La RCA Victor hizo publicar hacia 1925 un catálogo de las óperas grabadas en sus placas por las estrellas primo cartello de entonces. En El libro victrola de la ópera –que así fue titulada la compilación- figuran Nellie Melba, Luisa Tetrazzini, Geraldine Farrar, Enrico Caruso, Ernestine Schumann-Heink, et al, fotografiados cada uno según la encarnación escénica que los hiciera célebre: Tetrazzini, muy abundante de carnes, metida en el ropón de dormir de Lucia di Lammermoor; Caruso, de mostachos y espada a la cintura, héroe romántico al estilo de Ernani; Geraldine, con desenfado en el cuerpo de Manón, fue la única beldad de aquellos escenarios… Hay en la nómina, sin embargo, otra mujer que magnetiza. Ataviada exóticamente de Lakmé, con una nariz sobresaliente que no disminuye esa elegancia suya, tan orgánica y natural, me observa Amelita Galli-Curci. Poco antes de dar con este libro en la biblioteca de Conrado Morales, kapellmeister sagüero, mi amigo Diego V. -snob, diletante-, había mencionado ya en cierta divagación de tono operático, no sólo por el tema, sino también por las inflexiones, la existencia de una “maravillosa galigurchi”, “diva de los tiempos ingenuos”, “cuando iban multitudes a la ópera”, etcétera… V. casi siempre es prolijo en los temas que le apasionan.
-Ah, Diego –interrumpí- suelta la prenda y déjame oír a la galiburchi…
-No, no –los diletantes pueden ser muy egoístas con sus hallazgos, lo sé, aunque V. parecía lamentarlo-. Disculpa –se encogía de hombros- pero la última vez que la presté no me la devolvieron y ahora mismo ni sé quién anda con el disco, un original, por cierto –especificó al final. Ah, Diego, pero no cambias. Prefieres un canje. No te gastas una filantropía, un gesto de verdadero desinterés conmigo. Ah, pero qué esquiva eres, Galli-Curci…
En un archivo de grabaciones históricas muy abundante en fonogramas de la Victor, encontré por fin a la célebre soprano con arias de Bellini, Gounod, Donizetti y Verdi. De la sugestión por un nombre, pasé a la reverencia: Amelita Galli-Curci, milanesa radicada en los Estados Unidos, estrella de la Metropolitan Opera House, fue una soprano de increíble porte, airosa intérprete de las arias más laberínticas del bel canto; una excelente actriz, además, en la consideración de sus contemporáneos. A causa de su leyenda de chica descubierta por el azar de una visita de Mascagni, soprano autodidacta que solía grabarse a sí misma para verificar la técnica que iba adquiriendo, diva, en fin, condenada por la enfermedad que estropeó su voz, surgió un texto de tramoyas operísticas que fue inevitable repartir en actos, cual representación; en sus últimas consecuencias, es mi argumento para un remake sobre la gloria y el eclipse de la cantante; otra vez, se trata de un argumento pertinaz de mi nostalgia.
A estas alturas, Amelita parecía perseguirme desde su olvidado pedestal: en la cubierta de Los misterios de la ópera, volumen de Roberto Méndez, Galli-Curci en la escena de la locura de Lucia; la conversación con Diego, a veces circular, hace emerger otra vez el diagnóstico de la tiroides y la consecuente mudez de la cantante; en un libro de Enrique Río Prado que, por casualidad –ahora ya lo dudo- encontré en una librería pequeña de Santa Clara, me entero finalmente de su presencia en Cuba, durante el apogeo de su arte, cuando fue contratada por la Ópera de Bracale. (Amelita Galli-Curci en Cuba, eso oigo; ahora sé que me persigue hasta la misma isla de mi tedio; desde la ventana la veo pasar, a bordo de un ford, la nariz alzada, sempre libera…)
Tengo una sospecha. A Sagua vinieron todos los virtuosos del siglo XIX. Aquí se presentaba la Compañía de Ópera de Napoleone Sieni; en 1893 actuó Salud Othon, a quien el mexicano Gutiérrez Nájera dedicara una graciosa crónica. ¿Y Galli-Curci?
