A la memoria de Francisco Canto Nores,
jueves, 31 de julio de 2008
Jean Laffite, último pirata varado en la mar de Sagua la Grande
A la memoria de Francisco Canto Nores,
jueves, 24 de julio de 2008
Insólito retrato de Mary Truck
domingo, 20 de julio de 2008
La cofradía de Bomarzo
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¿Quién fue Pier Francesco Orsini, duque de Bomarzo? La pregunta remite a un universo de desdoblamientos: fue un aristócrata renacentista, un asesino, el jorobado ridículo que sus hermanos hermosos escarnecían, el extraño escarnecedor del tiempo, el mago, el constructor de un tortuoso jardín sembrado de marcas esotéricas.
domingo, 13 de julio de 2008
Una Inmaculada. Cornejo y Aldo Manucio
Las personas ó corporaciones que deseen ver dicha imagen y tratar su ajuste, se servirán pasar á la casa núm. 59 calle de San Ignacio, ó á la de Aguiar núm. 106. Las cartas del interior de la Isla sobre el mismo particular, podrán dirigirse tambien á dichos puntos.
domingo, 6 de julio de 2008
Poesía en la picota. Pálida sombra de la Avellaneda
A Gertrudis Gómez de Avellaneda (Puerto Príncipe, 1814-Madrid, 1873) le ha correspondido un singular destino: en ningún modo olvidada, convertida en leyenda por lo novelesco de su biografía, con rango de literata mayor, se le escatiman lecturas en nuestros días; se le trata como a una antigualla. De su novela "Sab" se dice que es la primera pieza narrativa de intención abolicionista -sin constituir una obra de tesis- que se escribió en el siglo XIX; el soneto "Al partir", escrito al momento de emigrar a España, ha sido antologado entre las mejores poesías cubanas de todos los tiempos. Estas virtudes otorgadas por el tiempo y sus consecutivas revisiones, sin embargo no han bastado para garantizar lectores a la Avellaneda, y si lo avellanedino se disuelve en una retórica de sabor algo añejo en lo que concierne a su poesía, según la opinión consensuada de todos sus críticos, ¿cómo leerla sin el prejuicio de lo escrito al cabo de 135 años?
Primero escuché hablar del carácter singular de Tula, sus arrestos de mujer impetuosa y los inevitables infortunios, sin haber leído todavía sólo un verso suyo. Sus dotes poéticas han sido puestas en la picota del siglo retórico que reverenció la herencia de Meléndez y Quintana. José María Chacón y Calvo se muestra inapelable en este punto: "Es menester que se diga de una vez y con voz alta: la verdadera Avellaneda, la Avellaneda de la posteridad, está reducida a una corta serie de composiciones..." Max Henríquez Ureña, minucioso historiador de las letras cubana, es categórico: "su poesía ha envejecido con el tiempo".
La historia de la literatura, disciplina siempre errática, ha situado a la Avellaneda en un paradójico enclave: cubana por nacimiento y convicción, pero reclamada por los españoles desde Menéndez y Pelayo hasta nuestros días; romántica contumaz de la casta de Lamartine y Chateaubriand, a la vez que retórica aficionada a la pompa de Gallego y Quintana. Así se refugia la Avellaneda en un ambiguo predio literario y geográfico que casi le cuesta la posteridad, aunque las peripecias de su vida tengan rango de leyenda.
Mi interés por Tula es reciente. Apenas ha transcurrido una semana desde que encontré en la "Noche de los Libros", pequeña feria de verano que se celebra en algunas ciudades cubanas, un tomo de la célebre correspondencia de la poetisa con Ignacio de Cepeda (Cartas desde la pasión, Colección Voces, Editorial Letras Cubanas, s/a). Lo he leído con el gozo afiebrado de los descubrimientos.
Los amores de Gertrudis y Cepeda son tal vez el episodio más alto de la leyenda de Tula. En estas cartas puede beberse mejor que en "Munio Alfonso", "Espatolino" y "La baronesa de Joux" -obras famosas de la Avellaneda- lo que tiene de imperecedero el porte de esta mujer dotada para experimentarlo todo sin medianías como no lo hubiera soñado nunca, ni de pasada, Madame Staël, una de sus escritoras admiradas.
