En el espejo hay un adolescente. Soy yo, malgré moi.
Mi difunto profesor de geografía los llamaba “gente ce”. Son aquellos –explicaba poseído de su ingenio- cuyas edades terminan en “ce”: once, doce, trece… Gente Ce también era un club de geógrafos aficionados donde a mí me tocaba describir siempre el curso del río Sagua la Grande, desde la Sierra Alta del Agabama hasta los embalses Arroyo Grande Uno y Dos, Palmarito –que no aparecía en los mapas de la era soviética pero ya estaba por ahí, en algún lado- y Alacranes, el segundo de Cuba. (Cuando no se puede ser el primero se tiene orgullo en ser segundo; bien lo saben los sagüeros, que se jactan de vivir en la segunda ciudad de la provincia.) Tan minucioso era mi recuento –metro a metro- que el río en lugar de parecerme símbolo fluyente, como a Heráclito, sólo me devuelve una imagen adolescente. Soy Narciso, el adolescente contemplativo.
Antes a mí me encantaba enfermarme. De cualquier cosa. Si la fiebre se porta benévola se siente una calidez honda, unas ganas de ovillarse como gato, y un dolor en las articulaciones que no duele sino complace. Me han dicho que es un disparate que yo afirme que el sexo con alguna fiebre sea como un asado común que de pronto un chef genial adereza con una especia exótica. Se lo pierden. Y conste que sobre este punto se han burlado de mí algunos presuntos gourmets del sexo. En fin, que siempre he sido un adolescente afiebrado, y me encantaba enfermar para obligar a mi hermana menor a leerme algún cuento de Gianni Rodari y a fingir que era mi hermana mayor. Es que sólo tengo una hermana, ¿ya? Lo mejor de la temporada de fiebres, empero, no eran los cuentos. Mi mamá había legislado desde tiempos inmemoriales que los hijos enfermos dormirían con ella, a su cuidado. Me encantaba usar ese privilegio, casi feudal, de mudar a mi papá de cama. Soy el adolescente inveterado que hubiera querido restituir esa fenecida costumbre durante el episodio de gripe de esta semana.
Me evoco ahora en el cumpleaños de Yensy Saint Jago, codiciando los auténticos adornos de vidrio de su arbolito de navidad. Eran la moda reciente de entonces, cuando se bailaba “La Macarena”. Yensy, retadora, había colectado entre las viejas del barrio algunas bolas agrietadas en el escaparate hermético de la antinavidad. La envidiaba el adolescente envidioso, que en verdad tenía su propia cuota de adornos aportada por las abuelas. No fue culpa de él, sino de “La Macarena”: la bola insignia, al centro del matojo, se zafó de su rama. La fiesta de Yensy Sant Jago se hizo añicos. Ojalá Yensy me lea sin rencor, ahora que se hace llamar Yensy Smith y compone sus árboles con las bolas irrompibles de otra parte.
Escribo después de la medianoche; me doy ese lujo de adolescente. El espejo, entre sombras, parece un retrato animado. Soy el adolescente Dorian Gray, siempre a pesar mío. Alguien advierte un halo de este lado de la casa y viene renqueando con una linterna a recordarme que son las tres de la madrugada. Mi papá, ex profesor de ajedrez, ejerce su frustrado oficio de acomodador de sala cinematográfica. Son las tres. Lo sé: Sonia Suárez, en el pasillo de al lado, empezó a romper cocos. Quisiera poner una onomatopeya aquí, pero eso le infligiría un rasguño de rodilla adolescente al texto. Además, nadie imaginará qué se siente. Soy un adolescente de Kandahar.
