabajo que exploró semejantes empresas participativas al día
siguiente, con la moderación de Gloria Careaga y la participación de
activistas de México, Argentina y Brasil. Se enfrentaron así, siquiera
en la distancia, dos modelos de movilización.
La cita de jóvenes
exhibió, otra vez, la tradicional prudencia cubana ante la constitución
de asociaciones LGBTI y espacios para la resistencia –les llaman guetos,
peyorativamente, como si estas zonas no implicaran una parada natural y
conveniente en el itinerario-. La propuesta de incluir la hache de
heterosexual en las siglas que identifican al movimiento –LGBTHI,
quedaría- fue recibida con frialdad. Los aliados son bienvenidos
–comenté a mi turno-, pero no debemos perder de vista que la
heterosexualidad no alude sólo a una orientación del deseo, también
implica una ideología. Y cité a las madrileñas que resignificaron el
discurso imperialista del otro desconocido y peligroso para declarar,
con convicción política, que “el eje del mal es heterosexual”. Situar la
hache a ultranza, en lugar de propiciar diálogos efectivos con
instancias dominantes, despolitizaría la lucha por la ciudadanía LGBTI
–concluí-. Parece que la iniciativa de Cenesex no prosperó. Excepto en
el discurso de algunos compatriotas míos, la hache continuó muda.
El eros del sufragio
Hallé
en la conferencia de ILGALAC a muchos activistas interesados en conocer
las lógicas asociativas, movilizativas y comunicativas del escenario
político cubano. Más bien me hallaron ellos, y traté de dilucidarles, en
pago por el interés, algunas de las singularidades de la Isla. Eran
militantes con una idea libertaria del socialismo.
Otros se portaron
menos solidarios, a pesar de los cometidos cívicos que asumen en sus
países. Existe una hagiografía de las izquierdas latinoamericanas donde
la Cuba autoritaria figura con honores de culto. Por el bien de la Causa
se rinden ante el kitsch de la Gran Marcha que explicaba Milan Kundera.
De esta gente, incluso de los más “incorrectos”, capaces de asumir la
desobediencia civil, recibí un rictus desconfiado. Recordé entonces a
Reinaldo Arenas, enfrentado alguna vez en el exilio a las izquierdas que
exigen a los cubanos el abono de un sacrificio que ellas no están
dispuestas a ofrecer.
Proyecto Arcoiris –el pequeño grupo de
insulares anticapitalistas e independientes-, obtuvo a última hora la
membresía de ILGALAC y el derecho de votar en el plenario. Ningún
extranjero imaginó la significación de aquellos votos: establecer
alianzas, configurar listas electorales y finalmente ejercer un sufragio
efectivo, son experiencias inusitadas en Cuba.
Experimenté el eros del sufragio, el placer sexual del voto que experimentaron una vez las añejas agitadoras.
Matasellos
La
Carta de Cuba, el gran pronunciamiento de la conferencia, iba marcada
por un matasellos rotundo: “la comunidad LGBTI latinoamericana perderá
credibilidad si no se posiciona por la libertad de los Cinco, el pueblo
de Cuba no nos perdonará”. En Varadero, como en el Pabellón Cuba de La
Habana, pareció que la reunión de activistas iba desde el principio en
pos de este corolario. Mariela Castro cerró la carta y la acuñó, después
de relatar al auditorio extranjero las peripecias de los reclusos. La
situación de rehén de de un contratista norteamericano también quedó
expuesta en el relato, donde no faltaron consideraciones sobre “los
descarados [sic] opositores cubanos”.
Algunos de los que queremos la
libertad de los Cinco, creemos además que posicionarnos contra el
genocidio del bloqueo no es una actitud enfrentada con la noción de
respeto a las otredades ideológicas. Los activistas LGBTI de la Isla, entonces,
deberíamos evitarnos la incoherencia de defender derechos sexuales enanejados de nociones políticas.
Las alusiones de
la Carta de Cuba a las personas LGBTI vulneradas por la homofobia de
Estado y los conflictos armados de este hemisferio, debieron completarse
con un pronunciamiento acerca de la compensación que merecen las víctimas
cubanas de los campos de trabajos forzados. Olvidemos ya a las UMAP
-declaran tácitamente algunas instituciones y activistas-. Esa
aspiración al olvido emergió un par de veces durante la cita de
Varadero; los desmemoriados argumentan que el episodio está trascendido,
como si los sobrevivientes exiliados no merecieran recuperar su
ciudadanía extraviada y recibir una compensación siquiera moral, junto a
los que prefirieron quedarse.
En la costa
Mi sombrero voló a
menudo, como si el torbellino del activismo quisiera lanzarlo lejos de
la complacencia. Ante la costa horadada, me atravesaron las saetas del
mar. El mainstream, la corriente del Golfo. Ahora, de vuelta al río,
evoco el rumor del enjambre y la soledad del único pelícano de mi
playa.