EMIL MICHEL CIORAN (1911-1995)
CONFESIONES Y ANATEMAS
Fragmentos
Para entrever lo esencial, no hay que ejercer ningún oficio. Sólo permanecer todo el día distendido, y gemir…
Las últimas hojas caen bailando. Haría falta una gran dosis de insensibilidad para encararse al otoño.
Llegar al punto del instante donde no recuerdo haberme encontrado precisamente en ese instante.
Me repugna más que todo la duda metódica. Me agrada dudar, pero sólo a su debido tiempo.
La única originalidad del amor es la grandiosa facultad de tornar la felicidad indistinta de la desdicha.
Lo que no resulta desgarrador es superfluo, en materia de música por lo menos.
Kandinsky sostiene que el amarillo es el color de la vida.
… Sabemos ahora por qué este color sienta tan mal a los ojos.
Se muere desde siempre y sin embargo la muerte nada ha perdido de su lozanía. Aquí habita el secreto de los secretos.
DEUX QUESTIONS, DEUX RÉPONSES
Jean Paul Enthoven entrevista a Cioran
- ¿Piensa que irrumpirá el fin del mundo cuando todos los hombres se parezcan a usted?
- Sí, lo pienso, siempre lo he pensado. Vuelto hacia el desenlace, revolcado en el porqué y “lo-que-es-bueno”, nada me ha colmado tanto como el abandono de todo proyecto, de todo trabajo en curso, de todo empeño. No he hecho más que disuadirme. ¿Cómo entender, cómo consentir las tretas del porvenir? Los consejos que habitualmente dispenso habitualmente van en el sentido de la abstención, si no de la capitulación. Todo esfuerzo, todo sacrificio al servicio de una ambición, de golpe me parece sospechoso. ¡Disuadir, degustar tanta voluptuosidad! Un amigo me ha referido cómo, durante su servicio militar, habiendo proferido el oficial la orden “Adelante, marchen”, él replicó ante el estupor general: “No veo la necesidad”. Eso es exactamente lo que me digo a propósito de todo lo que hago y de lo que hacen los otros. Nuestros fines son fines ordinarios, no hay fin en sí, nada es esencial, nada tiene razón de existir. Ninguna campaña, ninguna empresa resiste la reflexión y mucho menos el análisis. Arrebatos sí, ya que no se puede escapar de ellos, pero convicciones no. ¿A qué certidumbre afiliarse en medio de una humanidad finalizante? Una universidad americana me invitó a ofrecer cursos durante un año y he respondido que me consideraba incapaz, visto que cualquier idea me rebota al cabo de un cuarto de hora. Feliz o desgraciadamente, todo proclama la inanidad de todo. El otro día, luego de una emisión científica donde nos aseguraban que en dos mil millones de años la Tierra se incrustará contra el Sol, he respirado como si esta hermosa conclusión fuera inminente. La especie no existiría por mucho tiempo si todos obraran como yo. Eso, no obstante, sucederá un día. En la espera, somos empujados por la corriente, participamos de la ilusión con más o menos brío. Yo no aspiro a imponer mi cosmovisión a sombras frenéticas. Solamente que, aunque no lo queramos, el patente sinsentido del proceso universal, este triunfo de la mentira, esta agresión contra la lucidez, será percibida algún día por cada uno. Veo el futuro. Todos lo verán un día. Y ese despertar será el fin del hombre.
- ¿Cuántos libros piensa escribir todavía para probar que la literatura no tiene sentido?
