Jorgito tras un árbol, con un vestido azul, ángel, mostraba sus piernas espléndidas. Así nos conocimos: medió el árbol. Yo había entrevisto a Jorgito, supe luego que éramos vecinos. Recuerdo que me observó desde la esquina una vez, sin árbol, sin ángel espléndido, con las piernas acalladas por su propio gesto azorado, y no me detuve.
Jorgito tiene ahora dieciocho años: casi es bachiller, y ya es prerrecluta, seropositivo al VIH y travesti ocasional. Su madre es amable: le permite que salga con sus vestidos en una mochila y organice espectáculos para pequeñas concurrencias en los arrabales de la ciudad. La hermana, una niña eufórica, le presta las hebillas. Vi actuar a Jorgito: "canta" perfectamente en inglés y si es menester, si los resortes dramáticos de la canción obligan, golpea el suelo.
Aquel golpear suyo se me presenta hoy como una apelación, una petición de auxilio: Jorgito, el prerrecluta, fue citado para pasar el examen que establecería su aptitud para ir al Servicio Militar Obligatorio. Está claro que el ejército jamás aceptaría a Jorgito, el seropositivo, aunque el porqué no sea explicado. Debieron molestarse también ante las maneras de Jorgito, el travesti ocasional.
Lo declararon inepto luego de la primera revisión; la burocracia militar, sin embargo, obliga a refrendar la dispensa a otras instancias: Jorgito tuvo que viajar en un ómnibus junto a otros muchachos, con un oficial al frente. Jorgito, el prerrecluta, iba avergonzado; todos insultaban a Jorgito, el travesti. A su compañero de asiento le dijeron “al fin encontraste novia”; a Jorgito, el seropositivo, también lo llamaron “enferma”. Él me asegura que el oficial no dijo nada; se toleró el acoso.
Al llegar al destino compareció ante un médico. ¿Y a ti qué te pasa?, preguntó el doctor. Mire usted mismo –el prerrecluta señaló su diagnóstico, consignado en una hoja-. ¡Cómo han pasado positivos por aquí! –comentó-. La enferma enrojeció.
Así me lo contó Jorgito, el ángel. He prescindido de la mayoría de las injurias. No entiendo por qué no hubo ninguna delicadeza para él, que esa noche no pudo dormir. Esta vez no voy a reclamar las disposiciones legales que no existen en nuestro país para proteger a los discriminados, aunque yo no comprenda cómo una sociedad que enarbola su vocación de justicia las omite hasta hoy. Estoy, por principio, contra los ejércitos; Cuba, sin embargo, necesita protegerse. Se habla del honor de servir ahí; para que sea de veras un honor, los cubanos y cubanas deben concurrir en plena igualdad.
A Jorgito, el ángel, le he dicho que la floresta lo ampara y que los árboles pugnan en las noches por custodiarle las piernas azoradas, los gestos espléndidos.
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Foto: Actuación de Jorgito en los arrabales de la ciudad.
Me revuelvo en mi silla cuando te leo, cuando leo la situación de ese "niño".
ResponderEliminarLos árboles de mi bosque le protegen también, de eso puedes estar seguro.
Te abrazo fuerte y a Jorgito también, y le ofrezco todo mi aprecio y cariño.
Un abrazo para ti, senyor.
ResponderEliminarSiempre es conmovedora y frustrante la historia y por haberla escuchado directamente de su protagonista me hago doblemente cómplice de esta versión. Sigamos!
ResponderEliminarBueno, Yassiel, que alcance la complicidad para que me hagas la crónica de tu viaje a Morón...
ResponderEliminarBienvenido.
No voy a abundar en el "tema". Tan solo expresaré esto: Dices que es un texto sencillo. Aclaro: es un texto vigoroso y tierno. Toca puertas no con aldobón, con una flor. ¿Conseguirá abrirlas?
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