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Como a un garzón de Von Gloeden
me convidó a descansar bajo el arco.
Entre sus piernas
el río oscurecido por legiones de ahogados
se tornaba verdoso y amable.
En Taormina,
una comarca elusiva, puedo mirar
a la otra margen, separado de la noche
por los centinelas avizorados
en las aguas verdes como sangre.
Debimos transitar por un descendimiento
para cobijarnos bajo el puente.
Sobre la cabeza, el peso
de la calzada recuerda la fatiga del verano.
Es rara paradoja el puente
donde un muchacho de Taormina
hace el signo complaciente del silencio,
desenvaina el puñal oculto
para grabar un monograma en el muro
y matar con un gesto de garzón terrible debilitado por la ira
y luego sonreír al recuerdo del último verano
con la sencillez que el verano
apenas puede inspirarle.
Un garzón de Von Gloeden
bien pudiera creerse macerado
sobre el fondo de una laguna árida
-cuerpo que no se descubre sino destrozado-
como la muerte inmisericorde
de los cuerpos devueltos por el río
al sótano de los cuerpos ausentes,
pero el garzón que he sido no piensa en mí.
Pareciera que no piensa en cómo se expone al extravío de las aguas.
Estábamos al pie del puente.
La ciudad parece un páramo
que no alcanzamos a fundar por exceso de ruina,
sitio difuso de abajo en antagónica disposición
al puente de hierro sobre nuestras cabezas.
Ahí me siento a vislumbrar
los candiles de la otra ribera.
Reclinado
en el muro del sótano
no consigo descansar.
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Foto: Von Gloeden, entre 1895 y 1900.
Candidez, malicia, amor, muerte, todo unido y mucho más hace surgir de tus dedos algo bellísimo.
ResponderEliminarUn beso, garzón terrible.
Otro beso, mi querido senyor.
ResponderEliminarEntretanto, has desaparecido de mi vida electrónica no sé por qué razón. Espero que estés bien.
ResponderEliminarRaynier, gracias.
ResponderEliminarFélix, estuve de viaje. Ya te escribo.
Abrazos.