- El peligro para mí es que devenga senil y pueda convertirme en Dios sabe qué. Eso siempre es posible: con la edad, el espíritu crítico disminuye, y nuestras decepciones, acumulándose, pierden intensidad y fuerza. En mi espíritu, “Confesiones y anatemas” debería ser mi último libro. No olvido, sin embargo, que ya tomé la misma resolución una decena de veces. El suicidio me ha parecido siempre el gesto por excelencia, el único digno de un espíritu que se respete. Algo curioso debo señalar: el hecho de escribir me ha impedido pasar el acto, la expresión ha sido una liberación, la única manera de vencer una obsesión tan legítima. Sea dicho, debo reconocer que he perdido realmente el deseo de escribir. Después de haber denunciado tantas formas de ambición, la literaria en primer lugar, no veo por qué deba continuar. Otra aclaración se impone: es el hecho de haber cambiado de lengua a los 37 años lo que me ha estimulado con el deseo de continuar. La lucha con el francés, lucha con cada palabra, equivale a una conquista permanente que renueva todo, que transfigura el desaliento y también el disgusto. Sería necesario que tuviera el coraje de enfrentarme ahora a otro idioma para regenerar mis negaciones. Y ya no tengo fuerzas para eso. También necesitaría reservas de energía para sostener, alimentar el orgullo. El escritor es un conquistador; desde que empieza a dejar de creerse único está perdido. La desmesura es inseparable de la vitalidad literaria. Habiendo perdido el apetito de afirmar y, lo que es más grave, de negar, he perdido igualmente mi razón de existir. Es inevitable por consiguiente que deje de creer en el porvenir de la literatura, de la filosofía y del resto. Nuestras ideas proclaman o encubren nuestras flaquezas. Aquí reside en última instancia la gran excusa de la locura de escribir.
Publicado en “Rendez-vous en France”, bimensuario de la Secretaría de Estado para las Relaciones Culturales Internacionales del Ministerio de Relaciones Exteriores, No.4, París, Marzo-Abril de 1989.
Traducción de Maykel González Vivero.
CONFESIONES Y ANATEMAS
Fragmentos
Para entrever lo esencial, no hay que ejercer ningún oficio. Sólo permanecer todo el día distendido, y gemir…
Las últimas hojas caen bailando. Haría falta una gran dosis de insensibilidad para encararse al otoño.
Llegar al punto del instante donde no recuerdo haberme encontrado precisamente en ese instante.
Me repugna más que todo la duda metódica. Me agrada dudar, pero sólo a su debido tiempo.
La única originalidad del amor es la grandiosa facultad de tornar la felicidad indistinta de la desdicha.
Lo que no resulta desgarrador es superfluo, en materia de música por lo menos.
Kandinsky sostiene que el amarillo es el color de la vida.
… Sabemos ahora por qué este color sienta tan mal a los ojos.
Se muere desde siempre y sin embargo la muerte nada ha perdido de su lozanía. Aquí habita el secreto de los secretos.
DEUX QUESTIONS, DEUX RÉPONSES
Jean Paul Enthoven entrevista a Cioran
- ¿Piensa que irrumpirá el fin del mundo cuando todos los hombres se parezcan a usted?
- Sí, lo pienso, siempre lo he pensado. Vuelto hacia el desenlace, revolcado en el porqué y “lo-que-es-bueno”, nada me ha colmado tanto como el abandono de todo proyecto, de todo trabajo en curso, de todo empeño. No he hecho más que disuadirme. ¿Cómo entender, cómo consentir las tretas del porvenir? Los consejos que habitualmente dispenso habitualmente van en el sentido de la abstención, si no de la capitulación. Todo esfuerzo, todo sacrificio al servicio de una ambición, de golpe me parece sospechoso. ¡Disuadir, degustar tanta voluptuosidad! Un amigo me ha referido cómo, durante su servicio militar, habiendo proferido el oficial la orden “Adelante, marchen”, él replicó ante el estupor general: “No veo la necesidad”. Eso es exactamente lo que me digo a propósito de todo lo que hago y de lo que hacen los otros. Nuestros fines son fines ordinarios, no hay fin en sí, nada es esencial, nada tiene razón de existir. Ninguna campaña, ninguna empresa resiste la reflexión y mucho menos el análisis. Arrebatos sí, ya que no se puede escapar de ellos, pero convicciones no. ¿A qué certidumbre afiliarse en medio de una humanidad finalizante? Una universidad americana me invitó a ofrecer cursos durante un año y he respondido que me consideraba incapaz, visto que cualquier idea me rebota al cabo de un cuarto de hora. Feliz o desgraciadamente, todo proclama la inanidad de todo. El otro día, luego de una emisión científica donde nos aseguraban que en dos mil millones de años la Tierra se incrustará contra el Sol, he respirado como si esta hermosa conclusión fuera inminente. La especie no existiría por mucho tiempo si todos obraran como yo. Eso, no obstante, sucederá un día. En la espera, somos empujados por la corriente, participamos de la ilusión con más o menos brío. Yo no aspiro a imponer mi cosmovisión a sombras frenéticas. Solamente que, aunque no lo queramos, el patente sinsentido del proceso universal, este triunfo de la mentira, esta agresión contra la lucidez, será percibida algún día por cada uno. Veo el futuro. Todos lo verán un día. Y ese despertar será el fin del hombre.