En su epistolario, pudiera parecer que Tula decae en los sitios comunes del romanticismo; si lo hace -pienso yo- es absolutamente orgánica y nunca suena a pose. Veamos un pasaje de la carta fechada en Sevilla el 15 de abril de 1840, que señala uno de los giros en el tono de la correspondencia, un ajuste de tono alusivo a los vaivenes de su relación con Cepeda:
En la separación acaso eterna a que pronto nos veremos condenados, será para mí un consuelo recibir algunas cartas de usted y dirigirle las mías; pero es preciso para que esta correspondencia esté exenta de inconvenientes determinar su naturaleza, amigo mío. Nuestras cartas serán las de dos amigos, no amigos como lo hemos sido en algún tiempo, porque aquella amistad era una dulce ilusión; la de ahora será más sólida porque no será hija del sentimiento, que antecede al amor, serálo, sí, de aquel que sobrevive a él, y que se funda precisamente sobre sus desengaños. No sé si hablaría así otra mujer en mi posición con respecto a usted; pero ya he dicho mil veces que no pienso como el común de las mujeres, y que mi modo de obrar y de sentir me pertenece exclusivamente.
Usted me ha dicho, juzgándome por ajenas opiniones, que soy inconstante, y yo, sin negar que en cierto modo merezco este nombre, me atrevo a asegurar a usted, con la franqueza que me caracteriza, que no lo he sido nunca con usted, ni podré serlo en ninguno de los afectos que justa y profundamente haya sentido mi corazón. Pero soy, como ya le he dicho a usted, incapaz de imponer cadenas al sentimiento más espontáneo y más independiente, ni de admitir como amor todavía lo que ya no es más que el esfuerzo de un corazón noble y agradecido que quiere engañarse a sí mismo. !Cuán poco me conoces, Cepeda, si has pensado un momento que podía yo imitar a aquellas que cuando cesan de ser amadas aún quieren oprimir con el peso de su cariño! Porque el amor que ya no se participa no es un bien; no, es un mal, una tiranía.
Con el espíritu de su siglo, la Avellaneda, contumaz romántica, anticipa convicciones que aún no exhibirán en su discurso escritoras muy posteriores; se convierte ella misma en heroína novelesca de raro carácter, dispuesta a encarar al hombre con una plenitud de alma que ninguno de sus amantes pudo corresponder: a todos empequeñeció su timbre lapidario y el fuego de su palabra. Hasta Martí quiso verle algo viril ("No hay mujer en Gertrudis Gómez de Avellaneda: todo anunciaba en ella un ánimo potente y viril; era su cuerpo alto y robusto, como su poesía ruda y enérgica; no tenían las ternuras miradas para sus ojos, llenos siempre de extraño fulgor y de dominio: era algo así como una nube amenazante. Más: la Avellaneda no sintió el dolor humano: era más alta y más fuerte que él; su pesar era una roca...") sin notar que aquel siglo no estaba preparado para ella, que como no la aceptaron en la Real Academia Española, tampoco podrían aceptarla como la transgresora madre soltera que fue, como la amante del ingrato Tassara y enamorada empedernida de Cepeda, los hombres que no la merecieron.
Sin menospreciar su producción teatral y novelística, en las cuales hay risa y lágrimas todavía para el que pueda separar las esencias de lo contingente, ha de quedar la Avellaneda epistológrafa, la autora de esos textos tan compenetrados con su drama y, por ende, auténticamente sobrecogedores. En cuanto a su poesía, hay páginas que se salvarán siempre, pese al juego oratorio y la estampa de ocasión. De sus cartas he tomado este soneto, destinado por ella a publicarse en "El Anfión Matritense". Lo he preferido a otras piezas más conocidas porque es muy afín a la indagación sobre el tiempo pasado y la memoria, y contiene además una hermosa apelación al olvido, cualidad tan misteriosa, al menos en poesía, como el don de recordar.
¿Serás del alma eterna compañera,
Memoria triste de fugaz ventura?
¿Por qué el recuerdo interminable dura
Si fue la dicha ráfaga ligera?...
Tú !negro olvido! que con hambre fiera
Abres para el amor tu boca oscura,
De glorias mil inmensa sepultura
Y del dolor consolación postrera;
Si a tu extenso poder ninguno asombra
Y al orbe riges con tu cetro frío,
!Ven!, que su Dios mi corazón te nombra.
Ven, y devora este fantasma impío,
De pasado placer pálida sombra,
De placer porvenir nublo sombrío.