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Mientras indagaba sobre los intérpretes de “La flauta mágica” mozartiana en ocasión de su reciente estreno por el Teatro Lírico Nacional de Cuba, he descubierto el portento de una diva extraordinaria: Florence Foster Jenkins (1868-1944), la peor soprano operística de todos los tiempos. Reí al escucharla; la flagrante tomadura de pelo hace sospechar un gran sarcasmo, como si en burlar al público filisteo se esforzara la cantante. Pero el sentido de la comedia es en realidad trágico: Florence Foster creía en su papel, desconocía sus límites, padecía el espejismo megalómano del genio incomprendido; se consideraba a sí misma otra Luisa Tetrazzini. El caso a primera vista parece insólito y patético: el extravío de alguien con una voluntad infinita que ha emprendido el camino del equívoco. Después de reflexionar he venido a pensar lo contrario. Si Florence la Impostora se creyó de veras una gran artista nunca hubiera podido perdonarse sus atuendos emplumados, el halo de privilegio que atribuía al otorgamiento de invitaciones para sus conciertos, y más que todo, aquella manera suya de graznar las coloraturas de Lakmé y la Reina de la Noche. Florence Foster Jenkins perseveró en el error de desconocerse con una obsesión que me asusta. Al menos fue divertido que amara coronarse diva de ópera. Es inevitable pensar, con temor, en cada “Florence Foster” que nos obsequian hoy mismo su arte desde la oratoria, el periodismo, la literatura y la política. Para ellos, Florence la Venerable debe figurar en cada altar como diosa tutelar.
Mientras indagaba sobre los intérpretes de “La flauta mágica” mozartiana en ocasión de su reciente estreno por el Teatro Lírico Nacional de Cuba, he descubierto el portento de una diva extraordinaria: Florence Foster Jenkins (1868-1944), la peor soprano operística de todos los tiempos. Reí al escucharla; la flagrante tomadura de pelo hace sospechar un gran sarcasmo, como si en burlar al público filisteo se esforzara la cantante. Pero el sentido de la comedia es en realidad trágico: Florence Foster creía en su papel, desconocía sus límites, padecía el espejismo megalómano del genio incomprendido; se consideraba a sí misma otra Luisa Tetrazzini. El caso a primera vista parece insólito y patético: el extravío de alguien con una voluntad infinita que ha emprendido el camino del equívoco. Después de reflexionar he venido a pensar lo contrario. Si Florence la Impostora se creyó de veras una gran artista nunca hubiera podido perdonarse sus atuendos emplumados, el halo de privilegio que atribuía al otorgamiento de invitaciones para sus conciertos, y más que todo, aquella manera suya de graznar las coloraturas de Lakmé y la Reina de la Noche. Florence Foster Jenkins perseveró en el error de desconocerse con una obsesión que me asusta. Al menos fue divertido que amara coronarse diva de ópera. Es inevitable pensar, con temor, en cada “Florence Foster” que nos obsequian hoy mismo su arte desde la oratoria, el periodismo, la literatura y la política. Para ellos, Florence la Venerable debe figurar en cada altar como diosa tutelar.
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(Para los curiosos y probables admiradores, he aquí una de las grabaciones de la diva: "Der Hölle Rache", el aria de la Reina de la Noche).
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Maykel, qué cosas descubres. He escuchado entera la grabación, con placer. Es la primera Reina de la Noche humana que conozco. Podrá decirse que adolece de falta de técnica y de facultades, pero lo suple con la expresión. Otros sientan vergüenza ajena, que yo considero a la cantante demasiado cercana a mis "talentos" como para que no la aprecie.
ResponderEliminarUn abrazo. ¡Gracias!
Tienes razón: es humana hasta las lágrimas. Tal vez se sabía perfectible y aspiraba a la superación de sí misma. Tal vez sólo gozaba un poco de la representación, del excéntrico personaje que era...
ResponderEliminarLa Reina de la Noche puede parecer monstruosa y sobrehumana; yo también lo creo. Pero es muy humano eso de intentar lo sobrehumano. Ese gesto pomposo define a la humanidad.
Gracias a ti, Francisco, por la reflexión.
Pues a mi me gusta Jenkins...se atreve a lo que pocos..
ResponderEliminarSi sabía lo que hacía,me parece bien: quería medir los límites de la hipocresía humana.
Si no lo sabía,correcto también:"una mentira que te haga feliz,vale más que una verdad que te amarga la vida" ..Besos,Nictálope =)
Prefiero la primera opción. Es que siempre me ha sobrecogido la posibilidad del autoengaño, que nunca es deliberado y te consagra como víctima, aunque no sepas bien de qué...
ResponderEliminarPero dices bien: Jenkins es genial en su cacareo de Mozart. A su manera, también se le siente sobrehumana.
En mi apurado "descubrimiento" de Jenkins me faltó decir algo: que está viva, en Cuba por supuesto, en Sagua la Grande. Se llama ahora Antonia Dueñas y ofrece recitales mensualmente en la sala de conciertos del Museo de la Música "Rodrigo Prats". Todos están invitados.
Estoy de regreso mi viajero! Feliz de tantas buenas noticias en este templo nocturno donde paseas con la palmatoria de tus ojos.
ResponderEliminarFoster Jenkis... canto muy parecido a ella. Quizás la Jenkis hizo el embrujo de Cortázar.. Aquél para aprender a cantar. Yo también lo hice, sólo que no tuve valor para romper todos los espejos, sólo los de agua.
INSTRUCCIONES PARA CANTAR
Julio Cortázar en "Historias de Cronopios y Famas.
Empiece por romper los espejos de su casa, deje caer los brazos, mire vagamente la pared, olvídese. Cante una sola nota, escuche por dentro. Si oye (pero esto ocurrirá mucho después) algo como un paisaje sumido en el miedo, con hogueras entre las piedras, con siluetas semidesnudas en cuclillas, creo que estará bien encaminado, y lo mismo si oye un río por donde bajan barcas pintadas de amarillo y negro, si oye un sabor de pan, un tacto de dedos, una sombra de caballo.
Después compre solfeos y un frac, y por favor no cante por la nariz y deje en paz a Schumann.
Pues me obligas a recordar que a veces canto en el baño, como tantos devotos de la fórmula de Cortázar...
ResponderEliminarDefinitivamente entonces demos vivas a la Jenkins.
¿Quién no ha nunca cantado para sí?