Dentro de un mes –el 8 de noviembre- cumpliré veintisiete años. Ayer me dijeron que aparento menos –me lo dijo un adolescente- pero no sé si atribuirlo a mi apariencia juvenil o a ciertas circunstancias que hacen de mí un adolescente forzoso: vivir en la casa de mis padres, dormir en la cama de mi infancia, fingir que mis necesidades afectivas y eróticas no existen, etcétera…
La Sant Jago y yo planeábamos casarnos, enviar a mis padres a un asilo para ancianos prematuros, cambiar el mobiliario, hacernos llamar don y doña. Fue un delirio adolescente, previo a su investidura como señora de Smith. Planificábamos dar gritos de independencia –gritos literales- que anularan a Yara, Dolores, Baire e Ipiranga. ¡Ay Yensy, qué de gritos tardíos, qué extemporánea –y ridícula- se me torna la adolescencia inveterada…!
Amanece por fin, y me duermo en el país de los muñecos de palo con la fiebre floreciendo, a mi pesar, en la frente de mi país.
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Foto: MGV, por él mismo, en agosto de este año.
Mi difunto profesor de geografía los llamaba “gente ce”. Son aquellos –explicaba poseído de su ingenio- cuyas edades terminan en “ce”: once, doce, trece… Gente Ce también era un club de geógrafos aficionados donde a mí me tocaba describir siempre el curso del río Sagua la Grande, desde la Sierra Alta del Agabama hasta los embalses Arroyo Grande Uno y Dos, Palmarito –que no aparecía en los mapas de la era soviética pero ya estaba por ahí, en algún lado- y Alacranes, el segundo de Cuba. (Cuando no se puede ser el primero se tiene orgullo en ser segundo; bien lo saben los sagüeros, que se jactan de vivir en la segunda ciudad de la provincia.) Tan minucioso era mi recuento –metro a metro- que el río en lugar de parecerme símbolo fluyente, como a Heráclito, sólo me devuelve una imagen adolescente. Soy Narciso, el adolescente contemplativo.
Antes a mí me encantaba enfermarme. De cualquier cosa. Si la fiebre se porta benévola se siente una calidez honda, unas ganas de ovillarse como gato, y un dolor en las articulaciones que no duele sino complace. Me han dicho que es un disparate que yo afirme que el sexo con alguna fiebre sea como un asado común que de pronto un chef genial adereza con una especia exótica. Se lo pierden. Y conste que sobre este punto se han burlado de mí algunos presuntos gourmets del sexo. En fin, que siempre he sido un adolescente afiebrado, y me encantaba enfermar para obligar a mi hermana menor a leerme algún cuento de Gianni Rodari y a fingir que era mi hermana mayor. Es que sólo tengo una hermana, ¿ya? Lo mejor de la temporada de fiebres, empero, no eran los cuentos. Mi mamá había legislado desde tiempos inmemoriales que los hijos enfermos dormirían con ella, a su cuidado. Me encantaba usar ese privilegio, casi feudal, de mudar a mi papá de cama. Soy el adolescente inveterado que hubiera querido restituir esa fenecida costumbre durante el episodio de gripe de esta semana.
Me evoco ahora en el cumpleaños de Yensy Saint Jago, codiciando los auténticos adornos de vidrio de su arbolito de navidad. Eran la moda reciente de entonces, cuando se bailaba “La Macarena”. Yensy, retadora, había colectado entre las viejas del barrio algunas bolas agrietadas en el escaparate hermético de la antinavidad. La envidiaba el adolescente envidioso, que en verdad tenía su propia cuota de adornos aportada por las abuelas. No fue culpa de él, sino de “La Macarena”: la bola insignia, al centro del matojo, se zafó de su rama. La fiesta de Yensy Sant Jago se hizo añicos. Ojalá Yensy me lea sin rencor, ahora que se hace llamar Yensy Smith y compone sus árboles con las bolas irrompibles de otra parte.
Escribo después de la medianoche; me doy ese lujo de adolescente. El espejo, entre sombras, parece un retrato animado. Soy el adolescente Dorian Gray, siempre a pesar mío. Alguien advierte un halo de este lado de la casa y viene renqueando con una linterna a recordarme que son las tres de la madrugada. Mi papá, ex profesor de ajedrez, ejerce su frustrado oficio de acomodador de sala cinematográfica. Son las tres. Lo sé: Sonia Suárez, en el pasillo de al lado, empezó a romper cocos. Quisiera poner una onomatopeya aquí, pero eso le infligiría un rasguño de rodilla adolescente al texto. Además, nadie imaginará qué se siente. Soy un adolescente de Kandahar.
