María Zambrano, un secreto de las islas
(Sigamos hablando de España y de Cuba)
Para FMESMENOTA
Todos los iniciados tienen necesidad de una ciudad, de un lugar.
(Sigamos hablando de España y de Cuba)
Para FMESMENOTA
Todos los iniciados tienen necesidad de una ciudad, de un lugar.
A veces les es más necesario este lugar que la palabra.
M.Z.
M.Z.
En una carta a Virgilio Piñera, suscitada por la la decisión del escritor cubano de marcharse a la Argentina, más vital que La Habana en sus menesteres intelectuales, María Zambrano confesaba: “Yo he preferido estas islitas sin embargo o tal vez por eso mismo, pues el mejor europeo de hoy, es decir la mejor vocación europea, creo que es la de las catacumbas, y es desde luego la que yo tengo”. María entonces ya era la peregrina, la desterrada de España, la “misionera” que conoció Medardo Vitier. La Habana, San Juan de Puerto Rico, Morelia, Roma, La Piece. España siempre a la vista, pero intocada.
La disidente alumna de Ortega establecía relaciones muy especiales con los sitios que iba habitando compulsada por el imperativo de la raíz, la voluntad sedente de tener casa y patria. La Habana fue un sitio común, en el sentido retrospectivo, para la niña mediterránea que María fue una vez, un paisaje familiar, como le revela a su amigo Lezama en una evocación del primer encuentro: “En aquel domingo que le conocí, la sentí recordándomela, creía volver a Málaga con mi padre joven vestido de blanco –de alpaca- y yo niña en un coche de caballos. Algo en el aire, en las sombras de los árboles, en el rumor del mar, en la brisa, en la sonrisa y en su misterio familiar. Y siempre pensé que al haber sido arrancada tan pronto de Andalucía tenía que darme el destino esa compensación de vivir en La Habana tanto tiempo, pues que las horas de la infancia son más lentas. Y ha sido así. En La Habana recobré mis sentidos de niña, y la cercanía del misterio, y esos sentires que eran al par del destierro y de la infancia, pues todo niño se siente desterrado. Y por eso quise sentir mi destierro allí, donde se me ha confundido con mi infancia.”
María Zambrano llegó a La Habana por primera vez en octubre de 1936, año significativo, casi tanto como el de su regreso, 1939, que marca su ausencia de España hasta 1984. Sólo en La Habana vivió 14 años y aquí asistió a la germinación de un movimiento poético sin precedentes en la Isla, un renacer de la certidumbre de la historia encarnada en la poesía, como ella supo verlo con intuición órfica, propia de los que han vuelto del “descendimiento”, según una expresión muy suya, “los ínferos”. “Yo la figura de Orfeo, -dijo María una vez- más que verla, la siento. Orfeo es el mediador con los ínferos. (…) Yo no creo que se pueda ascender sin dejar algo abajo. Por eso he aceptado el escribir, y el hablar, y el vivir la Historia.”
De su afinidad con el pensamiento de Lezama y los origenistas, esos que creyeron “en su ciudad”, María Zambrano dio fe en un ensayo de 1948 que tituló significativamente “La Cuba Secreta”, un texto que contiene una sobrecogedora declaración de apego a la isla doliente, premonición además de su emerger, resurrecta, por la virtud de la poesía:
“El instante del nacimiento nos sella para siempre, marca nuestro ser y su destino en el mundo. Mas, anterior al nacimiento ha de haber un estado de puro olvido, de puro estar yacente sin imágenes; escueta realidad carnal con una ley ya formada; ley que llamaría de las resistencias y apetencias últimas. Desnudo palpitar en la oscuridad; la memoria ancestral no ha surgido todavía, pues es la vida quien la va despertando; puro sueño del ser a solas con su cifra. Y si la patria del nacimiento nos trae el destino, la ley inmutable de la vida personal, que ha de apurarse sin descanso –todo lo que es norma, vigencia, historia-, la patria prenatal es la poesía viviente, el fundamento poético de la vida, el secreto de nuestro ser terrenal. Y así, sentí a Cuba poéticamente, no como cualidad sino como substancia misma. Cuba: substancia poética visible ya. Cuba: mi secreto.
