Nadie sonríe en las fotos de la viuda de Rom. Los clientes vienen persuadidos de que posan para un ojo eterno. La fotógrafa se permite alguna coquetería cuando enfoca a un hombre apuesto. Abroche solo el primer botón –recomienda sin sostener la mirada del retratado y esconde su fingido rubor detrás de la ingeniosa máquina. La suya era una viudez juvenil y forzosa; su oficio, infrecuente en una dama finisecular, la hizo independiente y segura de sí. Muchos la tenían por extravagante.
La foto apareció en un cajón olvidado. Nadie puede decirme de quién se trata; los que supieron de él también han muerto. ¿Tatarabuelo o tío remoto? ¿Acaso novio de alguien? ¿Y a dónde mira con esa certeza afín a algunos muertos rotundos? ¿Cómo podía mirar con tal firmeza a un punto ignoto –a una extraña mancha de humedad premonitoria- si todavía respiraba cuando se hizo retratar por Clara García de Bravo? ¿Previó esta frágil eternidad garantizada por un cartón al fondo y la gran viñeta de la Fotografía Eléctrica?
Él es mi antepasado. Me inquieta no conocer su nombre y haber hallado, contra toda previsión, su imagen ensimismada. Su oreja es la mía. Oigo -tan nítido como él oía- el rumor de los transeúntes por la calle de Colón. Asisto, con él, a una suerte de siglo XIX perviviente.
Voy siendo cada vez más interrogativo. Mis indagaciones se pueblan de preguntas hirsutas como árboles. El vacío lo salvo con intuiciones; otros las considerarán invenciones. No discuto. Sé que luego la viuda se yergue:
-El retrato está listo –comunica, impertubable, y camina hacia él. Ahora, desnúdese.
ojalá supieras cuanto te extraño..al menos platicar contigo..
ResponderEliminarLo que más me llama la atenci{on de este tipo de fotos, es la mirada, esa mirada al hacia el lado y vacia...
ResponderEliminarSeguramente un lindo recuerdo
Saludos desde Chile
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