Primo –el kapellmeister es mi pariente- ¿sabe algo de la presentación en Sagua de cierta Amelita Galli-Curci, una soprano vetusta?
A Conrado le hace gracia. –No, hijo –está a punto de reírse, no sé si por el apellido de la dama o por mi insólita pesquisa-. Se manejan los nombres de Brindis de Salas, Lico Jiménez, José White, Ignacio Cervantes. Todos estuvieron en Sagua. Hasta sale a la palestra una olvidada soprano, María de Klaus, acompañada por el pianista Giovanni Galvani. ¿Y Galli-Curci?
Ayer recibí la respuesta. La debo, como tantas referencias sobre los anales teatrales, al investigador Enrique Río Prado, que este año publicará un estudio sobre los empresarios italianos en Cuba. Amelita Galli-Curci, pagada por Bracale, actuó en el Gran Teatro Santos y Artigas, luego Principal, de la entonces muy melómana villa de Sagua la Grande. Hipólito Lázaro, rival de Caruso, compartió la escena.
La encontré; mejor, ella me ha encontrado a mí. En un recodo penumbroso de las cercanías del teatro, en mi propia ciudad, huida de los atrezzos, sin el traje de Lakmé, casi de incógnito me espera en 1916, a espaldas de la multitud que pugna por oírla, Amelita Galli-Curci.
-Ah, Diego –interrumpí- suelta la prenda y déjame oír a la galiburchi…
-No, no –los diletantes pueden ser muy egoístas con sus hallazgos, lo sé, aunque V. parecía lamentarlo-. Disculpa –se encogía de hombros- pero la última vez que la presté no me la devolvieron y ahora mismo ni sé quién anda con el disco, un original, por cierto –especificó al final. Ah, Diego, pero no cambias. Prefieres un canje. No te gastas una filantropía, un gesto de verdadero desinterés conmigo. Ah, pero qué esquiva eres, Galli-Curci…
En un archivo de grabaciones históricas muy abundante en fonogramas de la Victor, encontré por fin a la célebre soprano con arias de Bellini, Gounod, Donizetti y Verdi. De la sugestión por un nombre, pasé a la reverencia: Amelita Galli-Curci, milanesa radicada en los Estados Unidos, estrella de la Metropolitan Opera House, fue una soprano de increíble porte, airosa intérprete de las arias más laberínticas del bel canto; una excelente actriz, además, en la consideración de sus contemporáneos. A causa de su leyenda de chica descubierta por el azar de una visita de Mascagni, soprano autodidacta que solía grabarse a sí misma para verificar la técnica que iba adquiriendo, diva, en fin, condenada por la enfermedad que estropeó su voz, surgió un texto de tramoyas operísticas que fue inevitable repartir en actos, cual representación; en sus últimas consecuencias, es mi argumento para un remake sobre la gloria y el eclipse de la cantante; otra vez, se trata de un argumento pertinaz de mi nostalgia.
A estas alturas, Amelita parecía perseguirme desde su olvidado pedestal: en la cubierta de Los misterios de la ópera, volumen de Roberto Méndez, Galli-Curci en la escena de la locura de Lucia; la conversación con Diego, a veces circular, hace emerger otra vez el diagnóstico de la tiroides y la consecuente mudez de la cantante; en un libro de Enrique Río Prado que, por casualidad –ahora ya lo dudo- encontré en una librería pequeña de Santa Clara, me entero finalmente de su presencia en Cuba, durante el apogeo de su arte, cuando fue contratada por la Ópera de Bracale. (Amelita Galli-Curci en Cuba, eso oigo; ahora sé que me persigue hasta la misma isla de mi tedio; desde la ventana la veo pasar, a bordo de un ford, la nariz alzada, sempre libera…)
Tengo una sospecha. A Sagua vinieron todos los virtuosos del siglo XIX. Aquí se presentaba la Compañía de Ópera de Napoleone Sieni; en 1893 actuó Salud Othon, a quien el mexicano Gutiérrez Nájera dedicara una graciosa crónica. ¿Y Galli-Curci?