A esto no hace falta agregar nada, la poesía fecunda la historia, “la isla dormida comienza a despertar”, como profetiza María Zambrano a raíz de la publicación de la antología de los poetas origenistas “Diez poetas cubanos. 1937-1947”.
La viajera que transitaba con su bitácora turbia de la España humeante el océano de la historia, la desterrada, fue acogida por las islas hospitalariamente y fue aquí que asistió al acto germinativo de otras mieses, que vendrían a ser nuevo pacto entre los hombres y el tiempo. Y es entonces que María guarda para después estas palabras, que suenan como dichas hoy mismo: “la verdadera historia –interrumpida siempre hasta ahora, cierto es- no se ha cumplido todavía, pues apenas estamos en su dintel”.
La disidente alumna de Ortega establecía relaciones muy especiales con los sitios que iba habitando compulsada por el imperativo de la raíz, la voluntad sedente de tener casa y patria. La Habana fue un sitio común, en el sentido retrospectivo, para la niña mediterránea que María fue una vez, un paisaje familiar, como le revela a su amigo Lezama en una evocación del primer encuentro: “En aquel domingo que le conocí, la sentí recordándomela, creía volver a Málaga con mi padre joven vestido de blanco –de alpaca- y yo niña en un coche de caballos. Algo en el aire, en las sombras de los árboles, en el rumor del mar, en la brisa, en la sonrisa y en su misterio familiar. Y siempre pensé que al haber sido arrancada tan pronto de Andalucía tenía que darme el destino esa compensación de vivir en La Habana tanto tiempo, pues que las horas de la infancia son más lentas. Y ha sido así. En La Habana recobré mis sentidos de niña, y la cercanía del misterio, y esos sentires que eran al par del destierro y de la infancia, pues todo niño se siente desterrado. Y por eso quise sentir mi destierro allí, donde se me ha confundido con mi infancia.”
María Zambrano llegó a La Habana por primera vez en octubre de 1936, año significativo, casi tanto como el de su regreso, 1939, que marca su ausencia de España hasta 1984. Sólo en La Habana vivió 14 años y aquí asistió a la germinación de un movimiento poético sin precedentes en la Isla, un renacer de la certidumbre de la historia encarnada en la poesía, como ella supo verlo con intuición órfica, propia de los que han vuelto del “descendimiento”, según una expresión muy suya, “los ínferos”. “Yo la figura de Orfeo, -dijo María una vez- más que verla, la siento. Orfeo es el mediador con los ínferos. (…) Yo no creo que se pueda ascender sin dejar algo abajo. Por eso he aceptado el escribir, y el hablar, y el vivir la Historia.”
De su afinidad con el pensamiento de Lezama y los origenistas, esos que creyeron “en su ciudad”, María Zambrano dio fe en un ensayo de 1948 que tituló significativamente “La Cuba Secreta”, un texto que contiene una sobrecogedora declaración de apego a la isla doliente, premonición además de su emerger, resurrecta, por la virtud de la poesía:
“El instante del nacimiento nos sella para siempre, marca nuestro ser y su destino en el mundo. Mas, anterior al nacimiento ha de haber un estado de puro olvido, de puro estar yacente sin imágenes; escueta realidad carnal con una ley ya formada; ley que llamaría de las resistencias y apetencias últimas. Desnudo palpitar en la oscuridad; la memoria ancestral no ha surgido todavía, pues es la vida quien la va despertando; puro sueño del ser a solas con su cifra. Y si la patria del nacimiento nos trae el destino, la ley inmutable de la vida personal, que ha de apurarse sin descanso –todo lo que es norma, vigencia, historia-, la patria prenatal es la poesía viviente, el fundamento poético de la vida, el secreto de nuestro ser terrenal. Y así, sentí a Cuba poéticamente, no como cualidad sino como substancia misma. Cuba: substancia poética visible ya. Cuba: mi secreto.
