-
Como a un garzón de Von Gloeden
me convidó a descansar bajo el arco.
Entre sus piernas
el río oscurecido por legiones de ahogados
se tornaba verdoso y amable.
En Taormina,
una comarca elusiva, puedo mirar
a la otra margen, separado de la noche
por los centinelas avizorados
en las aguas verdes como sangre.
Debimos transitar por un descendimiento
para cobijarnos bajo el puente.
Sobre la cabeza, el peso
de la calzada recuerda la fatiga del verano.
Es rara paradoja el puente
donde un muchacho de Taormina
hace el signo complaciente del silencio,
desenvaina el puñal oculto
para grabar un monograma en el muro
y matar con un gesto de garzón terrible debilitado por la ira
y luego sonreír al recuerdo del último verano
con la sencillez que el verano
apenas puede inspirarle.
Un garzón de Von Gloeden
bien pudiera creerse macerado
sobre el fondo de una laguna árida
-cuerpo que no se descubre sino destrozado-
como la muerte inmisericorde
de los cuerpos devueltos por el río
al sótano de los cuerpos ausentes,
pero el garzón que he sido no piensa en mí.
Pareciera que no piensa en cómo se expone al extravío de las aguas.
Estábamos al pie del puente.
La ciudad parece un páramo
que no alcanzamos a fundar por exceso de ruina,
sitio difuso de abajo en antagónica disposición
al puente de hierro sobre nuestras cabezas.
Ahí me siento a vislumbrar
los candiles de la otra ribera.
Reclinado
en el muro del sótano
no consigo descansar.
_________
Foto: Von Gloeden, entre 1895 y 1900.
sábado, 22 de enero de 2011
martes, 4 de enero de 2011
Nunca supe qué hacer con mis manos
-
Nunca supe qué hacer con mis manos,
dónde ponerlas cuando parece que sobran
y pudiera colgarlas de un clavo
y dejar que se seque la lluvia
que las inunda de fervor.
En el muro aparecen perfiles verdes.
Las lucetas nevadas sugieren rostros de vidrio
que yo podría acariciar si mis manos fueran
cristales de hierba.
Pesan en los bolsillos como rocas
buenas para hundirme si me adentrara en las aguas
con ellas encima.
Crujen de tanto reposar;
al menor gesto dejan oír su fragor de ruedas rotas.
Mis manos iban sostener el principio
de un universo pero se hizo la noche
y las oscureció.
Nunca supe qué hacer con mis manos,
dónde ponerlas cuando parece que sobran
y pudiera colgarlas de un clavo
y dejar que se seque la lluvia
que las inunda de fervor.
En el muro aparecen perfiles verdes.
Las lucetas nevadas sugieren rostros de vidrio
que yo podría acariciar si mis manos fueran
cristales de hierba.
Pesan en los bolsillos como rocas
buenas para hundirme si me adentrara en las aguas
con ellas encima.
Crujen de tanto reposar;
al menor gesto dejan oír su fragor de ruedas rotas.
Mis manos iban sostener el principio
de un universo pero se hizo la noche
y las oscureció.
sábado, 1 de enero de 2011
Mis armas
-
Es mi escudo. Me lo regala Dissortat, el senyor del Bosc de la Llarga Espera, que concibió este retrato según la idea que se ha formado de mí. No le falta nada. Ahí aparecen Cuba y la Noche, la columna que alude a La Casa donde permanezco e invento huidas siempre demoradas. La Palma Real se colocó -¿ella misma?- a la derecha, como en el escudo de Cuba, lo mismo que en el de Sagua, y esto último Dissortat no lo sabía. ¿Quién sabe -a quién he dicho nunca- cuánto me gustan los parques con palmas, como el que aparece en uno de los extraños pueblos de Eliseo Diego?
Vamos adentro: el Árbol de la Ciencia, al centro de una oscuridad, brillando como un oxímoron. En estos días de sable he querido hacerme de un saber que ha de ser, si lo conquisto, ciencia de mí mismo.
El Corazón Alado es mío. ¿Es mi corazón? Que sangre gules, que sangre humores ocres, que sangre por último aguas negras.
Creo que nací de un infinito azur, acaso el deseo de descender a campo traviesa y jurar que allá, dónde se termina la infinitud sinople, dónde no veo, está el mar.
Los lambrequines dan poca sombra. Van al viento, anunciándome que se aproxima la noche.
Descripción del escudo, por su autor:
Escudo de sable, y un árbol de la vida o de la ciencia de oro, frutado de gules y acolado de una sierpe de sinople lampasada de gules. El cantón cosido de azur, cargado de un corazón alado de oro, herido y sangrante de gules. El todo timbrado de una celada cerrada de acero, adornada de lambrequines de los esmaltes propios del blasón. El casco surmontado de un burelete de oro y azur, cimado de un creciente figurado y contornado, de plata. Trae por sostenes, a la diestra una columna de mármol al natural. A la siniestra trae una palma real frutada, también al natural. El pie, una isla de sinople puesta sobre un zócalo de plata. Por divisa trae en una cinta de plata franjada de azur y en letras de sable: «Festino mox noctis».
Vamos adentro: el Árbol de la Ciencia, al centro de una oscuridad, brillando como un oxímoron. En estos días de sable he querido hacerme de un saber que ha de ser, si lo conquisto, ciencia de mí mismo.
El Corazón Alado es mío. ¿Es mi corazón? Que sangre gules, que sangre humores ocres, que sangre por último aguas negras.
Creo que nací de un infinito azur, acaso el deseo de descender a campo traviesa y jurar que allá, dónde se termina la infinitud sinople, dónde no veo, está el mar.
Los lambrequines dan poca sombra. Van al viento, anunciándome que se aproxima la noche.
Descripción del escudo, por su autor:
Escudo de sable, y un árbol de la vida o de la ciencia de oro, frutado de gules y acolado de una sierpe de sinople lampasada de gules. El cantón cosido de azur, cargado de un corazón alado de oro, herido y sangrante de gules. El todo timbrado de una celada cerrada de acero, adornada de lambrequines de los esmaltes propios del blasón. El casco surmontado de un burelete de oro y azur, cimado de un creciente figurado y contornado, de plata. Trae por sostenes, a la diestra una columna de mármol al natural. A la siniestra trae una palma real frutada, también al natural. El pie, una isla de sinople puesta sobre un zócalo de plata. Por divisa trae en una cinta de plata franjada de azur y en letras de sable: «Festino mox noctis».