domingo, 2 de marzo de 2008

De las ruinas. Los cementerios bajo la maleza de la ciudad (II)






Ossa arida auditem verbum domine
Epígrafe en el frontón del Cementerio Católico de Sagua la Grande
(Libro de Ezequiel en La Vulgata)


En el Egipto de los faraones, según cuenta Heródoto, los muertos tenían su propio país en la ribera oeste del Nilo, la tierra de Osiris, donde se pone el sol. En Sagua los cuatro cementerios que han existido en dos siglos curiosamente fueron edificados en la misma disposición cardinal, al poniente, aunque la margen izquierda pertenece aquí a los vivos y ha sido siempre la más populosa. Se creería que fue una decisión signada por el afecto, un tácito culto a los muertos. Sin embargo, leyendo a Alcover y Beltrán (Historia de la Villa de Sagua la Grande y su Jurisdicción, volumen de 1905) nos enteramos de que los sagüeros mudaron sus antepasados cada vez más lejos hacia el oeste, precisamente porque les urgía habitar esos espacios, y los muertos tuvieron entonces que replegarse sobre la llanura, tomando distancia, trazando nuevas fronteras, plantando las cruces y epitafios donde los otros no tuvieran a la vista el testimonio de la propia extinción.

El primer cementerio estuvo según la tradición en el mismo sitio donde luego fue levantada la plaza de Isabel II, lo que sería el centro de la villa hacia 1830. El segundo, con permiso episcopal, veinte años más tarde ya venía quedando muy cerca del centro y entonces hubo que edificar un tercero, obra del gobernador Casariego, al fondo de la calzada de Concha, con nichos, pórtico, capilla y una cruz monumental. Esto acaeció hacia 1855. Aquí reposarían los fundadores sobrevivientes hasta la fecha, los famosos y los simples, y hasta algún transeúnte de paso, citado involuntariamente con la Muerte para la villa de Sagua la Grande en la segunda mitad del siglo XIX.




Los archivos parroquiales refieren el hábito de enterrar a los suicidas en las afueras, junto al camino; la prohibición inexorable de acoger judíos, musulmanes y chinos inconversos en la única tierra de los muertos. Una señora francesa de Nueva Orleans, Anaïs Bourdin, Vaugirard de soltera, consiguió nicho en los muros a la usanza del camposanto de Espada, primer cementerio moderno de Cuba; en cambio, Francisco Pobeda y Armenteros (1796-1881), fundador del romanticismo criollista, contertulio de Delmonte, sólo obtuvo unas varas de tierra, pobre poeta cuya tumba permanece perdida hasta hoy.


Unos ángeles mugrosos y la reina Oyá, dama reticente (nunca he sabido por qué la tradición afrocubana la asocia con la bondadosa Santa Teresita de Lisieux), algunos loas petró, Madame Brigitte y Baron Cimetiere, tienen dominio propio en el ecuménico territorio que es el cementerio. La ciudad de los muertos, tétrica y hacinada, siempre es hospitalaria. Thomas S. Eliot decía no saber que la muerte hubiese deshecho a tantos. Yo diría, ha socavado no sólo los cuerpos, también la memoria de los cuerpos, que es la única eternidad que hubiéramos podido desearles.

10 comentarios:

  1. Me ha gustado tu post. Lo cierto es que los cementerios tienen algo especial que no se puede explicar, a dos cuadras de mi casa habia uno y a mi hermano lo que mas le gustaba era ir a dormir la tarde, sobre la tumba de nuestro abuelo, lo unico decia es que era el unico lugar donde se sentia realmente solo, pero que esa soledad no tenia nada que ver con la soledad de abandono, aislamiento, desamparo o melancolia, todo lo contrario, era una soledad dulce, una soledad reconfortante, una soledad que quizas podia ser sinonimo de silencio, quietud, misterio, paz, sosiego, reposo.....

    ResponderEliminar
  2. yo solo veo una........... (foto)

    ResponderEliminar
  3. Subí las fotos otra vez, espero que ahora sí puedan verlas. Las hice una tarde de ocio, en el último cementerio de esta ciudad, erigido en 1914, donde reposan mis tatarabuelos, bisabuelos, todos los de mi estirpe. Fue Jueves quien suscitó la idea de escribir sobre los cementerios, y como yo siempre les había tenido afecto, y cada vez que visito una ciudad quiero conocer el postrer destino de sus habitantes, he aquí lo que salió.
    Dixi, eres bienvenida aquí. Lo que cuentas me ha pasado. Nunca he visto los cementerios como territorios enemistados con la vida, al contrario. Tuve un amigo que cuidaba este mismo que he fotografiado y siempre me habló con nostalgia de esa singular serenidad que se experimenta entre las tumbas.
    Otedette, dime si ves las fotos ahora...

    ResponderEliminar
  4. Gracias Maykel por tu bienvenida y gracias tambien por las fotos, son estupendas.
    Un abrazo

    ResponderEliminar
  5. Cuando vuelva a Cuba, te buscaré a ti y a tu memoria...
    ¡Gracias!

    ResponderEliminar
  6. Buen post :) Como amante de Lovecraft,la Noche y la soledad,es lógico que me agraden los cementerios.Cuando tenia unos 13/14 años recuerdo q me gustaba pasar algunas tardes allí,a pesar de no haber ningún familiar o conocido enterrado allí.Ahora hace tiempo que no voy,pero tus fotitos me han inspirado,espero en la semana ir y tomar tmb algunas fotos. :)

    ResponderEliminar
  7. Strange, enhorabuena por la inspiración, y déjame ver esas fotos.

    ResponderEliminar
  8. Jueves, ya te espero. Cuenta con esta memoria.

    ResponderEliminar
  9. Nos ha agradado mucho tu entrada,sobre todo la valiosa documentacion.Te invitamos a visitar nuestro blog "Imatges de pedra i silenci"esperando te guste tanto como a nosotros este.Esther iTony

    ResponderEliminar