A esto no hace falta agregar nada, la poesía fecunda la historia, “la isla dormida comienza a despertar”, como profetiza María Zambrano a raíz de la publicación de la antología de los poetas origenistas “Diez poetas cubanos. 1937-1947”.
La viajera que transitaba con su bitácora turbia de la España humeante el océano de la historia, la desterrada, fue acogida por las islas hospitalariamente y fue aquí que asistió al acto germinativo de otras mieses, que vendrían a ser nuevo pacto entre los hombres y el tiempo. Y es entonces que María guarda para después estas palabras, que suenan como dichas hoy mismo: “la verdadera historia –interrumpida siempre hasta ahora, cierto es- no se ha cumplido todavía, pues apenas estamos en su dintel”.
Maykel: te agradezco el artículo y la dedicatoria. No puedo escribir más ahora, pero no quería dejar de expresártelo. Un abrazo también para ti.
ResponderEliminarMaykel, hay una lista -me parece que interminable- de autores que yo no he leído y tú -he tenido que borrar el usted, que ya me había salido- sí. Para empezar, María Zambrano, de quien no sé nada, absolutamente nada. Al ver que vivió catorce años en La Habana, he sentido unas ganas grandes de leerla. Seguro que tú me podrás indicar por donde empiezo. A mí me apetecería, claro, por esa "Cuba secreta"; no sé si podré encontrarlo.
ResponderEliminarCuando viajé a Grecia sentí en el aire como si regresara a las tierras de mis abuelos, ya lo contaré algún día. Pero en Cuba sentí algo diferente, tal vez como si regresara a encontrarme con mi destino, y, como no acabo de cumplirlo, me duele. En la Habana se respira a veces algo que se siente como la huella de una España que en España ya no existe ni se puede imaginar y de la que ni siquiera queda ese pequeño rastro. Cuando se contempla los sillares y el aparejo de los muros del Palacio de los Capitanes Generales, frente al adoquinado de madera, que evita cualquier ruido molesto al paso de los carruajes, en la Plaza de Armas, una España antigua se detecta, no sé si la de Weiler o cuál, pero en cualquier caso una que acaba allí y que cierra el ciclo que comienza con otro palacio, el de Carlos V en Granada, de planta cuadrada y con un patio central circular, que golpea y arrasa la delicada trama de la planta de la Alhambra. Ya la altura de las argollas de ese palacio, que parece indicar que allí se amarran unos caballos de guerra gigantes, de dimensión sobrehumana, bajo las águilas, habla bien claro de la naturaleza de los conquistadores, aunque luego se hicieran pasar por una raza más antigua...
Continuará.
Un abrazo.
Poeta, cuantos "coincidires" verdad? Como buenas criaturas de isla que somos, sabemos mucho de los símbolos y sus misterios.
ResponderEliminarRecientemente había leído un artículo que me sorprendió mucho, es que ando recopilando información para escribir un libro sobre mi visión del camino espiritual y en un apartado sobre los Arcanos del Tarot, me apareció "La Maga" Zambrano. Acá está el artículo "EL TAROT SECRETO DE MARIA ZAMBRANO" http://www.aunaocio.com/zonaweb/AFTERART/pagina24.htm
Creo que después de esto, bien merecemos todos un té, a la luz de las velas con su Obra entre las manos.
Un gran abrazo mágico
Libélula
Yo tampoco conocía a María Zambrano...
ResponderEliminarFMESMENOTA, no creas que María Zambrano se me ha rendido completa. En Cuba sólo he visto publicada la correspondencia que sostuvo con Lezama, unos textos iluminados por la cercanía de dos que siempre estuvieron lejos pero se experimentaban mutuamente muy próximos, "un encuentro sin principio ni fin", escribía María refiriéndose a la vez que se encontró con Lezama por primera vez en la Bodeguita del Medio, hacia 1936. Del resto sólo tengo noticia por ensayos y revistas que se han ocupado de su paso por la Isla. Me gustaría mucho leer "Claros del bosque" -el texto espiritual más elevado de la lengua española desde San Juan de la Cruz, en opinión de Cintio Vitier- pero inexplicablemente en mi país han publicado apenas unos fragmentos en la revista "La Isla Infinita". Ahí empecé a conocerla realmente y tengo la frustración de no haber podido seguir leyendo hasta el final... He decidido esperar, no creo que pase mucho tiempo sin que los cubanos podamos leerla; tendré paciencia hasta entonces.
