miércoles, 10 de noviembre de 2010

El invierno en Cuba

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La bondad de nuestro invierno fue un recurso de reafirmación identitaria para los poetas insulares. Ahora mismo no aparece mi ejemplar de Cantos a la naturaleza cubana del siglo XIX, la antología de Samuel Feijoo donde Milanés, Pobeda y otros que no recuerdo arguyen analogías invernales que siempre favorecen a Cuba. Otras frialdades son inclementes; Cuba nunca se hiela. Milanés decía refiriéndose al invierno –cito de memoria-: ¡nada apesadumbra y todo admira! Quisiera suscribir la vieja tesis del invierno idílico que jamás azota el Bóreas –según Pobeda- pero no puedo. El frío se adelantó este año; me suspende detrás de los postigos con una grisura de fieltro gastado y húmedo.

Chicha, en el escalón de su puerta, se parece a Isaac de York. Al verla he pensado en el judío llegando al banquete de Cedric el Sajón. Parecía una alegoría del invierno -apunta Scott- cuando extendía las manos hacia la chimenea del salón grande de Rotherwood. Chicha alegoriza al invierno de Cuba, que no es el mismo que celebraban los poetas decimonónicos. Supongo que ahora sí hiela. En su abrigo raído, en su frazada rota, en su piel vieja.

A diferencia de algunos amigos odio el invierno. No siento la nostalgia del frío; prefiero el verano. La gente andaba casi desnuda, exuberantes. Ahora todo se empobrece. La elegancia de otros inviernos -el gabán y la bufanda bajo la nevada- no se conoce en Cuba. Nuestro frío empapa con su llovizna de nortes.

El invierno obliga a ostentar nuestra pobreza. Quisiera suscribir la tesis origenista de la pobreza idílica pero no hay belleza en las cobijas agujereadas ni en los impermeables rusos y alemanes del siglo pasado. Acabo de recordar una suerte de arcaísmo, huraco, que se aplicaba en mi infancia a los huecos de las colchas.

Chicha se frota las manos en ademán de sacar chispas. Cierra el gran huraco de su puerta y se calienta ejecutando una polka. Esto no será cierto, pero me consuela. Jamás he escuchado una sola pieza de su piano helado.

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Fotos: 9 de noviembre de 2010.

6 comentarios:

  1. Amigo mío, que escribes lindo.
    El frio es hermoso acá en el sur, el blanco de la cordillera te hace olvidar que una vez fuiste dueño de “Colchas con huracos”, el blanco, cuando lo cubre todo me despierta cierta nostalgia por ese verano que tanto añoras y que yo odiaba un poco más.
    Un abrazo, desde una primavera que deslumbra ahora en colores casi divinos.

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  2. Es la primera vez que llego a tu blog, y no será la última. Has descrito muy bien el invierno cubano que, a pesar de todo, desde el final del otoño italiano comienzo a extrañar - para decirlo bien- don diez años que lo extraño, como extraño también su verano, aunque nunca soporté demasiado su calor, y es que desde fuera las cosas toman otra dimensión y la nostalgia, a veces, puede más que todas las razones del mundo. Me ha gustado leerte.
    Un abrazo de un camagüeyano.
    Leo

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  3. Gino, por suerte el frío cede.
    Un abrazo.

    Leonel, el verano es semejante a Cuba: lo rechazamos y luego lo echamos de menos. Es el clásico querer/odiar.
    Gracias a ti por dejar el comentario.
    Camagüeyano, un abrazo. Le debo una visita al Camagüey.

    Nicol, disculpa, pero no sé qué interés podría tener una tienda de coches usados en enlazarme.

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  4. Maykel, me inquieta la frase en la que dices que no hay belleza en las ropas deterioradas. Superficialmente parece que hay mucha diferencia entre que un opulento vista ropa "ripiada" y que lo haga alguien que no tiene otra cosa. Tal vez el superficial sea yo, pero no lo tengo claro.
    Siempre he mantenido una relación tensa con las apariencias. De estudiante, me vestía de "lord" de cintura para arriba y de mendigo patas abajo. Me sentaba en una mesa en un lugar "elegante", mesa que disimulaba los bajos vergonzosos, para divertirme cuando abandonaba la charla, levantándome, y me despedía de otros compañeros de conversación que no advirtieron a tiempo el engaño.
    Muchos años vestí como alguien respetable, pero a menudo me complazco en ponerme la camisa con el cuello más hecho trizas, como una proclamación de la frase de Borges de que cada uno tiene, a los cincuenta años, la cara que se merece y es lo que importa. Tal vez juegos frívolos, sí, sin duda. No sé qué opinarás.
    Una de las mejores amistades que hice en Cuba la debo a que al dirigirme caminando toda La Habana hasta su casa, la primera vez, se me fueron rompiendo los zapatos por el camino. Eso me dio la oportunidad de que esa persona no me viera como "turista" ese día y así comenzó una bella amistad.
    Si Chicha es la de la foto, me gusta y desmiento que no toca el piano.
    Un abrazo!

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  5. A mí también me gusta Chicha. Es, efectivamente, la mujer de la foto. Siempre ha sido un poco ermitaña, un verdadero enigma, como tanta gente que se hace mayor y no halla armonía entre su mundo y el devenir.

    A mí no me importa usar ropa raída. También disfruto el juego de tergiversar lo aparente. Pero, amigo mío, el frío puede ser dramático... Por eso dije que prefiero el verano. Cualquier mendigo en verano parece feliz. El invierno es diferente y me obliga a examinarlo todo desde otra perspectiva.

    Te confieso que tengo trauma con los zapatos. Si me juzgas, hazlo con la misma ingenuidad con que te lo cuento. Yo estaba en primer grado cuando comenzó el "periodo especial". Me obsesionaban las grietas de mis zapatos, no me dejaban dormir. ¿Qué hacer si se rompen? La obsesión, herencia de aquella época, me dura hasta hoy.

    Ojalá ella toque su piano todavía. En 16 años nunca la he escuchado, pero quién sabe. Dicen que Espadero tocaba bajo sus mantas...

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  6. Maykel, ¿qué tendrán los zapatos? creo recordar que encontré en Freud, hace muchos años, referencias concretas de su simbología y significado para nuestro inconsciente. ¿Por qué esa relación tormentosa con los zapatos, que yo también conservo? En el disfraz que te decía, lo recuerdo perfectamente, los zapatos eran unas abarcas auténticas que encontré en un pueblo, que se usaban para regar los campos. Sin calcetines, sobresalían de las perneras de un "pitusa" roto a jirones, amarrado con cuerdas a la cintura. En la parte de arriba, chaqueta azul cruzada, corbata florentina de lises, camisa blanca, sombrero, un bastón fino y flexible de mi abuelo parecido al de Charlot.
    Los zapatos! con la misma ingenuidad te digo que tardé en descubrir que los que me compraba mi madre no servían y que la causa del olor era que no tenía los numerosos pares que se precisan para alternarlos dejándolos reposar. Confesaré que, acuciado por los mismos tormentos que narras, he gastado cantidades ingentes de dinero en zapatos, de lo que cualquier psicoanalista sacará sus conclusiones. Para cuando llegue el comunismo, repartiremos, los que estemos vivos dentro de unos cientos de años, Crockett&Jones por todo el mundo, los únicos zapatos que conozco dignos de esa esperanza de igualdad.
    Un abrazo.

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