miércoles, 17 de noviembre de 2010

Esteban, Oprah, un sueño quiteño

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Esteban no sabe quién es Oprah Winfrey. Ni yo lo sé.

A Esteban le gustaba Chopin. Pero solo un nocturno, el más delicado. Se sintió culpable cuando le dijeron “¡tú no conoces a Oprah!”. Me reí al oírselo referir. Se consoló cuando le dije que su interlocutora, artesana de fruslerías, tampoco sabe quiénes son Clara Barton, Helen Keller o Amelia Earhart.

Pensé en Esteban cuando alguien intentó hacerse acompañar por mí durante el último paseo de Oprah por la Casa Blanca. Una artesana de galimatías. No lo digo por la Winfrey; insisto: no la conozco. Sí quisiera saber cómo articulaba Helen Keller, cómo podía hablar en público y conquistar muchedumbres si una vez fue muda. La voz de Miss Barton era recia, a diferencia de lo que atribuye la tradición a las chismosas filantrópicas. Amelia Earhart descuidaba su dicción, imprecaba como un contramaestre ebrio precipitándose al fondo del Pacífico.

Esteban Hernández se llama una fábrica de azúcar próxima a Martí, en la carretera de Cárdenas. A Esteban, el que desconoce a Oprah, le disgusta llamarse como un central martiano -¿es el gentilicio correcto?-, como si deshonrase llevar el nombre de una ciudad o un país. Quizás mi tía abuela se enorgullecía de llamarse América. Hubo entonces quien se llamó, con exótica vocación austral, Argentina. También recuerdo a una anciana de nombre cósmico, Universo, aunque no la conocí. Esteban odia a Oprah y reniega del escueto cañaveral que lleva su nombre. Un Hernández es un fulano, por eso Esteban se mudó a Alemania y adoptó el apellido Evermann, tan distinguido a su oído latino. Tampoco sabe que es apelativo de fulanos en las ciudades hanseáticas. ¡Cómo se reiría Oprah!

Este mediodía soñé con Esteban. Los sueños de la siesta siempre son malignos.

Yo estaba en Quito. Me internaba en un edificio con sótano. La conserje acudió y le pasé un papel con las señas de R., a lápiz, con una letra desconocida. Asintió. Salí a la calle y ahí estaba R., el palíndromo, a bordo de un auto descapotable. Es extraño: tenía el cabello largo de Esteban y algo de su porte delicado, como un nocturno de Chopin. Sentí mucha desazón. Me recibió con frialdad germánica y cerró la capota de su auto. Yo sostenía mi bicicleta, vacilante, sin hallar cómo llevarla conmigo. Pensaba en la vuelta a Cuba, en la necesidad de conservar la bicicleta. No acepté el asiento junto a R. y caminé hacia la avenida. Se me ocurrió que él deseaba sentarse en la barra, apretarse contra mí y salir, como antes, loma abajo, hacia la muerte respetuosa que nos dejó ir.

Seguí a pie, por una avenida turbulenta. R. –¿o Esteban?- me seguía. Probablemente fueran ambos, vaciados en una equívoca unidad. Tropecé con la fila a la puerta de un banco. Una señora sostenía un peine parecido a un revólver. Usted me asustó –le reproché-. Ella sonrió y dijo, con expresión de sibila, “mañana espantarás”. Temí perder a R., mi único asidero en la ciudad, por eso hice las paces. Me miró desde la cara de Esteban: estás en el peor sitio –arguyó- y vives frustrado.

Una librería se anunciaba en la misma calle. Entramos. No había libros, los anaqueles estaban vacíos. Solo vendían manuales ilegibles y cestos tejidos, parecidos al que usaba mi mamá para guardar la ropa sucia.

Anoche me caí de la bicicleta. Se zafó el sillín y caí. ¡El momento de la caída es tan efímero! De pronto me vi en el suelo. En mi sueño quiteño dejé la bicicleta en la calle; si ha de matar, que mate a otro. Yo caí al fondo de un cesto tejido. ¿Y R.? No lo sé. No supe más de Esteban.

3 comentarios:

  1. Me ha parecido un excelente tu modo de narrar, Maykel, has logrado atrapar mi atención y entre mordacidad y reflexiones que me han llevado a las raíces, me has hecho pensar y sonreír.
    Un abrazo.
    Leo

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  2. Parece un apócrifo, ficción de sobremesa, pero todo es cierto: la ignorancia de Oprah, el sueño, el accidente de anoche en la bicicleta... Soy muy realista, jejeje.

    Un abrazo grande.

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  3. quisiera ssaber más a menudo sobre tus suenos, me ha parecido interesante la manera en que surgen tus suenos ...
    saludos,
    E

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