Dentro de un mes –el 8 de noviembre- cumpliré veintisiete años. Ayer me dijeron que aparento menos –me lo dijo un adolescente- pero no sé si atribuirlo a mi apariencia juvenil o a ciertas circunstancias que hacen de mí un adolescente forzoso: vivir en la casa de mis padres, dormir en la cama de mi infancia, fingir que mis necesidades afectivas y eróticas no existen, etcétera…
La Sant Jago y yo planeábamos casarnos, enviar a mis padres a un asilo para ancianos prematuros, cambiar el mobiliario, hacernos llamar don y doña. Fue un delirio adolescente, previo a su investidura como señora de Smith. Planificábamos dar gritos de independencia –gritos literales- que anularan a Yara, Dolores, Baire e Ipiranga. ¡Ay Yensy, qué de gritos tardíos, qué extemporánea –y ridícula- se me torna la adolescencia inveterada…!
Amanece por fin, y me duermo en el país de los muñecos de palo con la fiebre floreciendo, a mi pesar, en la frente de mi país.
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Foto: MGV, por él mismo, en agosto de este año.
Hay una frase que utilizan mucho los chilenos para decir que algo es extraordinario, llevándola al lenguaje cubano sería algo así como, “apretaste”, “ñoooo esta escapao” y así algunas otras que mi “febril” memoria de Octubre no me permite recordar.
ResponderEliminarMe encanto este post tan “adolescente” y original, además de maduro.
Por eso que me perdonen nuestros coterráneos que te leen si le parece vulgar y negativa la frase chilena, pero así es Maikel, “La Cagaste”.
Gino.
Me encantó el chilenismo. Suena a expresión adolescentaria.
ResponderEliminarUn abrazo grande.
"El espejo, entre sombras, parece un retrato animado"
ResponderEliminar"nadie imaginará qué se siente"
"...circunstancias que hacen de mí un adolescente forzoso..."
"...fingir que mis necesidades afectivas y eróticas no existen..."
Realmente voy a tener que buscarme un desvelo por Sagua La Grande, de este tipo, para lograr escribir cosas como estas.
Aunque tenga cierto retiro (forzoso) de Internet, siempre trato de leerte; y hoy no me pude contener.
Saludos,
JB
[ElDuende] de AlasCUBA
Enhorabuena, Bousoño. Estabas perdido.
ResponderEliminar¿Por dónde andaba El Duende?
Querido Maykel, creo que esto que nos has contado hoy tiene un encanto adolescente, claro (Que estupidez acabo dee scribir pero no lo voy a borrar). Un par de cosas me han llamado la atención y es que yo piesno igual que tú respecto al sexo con fiebre, siempre que no sea con fiebre excesiva como la que he tenido esta semana, y no ha sido gripe lo mío. Y lo segundo que a pesar de mis 40 años yo también me siento adolescente en muchos aspectos. Algunos lo llaman inmadurez, menos
ResponderEliminarmal que mi psiquiatra no.
Muchos dicen que no aparento mi edad, pero no se si lo dirán como cumplimiento; tampoco dicen que parezca un adolescente, naturalmente. Creo que sentirnos adolescentes, en muchos aspectos es algo beneficioso. Mi mejor amigo, el que se me murió no hace mucho, era un adolescente, porque con diecinueve años todavía se adolece de muchas cosas, me hacía sentir muy joven, y eso que ya tenía mis treinta cumplidos. Compartir nuestras vidas con ellos nos hace volver a ver las cosas desde su punto de vista, sólo que nuestra experiencia nos obliga a estar por "encima" de ellos. ¡Pero se aprende tanto aún con ellos!