Primo –el kapellmeister es mi pariente- ¿sabe algo de la presentación en Sagua de cierta Amelita Galli-Curci, una soprano vetusta?
A Conrado le hace gracia. –No, hijo –está a punto de reírse, no sé si por el apellido de la dama o por mi insólita pesquisa-. Se manejan los nombres de Brindis de Salas, Lico Jiménez, José White, Ignacio Cervantes. Todos estuvieron en Sagua. Hasta sale a la palestra una olvidada soprano, María de Klaus, acompañada por el pianista Giovanni Galvani. ¿Y Galli-Curci?
Ayer recibí la respuesta. La debo, como tantas referencias sobre los anales teatrales, al investigador Enrique Río Prado, que este año publicará un estudio sobre los empresarios italianos en Cuba. Amelita Galli-Curci, pagada por Bracale, actuó en el Gran Teatro Santos y Artigas, luego Principal, de la entonces muy melómana villa de Sagua la Grande. Hipólito Lázaro, rival de Caruso, compartió la escena.
La encontré; mejor, ella me ha encontrado a mí. En un recodo penumbroso de las cercanías del teatro, en mi propia ciudad, huida de los atrezzos, sin el traje de Lakmé, casi de incógnito me espera en 1916, a espaldas de la multitud que pugna por oírla, Amelita Galli-Curci.
-
Hay un autor genial que se dedicó, como tú, a viajar desde el pasado y rescatar voces. Se llama Jorge Antonio González, tiene, entre otros un libro, "Óperas cubanas y sus autores". Sería interesante conseguirlo.
ResponderEliminarEstoy enfermo de Cuba gracias a ti y Cervantes y a un sueño que tuve anoche. Mi abuela Dora, que ya dejó su cuerpo, se me aparecía a la orilla de un río. Me decía que se iba para siempre. Le abracé llorando y se volvió un manojo de algas.
Sólo espero que no sean malas noticias de la Isla. Siempre que ella aparece nos quiere decir algo. Yo enterré mi tarot y me niego a las profecías.
Por suerte me escriben desde allá a diario, mi hermana, mi madre, y mi abuela que lo hace en papel porque dice que es donde quedan las memorias.
Memorias como esta, la de las voces que no todos olvidan, por suerte estás tú.
Agradecido por tantos regalos y perpetuando mis deudas.
Astro
Qué geniales descubrimientos,aquello de que todos los virtuosos del siglo XIX llegaron tan cerca de ti....En México llegaron a presentarse grandes leyendas de la ópera,como Tetrazzini y posteriormente Callas,cuyo episodio del Mi bemol no escrito por Verdi que incluyó en Aida es ya casi un mito...Puedes creer que no tengo ni un solo libro sobre ópera?!! Eres como un detective siempre tras el rastro de un pasado que te atrapa...
ResponderEliminarGenial tu manera de involucrarnos con las raíces, gracias,m encnatan esas anécdotas con aliento irreal de la cultura precedente en nuestar isla, un abrazo
ResponderEliminarLibélula, conozco del libro que mencionas, pero nunca he podido leerlo. Voy a indagar; tal vez aparezca. Aunque a mucha gente le parezca ahora mismo una insólita noticia, sí se escribieron óperas en Cuba, y muchas de esas óperas, sobre todo a partir de "Yumurí", de Sánchez de Fuentes, aspiraron a encarnar las esencias cubanas en sus argumentos dramáticos y musicales. Se habla de "La esclava" de José Mauri, como del momento culminante de esa voluntad cubana de escribir óperas. De todas, la que más afanes me suscita por el resultado estético que debió alcanzar es "Los días llenos", de Natalio Galán, con libreto de Antón Arrufat. No ha subido a la escena desde su estreno, creo, en 1966. Este Galán escribió un ensayo muy erudito -"Cuba y sus sones"- y me parece un músico muy competente.
ResponderEliminarMe he olvidado de contarles -con tanta prisa como a veces andopor aquí- que desde hace años escribo programas musicales para una emisora local; de ahí me viene la pasión por la música; ahí la he compartido con todos los que han querido oír.