- ¿Cuántos libros piensa escribir todavía para probar que la literatura no tiene sentido?
- El peligro para mí es que devenga senil y pueda convertirme en Dios sabe qué. Eso siempre es posible: con la edad, el espíritu crítico disminuye, y nuestras decepciones, acumulándose, pierden intensidad y fuerza. En mi espíritu, “Confesiones y anatemas” debería ser mi último libro. No olvido, sin embargo, que ya tomé la misma resolución una decena de veces. El suicidio me ha parecido siempre el gesto por excelencia, el único digno de un espíritu que se respete. Algo curioso debo señalar: el hecho de escribir me ha impedido pasar el acto, la expresión ha sido una liberación, la única manera de vencer una obsesión tan legítima. Sea dicho, debo reconocer que he perdido realmente el deseo de escribir. Después de haber denunciado tantas formas de ambición, la literaria en primer lugar, no veo por qué deba continuar. Otra aclaración se impone: es el hecho de haber cambiado de lengua a los 37 años lo que me ha estimulado con el deseo de continuar. La lucha con el francés, lucha con cada palabra, equivale a una conquista permanente que renueva todo, que transfigura el desaliento y también el disgusto. Sería necesario que tuviera el coraje de enfrentarme ahora a otro idioma para regenerar mis negaciones. Y ya no tengo fuerzas para eso. También necesitaría reservas de energía para sostener, alimentar el orgullo. El escritor es un conquistador; desde que empieza a dejar de creerse único está perdido. La desmesura es inseparable de la vitalidad literaria. Habiendo perdido el apetito de afirmar y, lo que es más grave, de negar, he perdido igualmente mi razón de existir. Es inevitable por consiguiente que deje de creer en el porvenir de la literatura, de la filosofía y del resto. Nuestras ideas proclaman o encubren nuestras flaquezas. Aquí reside en última instancia la gran excusa de la locura de escribir.
Publicado en “Rendez-vous en France”, bimensuario de la Secretaría de Estado para las Relaciones Culturales Internacionales del Ministerio de Relaciones Exteriores, No.4, París, Marzo-Abril de 1989.
Traducción de Maykel González Vivero.
Hola, antes que nada, gracias por tu comentario. He hojeado tu blog, me gustan los temas, así que me gustaría leerlo con más detenimiento.
ResponderEliminar¿Qué traducción utilizaste para los aforismos? Leí la traducción de Tusquets y me causa un mayor entusiasmo: "Las últimas hojas caen danzando. Se necesita una gran dosis de insensibilidad para no sucumbir al otoño"
Saludos, mucho gusto en conocerte.
Amigo, mucho gusto tengo en que me leas. Es cierto que la traducción de Tusquets -no me dices el nombre del traductor- es más bella que la mía. Pero ya sabes, según el adagio italiano, que los traductores son traidores; yo añadiría que los no profesionales cometen doble traición y ese es mi propio caso. Ahora, sí te aseguro que en el original francés no decía sucumbir por ningún lado. Me esforcé en hacer una traducción cuidadosa de los aforismos y de la entrevista, aunque recuerdo bien que esa oración me costó alguna dificultad. Voy a buscar el original y luego te digo quién estuvo más cerca de Cioran, si Tusquets o yo mismo. Cuenta con mi sinceridad y mi gratitud por disponer de la tuya...
ResponderEliminarTambién mucho gusto de conocerte y compartir el gusto de existir a través de las letras... con magia de tortuga.
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