Sobre adolescente escribí no hace mucho un post. Por si te interesa:
http://dissortat.blogspot.com/2010/05/adolescentes-pero-tienen-mucho-que.html
Un fuerte abrazo adolescente, como no, que cuando se está malito siempre ayuda. ¡Cúrate esa gripe!
P.S.: valenciano es catalán pero hablado en Valencia.
Mi querido viajero voilà! Acá estoy! Andaba paseando en barca con Caronte, de acá para allá y viceversa, pero en ninguna parte me querían, así que no me quedó más remedio que regresar el reino de este mundo, con estigmas en las muñecas y los antebrazos, y en las piernas, ofrendas de sangre porque no aceptaban otra moneda que mi corazón y este estaba incompleto. Dicen que vivo aún una adolescencia eterna, eso dice mi Shamán, el Dr. Roca, al que me aferro por sun psicoanálisis Junguiano, freudiano y humano y es curioso como nos conectamos porque en su consulta de ayer hablamos de ello y las etapas en la vida. Más abajo te dejo un enlace con un resumen de estas etapas. El caso es que estoy de regreso, sanando. medicamento y artes, eso me han recetado los shamanes de la mente, y acá estoy, aprendiendo a tocar guitarra, recuperando mis girones ( que son también batallas) y feliz.
ResponderEliminarMe gustó verte frente al espejo y verte entrar en mi nueva casita del cambio. ¿ te gusta? Es un Todo ahora.
Te quiero, viajero... siempre
he vuelto!
http://planocreativo.wordpress.com/2008/08/04/erickson-y-la-busqueda-de-la-identidad-en-ocho-etapas/
Dissortat, ya había leído sobre la excursión.
ResponderEliminarTe confieso que ya quiero saber dónde queda el "Locus Ignorabilis"...
Gracias por el abrazo sanador. Espero que está semana la gripe me deje.
Libélula, si te montas con Caronte, me voy contigo; si un chamán te ofrece su receta de las metamorfosis, te doy la mía, de mi propio chamán nictálope...
ResponderEliminarTe extrañé mucho.
¿Ya te quedas, no?
Yo también te extrañé mucho mi nictálope, Caronte me enseñó muchas cosas. Por ahora me quedo, aún queda mucho por aprender y dar.
ResponderEliminarPásame tu receta por si me falla tu shaman-loquero, no sea que en el próximo cóctel de navajas, mis venas no resistan y me quede yo navengando en rojo para siempre.
te quiero.
fé de erratas: MI shamán-loquero
ResponderEliminarCreo haber dicho otras veces que en la niñez me propuse no ser nunca como esos señores adultos que me rodeaban y no perder jamás la espontaneidad ni la ternura descarada. En cambio, mi adolescencia la he olvidado; tal vez si me esfuerzo pueda recordar tropezones y confusión, aunque borrosamente. Me propuse ser niño siempre, desde luego, sin dejar de ser un ancianito, que es la etapa de la vida en la que nací. Y mis mejores amigos siempre han sido ancianos de la edad extrema; tanto, que algunos se me han ido muriendo.
ResponderEliminarSi te gusta ser adolescente, Maykel, sea. Cómo vivir sin que el tiempo nos robe nada ha sido, para mí, la cuestión. Aunque, claro, la solución no estaba en renunciar uno mismo a todo.
Desde un surrealismo a otro, un abrazo muy fuerte, Maykel.
Ahí está el problema, Francisco, que no sé si me gusta ser adolescente. Y si me gustara, tampoco sería el adolescente que soy.
ResponderEliminarYo también he estado viejo siempre. Fidelina Hernández Morilla, que era septuagenaria cuando yo estudiaba en la secundaria, me dijo que era increíble cómo se me notaba el hastío de vivir.
Qué bueno que pasaste a saludar...
es prematuro pero no quiero deja de hacerlo...es pronto para decir que aún me soprendes, pero te lo digo..(El espejo, entre sombras, parece un retrato animado. Soy el adolescente Dorian Gray...)sabías que es mi escritor favorito?...es pronto para decirlo pero te lo digo...me encantó
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