Con ustedes, desde ahora, también comparto a Cervantes, la costumbre de las deudas, el pretexto para andar inquieto, por deudor moroso, y devolver con creces...
Noche, también estuvo Tetrazzini en La Habana por 1904. Me cuenta Enrique Río Prado que aquella temporada fue sonadísima. Callas no vino a Cuba -conozco, por Diego, el asombroso mi bemol- pero sí estuvieron en esta isla la Malibrán, la Patti, la Gazzaniga, Claudia Muzio, Elvira de Hidalgo, Renata Tebaldi, y otras que harían infinita la lista...
ResponderEliminarPor cierto, hoy escuché a una cubana sobresaliente, Bárbara Llanes; ya te contaré en detalle; tiene la mejor voz que se ha oído por décadas en este país ("hasta cuándo, María Remolá", ¿no es así, Astro?)
Noche, hasta yo, que no levanto los ojos de un montón de papeles amarillos, me asombro de los hallazgos. Un verdadero detective no debe perder la capacidad de asombrarse.
Vinieron todos esos virtuosos; unos por mar, cuando había vapores que entraban por el Undoso hasta la misma villa mediterránea; otros, con los violines a cuestas a bordo de los carros que surcaban el camino de hierro. Y así de aventureros son los episodios de esa novela del pasado nunca escrita en un solo volumen, sino fragmentada en legajos de otro tiempo, en programas de teatros desaparecidos, en libros que sólo alimentan a las polillas de anaquel, y a mí -jejej-, insecto insigne.
Todos los besos para ti...
(Creo que mi próxima entrada para esta penumbra será sobre una biblioteca: la mía. Prepárate para sorprenderte; será tu turno, otra vez.)
Yolanda, tienes razón... Jeje. Hay muchos pormenores irreales en mi cuento: Conrado, por ejemplo, no es kapellmeister sino director de la banda municipal de conciertos; Diego, por su parte, aunque se da cierta importancia con sus cosas, no es tan egoísta como lo pinto. El resto es cierto aunque parezca edulcorado; las fronteras entre ficción e historia son más inexactas de lo que se piensa: escribir la historia, desde Heródoto, siempre ha sido de alguna manera, llenar lagunas, completar el vacío, como quería Lezama...
ResponderEliminarNo sabes cuánto aprecio que me leas, que andes de ronda por acá. De verdad me siento muy alentado por ti a continuar hurgando...
Un beso de nictálope.
Por cierto, para el que llegue por acá, no la conozca y quiera pactar su propia cita con ella, aquí pueden descargar algunas arias por Amelita Galli-Curci:
ResponderEliminarhttp://www.archive.org/search.php?query=Amelita%20Galli-Curci%20AND%20mediatype%3Aaudio
Maykel Galli Curci:
ResponderEliminarRecuerda que te invité aformar parte del Cuba blogs club, alq ue ya te incluií. Por favor visita el blog de Yolanda para que tengas la idea. Y así nos interconectamos mejor. Recueradq ue se linkena los trabajos que a uno le llegeuen sin obligación ninguna ok
Sagua es una villa encantada, tu infinito manantial.
te quiere
reinaldo
Reinaldo, esa idea yo la acojo, no lo dudes... Porque viene de ti, y porque me parece excelente para dejarnos oír al unísono. Ya parecía dormida mi vocación coral, así que cuenta conmigo, meistersinger Reginald. En esta villa fluvial pondremos la nota líquida y haremos perfecto el concierto de los elementos que ya comenzó en la ígnea Santiago.
ResponderEliminarEsta es mi adhesión, y la firmo con la sonrisa leal de mis mejores noches,
M. Galli Curci
(jajajaj, solemne y definitivo, un abrazo mío para ti, polemista).
amigo mío
ResponderEliminarTengo tantas tareas cotidianas-alimentarias que hacer,tantos abrazos quedados en el tiempo, que robo al tiempo unos mioutos, porque así me lo merezco para encontrar este abrazo. Gracias. Estamos en el puente de comunicación. Y como su nombre es EL TRIUNFO.. pues ya sabemos.
Reginald Remedios te saluda