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A los sombríos muchachos,
los ingenuos que renuncian a ir bajo los aleros
por la margen breve,
la tempestad no vacila en decantarles
las graciosas figuras de toda malicia.
Se encuentran en el sitio donde cada presencia,
aun los fantasmas de la lluvia
en el cuerpo de los edificios,
son cuerpos homogéneos
-carne de mi carne-
como aguafuertes de la humedad.
Del suelo nacen silvestres
arabescos a la verja
hundida al centro del salón
sobre la cola de un animal -el piano-,
las calabazas en el zaguán
fulgen como una insinuación fabulosa
para el sexo.
Hicimos fuego.
De las ruinas
-la torre vacía entre los riscos
de aquel sueño-
al paraje donde voy a meditar
en el reglamento perpetuo que no borran
las siluetas de la lluvia con agua de Javel.
Él también transitaba los suburbios, asido a la paz
mustia de los espejos con el talante de ir a ferias.
Ni el gesto de las barbas halagüeñas le hizo volverse,
ni la mirada soez.
Venía con tacones de madera,
encajándose en los charcos
con la risa de un pájaro calado por las aguas.
13 de noviembre de 2008.
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Foto: Inmaculada de la catedral de Santa Clara (detalle).
De estos muchachos tenemos aquí también. Yo también fuí un poco sombrío. Duele el alma al verlos tan jóvenes y tan aparentemente seguros. Quizá me duele a mí porque todo me causa dolor últimamente.
ResponderEliminarSe te abraza, querido.
(¿Qué pasó aquel noviembre? No lo sabré, claro)
Amigo mío, ese día cristalizaron algunas imágenes dispersas. Lo único que recuerdo nítidamente son los charcos y la osadía de atravesarlos.
ResponderEliminar¡Qué bueno que pasas a verme!
Un abrazo.