ResponderEliminarEn cuanto a "La Cuba secreta", espero conseguírtelo completo y te lo envío.
Lo que dices sobre el Palacio de los Capitanes Generales como epílogo de la España imperial de Carlos V y Felipe II también lo he sentido así. Es la decadencia de España, el último reducto de su grandeza. La idea se me refuerza cuando recuerdo que fue ahí donde los españoles entregaron la última colonia del Nuevo Mundo a los norteamericanos en 1898, el año del desastre grande cuyos ecos durarían en la península, muchas décadas de amargura. Cuando estuve ahí, -en el Palacio de los Capitanes Generales- donde se efectuó el traspaso de la Isla, en la vecindad del trono de unos reyes que nunca vinieron, lo sentí como si el tiempo no hubiera transcurrido y en el último siglo este sitio hubiera seguido siendo un fragmento ancilar de España con todos sus fantasmas a la espalda, Weyler y el Marqués de Peña Plata entre ellos, por supuesto, que no podrían faltar si del espíritu hispánico de aquel siglo fuéramos a hablar, apadrinados por Cánovas y Sagasta con el lema de resistir a la decadencia hasta gastar "el último hombre y la última peseta...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarLeí lo del tarot de María Zambrano. Fue una verdadera sorpresa, Libélula. No sé si has leído lo que ella escribió sobre la iniciación, si conoces "Claros del bosque", del cual ya dije a Fmesmenota que apenas leí un fragmento publicado por una revista. En sus cartas a Lezama ella refiere cómo fue a Eleusis, el epicentro esotérico de los griegos, y experimentó allí una aguda sensación de sacralidad. Creo que fue una mujer con especiales intuiciones sobre la poética del destino. Lo mismo que pensaba Lezama cuando habló de la perentoria necesidad para los cubanos de formular una "teleología insular", una doctrina sobre la finalidad de la Isla. Es por eso que fueron tan amigos y hoy podemos leerlos alternativamente, como lecturas complementarias.
ResponderEliminarMaykel, creo que podría conseguir la correspondencia con Lezama, la vende un librero de segunda mano. ¿La compro? La verdad es que, con motivo de leerte, me apetece conocer a Lezama también; de niño intenté leer Paradiso y no pude; más tarde lo retomé, pero ya no recuerdo si lo leí completo o no, sospecho que no, que me saltaba páginas. Tal vez con las cartas matara dos pájaros de un tiro. ¿Busco algo de Vitier también? ¿Qué?
ResponderEliminarCon María Zambrano no he empezado con buena suerte, he conseguido un libro de ella, "El hombre y lo divino" y prácticamente no entiendo nada -también que estoy leyendo una línea sí y otra no-. Por otra parte es increíble el número de erratas que tiene, una que me acuerdo de memoria: al hablar de los dioses griegos dice el libro que son como la "autora"; es evidente que quiere decir la aurora, ya que luego se extiende tres páginas describiendo las piruetas del sol al amanecer y al atardecer. Eso es otra de las cosas que me desconcierta del libro. Dice que los dioses son como la aurora y en vez de seguir describiendo a los dioses, que es el tema, se pone a describir la aurora... escribiendo bonito, además, muy preocupada por las imágenes, por los tropos; no sé, Azorín me malacostumbró tal vez, pero no me gusta querer tener estilo; una cosa es Carpentier, que le sale por los poros su forma de expresarse y otra montar alambiques para acabar destilando chispa'etrén. Ojo, que no digo que Zambrano haga eso, no la conozco lo bastante y empiezo a sospechar si no me estará vedada.
En España creo yo que se ha usado durante muchísimos años el hacer ilegibles a los autores mediante las traducciones. Recuerdo que a tu edad, más o menos, me empeñé en leer a Nietzsche, y si no llego a encontrar una traducción mexicana, a fuerza de buscar y buscar, no lo hubiera conseguido.